Por Óscar Alemán/Blog*
Empiezo este escrito con estas palabras simples, trilladas, resonantes o proféticas. Pudiese agregarle cualquier adjetivo calificativo que podría acentuar mejor o peor la profundidad de una oración dicha al viento, en una conversación que sostuve un día con Doña Conchita, la señora que vende fruta a la entrada de mi comunidad.
Todas las mañanas, cuando el sol calienta lo suficiente para hacer despertar la vida esta tierra diminuta, doña Conchita va por su fruta a la Tiendona, el mercado popular más grande de El Salvador, donde toneladas de frutas, verduras, cereales, entre otros, son llevados en grandes camiones a fin de ser comercializados a revendedores de todo el país que llegan desde la madrugada esperando adquirir precios bajos y calidad. Doña Conchita es una de ellas.
A las ocho de la mañana ya está instalada en su puesto multicolor, donde ofrece desde aguacates hasta pepino, desde sandías hasta mangos sazones. A veces tiene fruta de temporada, a veces guarda algún que otro manjar frutal para sus consumidores asiduos, a veces el sol es demasiado fuerte y Doña Conchita pone un plástico negro reforzado con dos varas de bambú y unas rocas grandes para protegerse.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son necesarios entre 50 a 100 litros de agua por persona al día para que esta satisfaga sus necesidades básicas. La FAO por otra parte establece que son necesarios entre 2,000 a 5,000 litros de agua para producir los alimentos que una persona consume en un día. Además, para producir un kilogramo de cereales o frutas son necesarios 1,000 a 1,700 litros de agua por día, dependiendo del tipo de agricultura, la absorción de la planta y la evaporación de la misma.
Doña Conchita no tiene una tonelada de fruta en su puesto, pero ella disfruta adornar su mesa improvisada con colores rojos, naranjas, verdes, amarillos, morados y blancos. Hace unos días, mientras estaba en su puesto seleccionando la fruta diaria que iba a consumir, ella dijo algo muy importante que desbarató de tajo mi concentración: “Papito, ayúdeme a poner el plástico, ya va a llover, no me gusta cuando llueve porque me mojo toda, pero sin el agua no vivimos, sin la tierra no vivimos, mucho menos sin el sol, por eso mejor ni reniego.” Sin detenerme mucho, ayudé a Doña Conchita, compré mangos y sandías y me dirigí a casa. Sus palabras me hicieron pensar.
“Acceso al Agua”, pensaba, es algo nuevo en El Salvador, hasta utópico. Considerando que bajo el actual modelo de distribución de agua, la distribución misma está mal enfocada, mal orientada. Pensaba en el estado en el que se encuentran los ríos, resonó en mi mente las palabras que indican que El Salvador es el único país centroamericano con estrés hídrico.
La agricultura monocultivista, la industria, las y los salvadoreños mismos, hemos sido los artífices de que hoy en día el “Estrés Hídrico” del que tanto se habla esté ligado al nombre salvadoreño. Me preocupa esta situación, todo parte desde esa base. Me indigna observar los estados de opulencia en la que vive la oligarquía nacional, manipulando y violando nuestro derecho humano al Agua. La indignación me produce rabia y ésta me enseña a ser crítico. Es un error que siendo un joven salvadoreño más no sienta la necesidad de expresar, de querer que las personas cambien el sillón por la indignación, el confort por el amor colectivo.
Las juventudes en El Salvador somos más del 30% de la población total. Tenemos el poder, tenemos la fuerza y las ideas para lograr cambios tangibles y trascendentales. Somos los que podemos en verdad al menos, apaciguar el impacto ambiental que ya generamos y que los malos gobiernos permitieron. Las luchas hoy se escriben diferentes. Podemos profundizar, incidir, accionar. Necesitamos hacerlo, nuestra tierra lo reclama.
En El Salvador se ha iniciado desde el 2006 una lucha por obtener una Ley General del Agua con enfoque de Derechos Humanos. Una lucha por nuestra gente, por nuestras generaciones venideras. Es urgente que las juventudes acompañemos el respaldo popular para que nuestras garantías sean tangibles.
Ayer volví a ver a Doña Conchita en su puesto multicolor. Se le notaba cansada, sin embargo, hubo algo que me llamó mucho la atención, un color blanco resaltaba entre ese montón de colores saltarines. Doña Conchita llevaba puesta una camiseta con el slogan: “POR MI DERECHO HUMANO AL AGUA”.
—¡Doña Conchita que linda camiseta! —le dije con alegría.
—¡Sin agua no vivimos papito!—respondió.
Compré unos guineos y naranjas y me dirigí a casa. Nuevamente, sus palabras, me habían hecho pensar.
*Óscar Alemán es estudiante de Agroecología, miembro de la Red Activistas y Bloguero de GatoEncerrado. Busca sus blogs en la barra de menú, haz clic en “Blogs” y luego en “El lado rebelde del verde”