El silencio de 1932

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Fotografía de  Carl V. Hartman, Nahuizalco 1887 / Fototeca MUPI.

 

Por Tania Primavera

Cuando era niña nunca escuché de lo que pasó en 1932. La matanza. Y eso que viví en Sonsonate, un año o más, no recuerdo, era plena guerra civil. Alice nos tuvo que llevar un tiempo donde Elena, la musa de las especias, la abuela. Me inscribieron en la Escuela República de Cuba, donde se usaba un uniforme blanco y caminaba varias cuadras para llegar, y sola. Mi hermana iba a otra escuela, creo porque estaba mas grande. O asaber. Sabíamos que papá no iba a regresar.

Estudiábamos en las mañanas. Alice trabajaba en Santa Ana. Por las tardes limpiábamos el piso de la casa de adobe. Un piso rojo, que quedaba reluciente con gas. Y después, nada de ver tele en el viejo televisor blanco y negro. La cosa era comenzar a trabajar, a preparar el área de trabajo para el ritual de llenar bolsitas con especias y engraparlas en un cartón de docena.

Así, Elena al atardecer, con sus ojos grandes y verdes, pelo rubio cano, alta, y su delantal, se ponía su yagual en la cabeza y ponía el canasto lleno de las tiras de especias que le ayudábamos a hacer.

Laurel, relajo, achiote, clavos de olor, pimienta gorda, pimienta negra… Sonsonate, Nahuizalco, Nahulingo, Juayúa, Sonzacate…Caminando. A veces la acompañé a vender, en las tiendas. Aunque no le gustaba, le preguntaba por historias pero no, nunca dijo nada. Pero nunca, nunca, ni en la escuela escuché de la insurrección del 32, de la rebelión de los pueblos de esa zona, sobre todo el occidente de El Salvador. Trabajaban la mayoria en haciendas, en fincas de café, donde las condiciones eran paupérrimas y hubo un momento que se plantearon exigir con dignidad, mejores condiciones de trabajo, con acceso a la tierra, a un mejor salario. Oidos sordos.

En la casa de la abuela, un día llegó el tío Juan, primo de ella, ojos azules. Decía que vio cosas en Tazumal, sitio arqueológico en Chalchuapa, Santa Ana. Pero era un ancianito con quien platicábamos,  quien tampoco me contó nada de 1932. Solo de los nahuales. Los animales protectores según los indígenas.

Veía pocos refajos, nunca escuché a nadie hablando en náhuat-pipil. Todavía podíamos ir a buscar agua a un río, pero nos escapábamos y caminamos mas de la cuenta en el caminito, lleno de champitas de gente trabajadora ofreciéndonos el mejor atol de elote del mundo. Subíamos con mi hermana, hasta las pozas, y ahí, en el silencio del campo, lleno de margaritas amarillas, nos envolvió el agua, sangre de la tierra ancestral, donde fluyen mas de cuatrocientos ojos de agua, como el significado de Sonsonate.

Fue hasta años después, trabajando en la memoria, la historia, que leí más, que supe más. Había un silencio. Hay aun. Un silencio que no dejaba escapar palabra, ni flor, ni dolor. Nada. No quedaba nada. Se guardó. Florece. Y Guarda.

Pasaron décadas después del 32. Miles, miles, miles, miles. ¿Diez mil? ¿Treinta mil? perseguidos y muertos por las tropas de Hernández Martínez… ¿Y las mujeres? ¿Y el Silencio?… La tierra, no fue devuelta, aun la rentan. Aun la siembran. Solo el maíz, el frijol, me dan respuestas. El fuego sagrado me lo dice.

En los ochentas, los campesinos a lo suyo, muchos se fueron a la guerrilla, otros al ejército. Sus rostros son los mismos. Sus ideales distintos. Era la guerra y yo, bañándome feliz en la poza del río, sin peligro. Era la guerra y la memoria de 1932 era invisible, al menos para mucha gente. Para mi.

Las flores de mulata salían en el patio sin muro de la casa de Elena, la abuela. Casa “tomada” porque creo que no era de nadie y no pagaban. No había agua. Por eso teníamos que ir por ella al ojo de agua, y llenar galones. Traerlos a la casita, donde había un árbol indio desnudo, o sea un jiote con una roca cerca del tronco, desde donde veía cómo los bueyes del vecino traían arena en la carreta, cómo la fosa séptica lejana tenia la sombra de un árbol de anona cargada de frutos.

En la tierra, esta la respuesta. En la ofrenda. En el fuego. En el náhuat-pipil que aun se escucha. Los colores no faltan. La vida y la muerte como ciclo. El silencio y el olvido. La palabra florece.

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