Alejandro Cotto: Cine, Suchitoto y el olvido

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El cineasta Alejandro Cotto. Fotografía de Edwin Arévalo.

 

Por Tania Primavera

“Antes del pan para el cuerpo, el pan para el alma: La Cultura” 
Alejandro Cotto.

Fue una noche bajo los amates que conocí al cineasta Alejandro Cotto, los amates de su jardín que como testigos, presenciaron ese concierto de música clásica de guitarra, de los muchos que promovía. Eran los años noventas, mi primera vez en Suchitoto. Como los colibríes, buscando el néctar de tu vida, supiste que serías ese director de cine, con fantasías seguías, y tu padre te hacia regresar a la realidad, pero te ibas y presentías que era mejor ese mundo del registro, con esos ojos que solo vos pudiste tener y ver lo que viste, primero en Suchitoto (shuchit: flor; tutut: pájaro): la ciudad del Pájaro Flor.

La noche era más dramática en ese patio. La luz y la sombra en mi rostro, entre los rostros. Tu legado, es material, a veces intangible. Tu legado es tu obra. Aunque se te perdió de las manos, y solo tus memorias lo comprueban.

Me desperté el sábado pasado con un mensaje diciendo “se murió Cotto”, me dijo Edwin Arévalo, cineasta salvadoreño , autor de “Memorias” documental sobre su vida y obra. Uno cree que esto es para siempre. Tenías 87 años, cumplirías 88 en noviembre de 2015. Pero creo que ¡vos si sos para siempre! Vamos de paso en el rumbo elegido o no elegido. Yo no pude decirte nunca cómo te admiraba, ni preguntarte tantas cosas, ni escuchar tus historias, solo sentía cómo amabas la tierra donde naciste, sin esperar nada y esperándolo todo. El barro era como vos, y encontrabas la belleza en el paisaje cotidiano, en la música del silencio, en el horizonte del lago artificial que no vieron tus ojos de niño curioso, hasta después, convertido en Suchitlán, el lago de los pájaros y las flores.

Tus ojos… ¿Qué vieron? ¿Qué sintieron? Para que fueras diferente, único, joya brillante de rústica terquedad. En tus días pudiste darte cuenta que hacer cine era un sueño, era de locos, pero vos sabias que esa locura era la pasión, a pesar de que todo estaba en contra. Le diste la espalda a la negación, y emprendiste la decisión. En soledad. Porque las decisiones se toman a solas. Alejandro, te escuchaste, para registrar lo que tus ojos querían, con la perfección constante.

Proyectaste cine en tu pueblo, cuando nadie o pocos conocían de imágenes en movimiento. En 1950, Alfredo Massi, te presta una cámara de 16 milímetros. Massi era un italiano que también fue pionero del cine, y vivió en el país. Con tus manos hechas para la cámara, comenzaste, aun no entendieras ni “j”, solo querías ser director, sabías que lo eras, sabias de tu talento y entrega, aun siendo un joven.

En 1951, realizas otra película llamada “Sinfonía de Mi Pueblo”, junto a la marimba y los jóvenes de Suchi, proyectada hasta en casa presidencial, después de eso te dan una beca para estudiar Cine en México. Ahí, te llenaste de luces por dentro, sabias que también estabas en casa, sentiste y aprendiste a conocer el “espíritu de la humanidad”. Y tu audacia te llevó a marcar el teléfono del director mexicano  Julio Bracho, esa osadía le dio un vuelco rotundo a tu vida. Vivencias y amistades con grandes personalidades, trabajaste junto a él.

Regresas al país, ya cineasta atrevido, no te entendían. La sorpresa fue cuando lograste filmar “Un Camino de Esperanza” presentada en Bogotá. Julio Bracho escribió en un periódico “Alejandro Cotto, no es ya una promesa, sino una realidad en el cine de nuestra América, será pronto la voz por la que hablen la belleza, la historia, la angustia y los anhelos de su pueblo en esta fábrica de sueños que es el cine.”

Esa película contenía un sentido social que no agradó a muchos, era una denuncia de la falta de responsabilidad paterna. Esta película se perdió, se quemó en México el original.

Pero es con “El Rostro” (1961), con la que me quedo alucinada. Porque es ahí, donde revelas la esencia de tu pueblo, el dolor, la lluvia, los pies descalzos, la piel, la gente. Supiste valorar a la coreógrafa Morena Celarié, precursora de la danza folklórica, personaje casi en el olvido. Hiciste “El Rostro” con muchas limitaciones, esperando dar un buen cine. Acudes al Festival de Berlín, con cinco dólares en el bolsillo. Grandes actores y actrices de fama mundial te abrazan al final de la proyección, pero no había un salvadoreño con quien compartir la alegría.

Hay otras películas, que se te perdieron, que se quedaron en el remolino del olvido o la desidia. ¿Dónde están? El silencio y el olvido.

“Universo Menor” es otro filme que hiciste, para recrear infancia, adolescencia y juventud. También se perdió, televisión nacional educativa no guardo copias.

Aprender del silencio. Es fundamental. No es solo tomar la cámara. No buscabas fama ni poder, luchaste contra la indiferencia y la locura de ser cineasta. Te imagino con tu bastón, tu voz clara y sofisticada, caminando por los corredores de la casa museo con vista al lago Suchitlán. Quiero recordarte ahí. Sentado, en silencio. Pero el silencio y el olvido no pueden apoderarse de vos. Tu casa habla aún. Escucho tus pasos. Quiero que sigas contando tus historias, pero ya no estás, y estás aún, voy a verte siempre en tus rincones, en tus fotos, en tus obras de arte.

Sos un festival imaginario, que muchas veces cayó deprimido, como lo hacemos los que soñamos con un El Salvador floreciente de cultura y belleza. Aunque no creas, algo ha quedado, vos lo inculcaste. Por eso das por dar, porque es así como sos. Y aun sos un misterio. Eso eres, un solitario ojos de fuego. Dejando siempre un halo de misterio. Un misterio casi cinematográfico. Como el misterio de la carreta de bueyes de tu funeral, como “El Carretón de los Sueños” de tu vida, y el ataúd sencillo que te despidió para tu viaje.


Alejandro Cotto

(13 de noviembre de 1928-6 de junio de 2015)

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