Ninguna doctrina política puede sustituir al Evangelio, así como tampoco ningún líder político puede dárselas de Mesías redentor. Por muchos siglos y en muchísimas ocasiones la Iglesia y el mundo han puesto convenientemente en manos de Dios tareas y decisiones que han sido y serán siempre “cosa del César” moderno que se llama Mercado Económico.
Por Cristhian Alvarenga/Blog Caminante 2307
Desde hace varios días inicié a leer decenas de escritos sobre la Teología de la liberación. Hace un día inicié a leer “Si Dios fuera Activista de Derechos Humanos”. Dirán que cómo es posible que escriba esto si he cuestionado a la iglesia y al clero. Sí y seguiré cuestionando algunas formas de dirección de la iglesia, sin embargo, hay que decirlo, nuevos tiempos están pasando en la Iglesia Católica; el papa Francisco quiere -y estoy seguro- transformar a la iglesia por una más humana, respetuosa de la diversidad y defensora de los derechos humanos. Pues hay que conocer la Biblia paralelamente a las reflexiones teológicas y quiero compartir una reflexión de la lectura de Mateo 22,15-21del que puedo decir que:
Dios es también político
El cristianismo tiene una política, por la simple razón de que nosotros somos discípulos de un hombre que fue preso político y como tal murió. No, Jesús no falleció de muerte natural, ni tampoco porque se hubiese caído accidentalmente de un caballo. Su muerte fue política: murió como víctima de dos poderes distintos: el religioso y el civil. La muerte de Jesús no fue más que el resultado de una trama y de una intriga política que buscaban montar un espectáculo de dominio violento y de fuerza. Pero Jesús, que nunca condescendió con los juegos de poder, asumió su propia muerte de otra forma y descubrió en ella una posibilidad redentora para sí mismo y para los demás. Desde entonces el cristianismo sí tiene política; la política de la cruz, la que se opone a aquella otra política cruel que –por mandato del César– crucifica a los inocentes en el Calvario.
Jesús no quiere anular, neutralizar o desmentir la autoridad humana, pero tampoco pretende usar a Dios para legitimar este o aquél sistema político. Ese es el error de los interlocutores que aparecen hablando con él en el Evangelio. Otra vez son los fariseos quienes, con el afán de poner a Jesús en un aprieto, le tienden una trampa con la siguiente pregunta: “¿es lícito o no pagar el impuesto al César?” Se trata de un problema meramente político, porque lo que le están preguntando a Jesús es por la legalidad de seguir pagando tributos al Imperio que los oprime (Roma). De modo que la pregunta en cuestión era demasiado capciosa: de cualquier forma que se respondiese daba chance a una acusación. ¿Por qué? porque si Jesús respondía que los judíos no estaban obligados a pagar el impuesto al César, entonces los fariseos lo acusarían con los partidarios de Herodes de que él (Jesús) estaba incitando al pueblo a la desobediencia civil. En cambio, si Jesús respondía que los judíos debían seguir tributando a Roma, entonces los fariseos dirían a todo el pueblo judío que Jesús se había puesto de parte del odiado César romano.
Pero Jesús, que inmediatamente captó la mala intención de sus interlocutores, se dio cuenta que la pregunta no era sincera, sino insidiosa; por eso les pidió una moneda y respondió con otra pregunta: “Hipócritas ¿de quién es la imagen y la inscripción que aparecen en la moneda?”… “del César” respondieron. Y de aquí saca Jesús la sabia conclusión que dejó resuelto el tramposo problema planteado: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Con esto Jesús deja claro que Dios no se presta para jugarretas ideológicas ni para enmascarar hipócritas actitudes; porque esos mismos fariseos que se sentían indignados por tener que pagar impuestos a un imperio pagano, cargaban en su bolsillo una moneda de dicho imperio; y no solo eso, sino que incluso dentro del templo ellos comercializaban corruptamente con ese mismo dinero que fingían despreciar ¿De qué se escandalizaban entonces?
Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios significa ante todo darle a Dios el lugar que le corresponde sólo a Él; es decir, entender que Dios ocupa un lugar intransferible-irremplazable-inapropiable y que por lo mismo no es sano andar jugando de “representantes” suyos. Dentro de los muros eclesiales es bastante corriente toparse uno con obispos o curas o ministros o catequistas que por creerse representantes de Dios han terminado desbancándolo para entronizarse ellos y convertirse en diosecillos empachosos. Deberíamos recordar lo que se nos dice en la lectura: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios.” Los políticos (como el César) y los líderes religiosos (como los fariseos) que no disciernen sus decisiones desde Dios, terminan por creerse dioses ellos mismos y se vuelven déspotas, tiranos e inamovibles de su silla.
Ninguna doctrina política puede sustituir al Evangelio, así como tampoco ningún líder político puede dárselas de Mesías redentor. Solo el Evangelio salva al mundo. La política será liberadora cuando tenga a Dios por centro y a los principios evangélicos por norma. Jesús y su Evangelio no son políticamente neutros, como tampoco pueden ser neutros los políticos frente a Jesús y su Evangelio. La Iglesia, por ejemplo, tiene un rol determinante en la denuncia social; y que hoy lo está iniciando a hacer el papa Francisco, su voz autorizada y su capacidad de llegar a miles que ven en él un ente iluminador y directivo, significa para la Iglesia, más que un privilegio y una cuota de poder, una verdadera responsabilidad y compromiso para con la sociedad a la que sirve.
El papa no quiere cristianos desencarnados, desterrados de este siglo XXI; nos quiere, por el contrario, comprometidos tenazmente con los aconteceres temporales que envuelven nuestro diario vivir; nos quiere defensores de los derechos humanos en medio de tan variados contextos sociales; nos quiere respetuosos y críticos de las leyes civiles, pero a la vez conscientes de que no tenemos más Dueño que Dios; nos quiere “armando lío”, como diría el papa.
Ni siquiera estos países primermundistas, que se proponen (y son) como superpotencias planetarias, podrán nunca colocarse por encima de la Soberanía absoluta que tiene Dios sobre la Historia. Esto es lo que Jesús desenmascara en los fariseos, porque si ellos usaban una moneda acuñada por el César, indicaban con eso que ya habían aceptado al Emperador como su señor. La trampa que pretendían tender a Jesús los atrapó a ellos.
Jesús, por su parte, afirma que Yahweh es el Dueño absoluto de la historia, pero no al modo del Emperador, que se coloca por encima de todo y de todos. Dios no quiere estar por encima de la historia, como desconectado del desarrollo de los tiempos nuestros. Él más bien se deja envolver completamente en las contradictorias vicisitudes humanas, porque quiere compartir su Vida con nosotros, quiere anclarse en nuestras cotidianidades no como un Señor poderoso, sino como un amigo cualquiera. Ahora bien, si Dios y el César son tan evidentemente distintos ¿por qué pareciera que muchas veces confundimos sus roles? Y si no veamos:
Por muchos siglos y en muchísimas ocasiones la Iglesia y el mundo han puesto convenientemente en manos de Dios tareas y decisiones que han sido y serán siempre “cosa del César”; por ejemplo: ¿por qué se han declarado guerras en nombre de Dios? ¿Por qué se han condenado inocentes en nombre de Dios? ¿Por qué fue impuesta la hoguera a tantos en nombre de Dios? ¿Por qué se han justificado políticas bárbaras (que amputan la cabeza a los infieles) en nombre de Dios? ¿Por qué se ha penalizado el aborto terapéutico? Definitivamente, cosas del Gran César, nunca del Buen Dios. Este Gran César moderno, que se llama Mercado Económico, acumula adictivamente montañas incontables de dinero que han costado el pellejo y la sangre de miles. ¿Por qué tanta peligrosa obsesión por el dinero, si el dinero no salva y el César que lo acumula tampoco?
Lo cierto es que lo único que salva es el Evangelio y su novedoso carácter político. Sí, Dios no quiere suprimir la política, ni siquiera busca explicarla, tan solo quiere llenarla de su Presencia y hacerla más humana y honesta, más austera, más pobre. A Dios no le importan las monedas del César, que sumerge en la indigencia a millones de seres humanos en nombre de injustas y abusivas políticas. La mayor parte de la población mundial no tiene acceso al saber (científico), al poder (político) ni al tener (económico). Poder, saber y tener siguen siendo un monopolio intocable de los césares dominantes. Por eso mismo Dios no quiere esas monedas, no es esa la ganancia que Él busca.
Así pues, “démosle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pero a mí me queda una pregunta sin respuesta: si todo pertenece a Dios ¿qué resta al final para el César? No sé. La reflexión está hecha y parece que la invitación es clara: démosle a Dios lo que es de Él ¿Cómo?: dando lo nuestro a los demás.
Cristhian Alvarenga es un comunicador social, ambientalista y defensor de Derechos Humanos, Nicaragüense radicado actualmente en El Salvador. Y ahora bloguero de Gato Encerrado. Su blog personal es http://caminante2