Cuando fuimos a cortar

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Foto/Mauro Arias

Por Tania Primavera/@TaniaPreza

Llueve. Oigo el rumor, su sonido a través de la ventana de vidrios nevados. Es tiempo en que vuelvo a ver jocotes de corona. Llegando octubre y noviembre, entre las  veredas de los montes, de los cerros, de los volcanes, comienzan a subir cortadores y cortadoras de café aún entre la neblina. Ya estábamos en guerra. El guitarrista se fue con la llama de la utopía. Quedamos con ella, sola ella. Los destellos en la memoria traen sus esquirlas, sus pétalos de hielo, el shock, cambiar de casa y comenzar a ser gitana. Sobreviviendo. Cada uno en su rollo. Caminando en esas aceras antiguas y testigos de mil historias.

Un día de estos, un amigo me dice “tenés que sacar la chucha al monte”, solo me imaginé a mi chucha, libre, corriendo, en libertad en el campo, pero más bien se refiere a “quien busca encuentra”, por ahora, encontré memorias lejanas.

Santa Ana, silenciosa. Vio los pasos de mí, deslumbrarse por sus callejones, casas y ventanales de adobe donde no pude entrar. Viendo el cerro Santa Lucía y disponer a subirlo con mi perro y mi hermana o amigas. Fuimos tan libres. Alice nos llevaba a la orilla de “la línea” (del tren) buscando verdolagas, para comer. La casona, una cuadra al sur del parque Menéndez, donde creció, se desmorona y casi es ruinas.

Yo sabía que había guerra, y viviendo en la ciudad cafetalera,  nunca oí hablar de la masacre de 1932, nunca. Un día, Alice agarró a sus “cipotes”, que eran cuatro, y se los llevó “a cortar” (café). Ella que fue hija de dueño de fincas. Esa vez, que fuimos al volcán, mi padre ya había sido capturado y era “preso político”. Eran los tiempos de “la corta”. Meses después salió, se fue del país y no lo vimos más… hasta años después. No fuimos llevados a Bélgica, ni a Suecia, ni a Managua. Hubo un tiempo, en que con mis amigas por las tardes jugaba básquet con el hijo del coronel L. Corría veloz a las seis de la tarde,  la hora del “toque de queda” para llegar a la casa, pues estaba de lado a lado de barrio a barrio.

Ahí por “Tres Caminos”, caminamos,  entre las fincas, en las alturas del volcán Ilamatepec. Allá donde los vientos reinan en las noches del cafetal. Y hay barreras vivas, para que no boten el cafeto.  Esperando la hora. Pernoctamos, en el suelo aquella vez. Son “flash backs”. Los fríos que pasamos, el contacto con el arbusto sagrado, néctar color miel, del que se extrae ese fruto que llega hasta la taza y soy casi adicta: El Café.

 No me daba cuenta quizá de nada, no sabía que era como un trabajo. Ahí entre volcanes que hacen conjunto con el Lago de Coatepeque  o  “cerro de las culebras”, en náhuat-pipil. Un centro energético. Cafetales…pinos, orquídeas, paisajes y aromas. Imagino esas miles de personas cortando como lo hice yo una vez. Fue por poco tiempo. La memoria olvida. Cortábamos primorosamente y lo ponía en un canasto. No tenían que estar verdes las frutillas de café, son ricas, son dulces.  Entre la gente, recuerdo las pendientes. Duro trabajo, es mucho trabajo.

La noche en el campamento de “los cortadores”, es uno de los recuerdos que más se viene, entre el fuego de la cocina, la penumbra, el hollín, y alguien diciéndonos  “hijos de guerrillero”.

…“sacar la chucha al monte”…


 

Tania Preza2Tania Primavera Preza: Integrante del Consejo Editor de la Revista Trasmallo. Ha participado en jornadas lúdicas con jóvenes utilizando el “Juego Los Izalcos” sobre cultura ancestral indígena, la edición de exposiciones museográficas, producción de cápsulas radiales, publicaciones y talleres con jóvenes sobre derechos humanos y memoria histórica. Actualmente es responsable del Área de Comunicaciones del Museo de la Palabra y la Imagen, y conduce junto a un equipo del MUPI la  Red de Jóvenes en Defensa de los Derechos Humanos.  Desde agosto de 2014, es autora del audio espacio Entrevistas EN OFF en www.contrapunto.com.sv

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