Izalco, el pueblo encantado que vio morir a sus indígenas

Share

El humo de sus rituales al fuego y a la memoria de sus ancestros asesinados en 1932, acompaña el sueño de ser reconocidos, dignificados e imitados por una sociedad salvadoreña que le dio la espalda a sus raíces y que desde esa masacre nació medio muerta.


Por Xochitl Acevedo/Fotografías por Clanci Rosa

El pueblo indígena Izalco en Sonsonate, también conocido como “el pueblo encantado” da lugar cada 22 de enero a una ceremonia ancestral para conmemorar el genocidio cometido contra indígenas y campesinos en 1932.

Los tatas y nanas, que son aquellos indígenas de edad adulta, organizan el evento en “El Llanito”, una fosa común, donde reposan una cantidad indefinida de las víctimas de “El levantamiento”, por lo tanto es considerado un espacio sagrado y de respeto.

El levantamiento en donde indígenas y campesinos se alzaron en contra el régimen militar de Maximiliano Hernández Martínez, fue a causa de la aguda desigualdad social, política y económica existente para los más desprotegidos a los cuales se les había despojado de sus tierras y violentado sus derechos.

Hernández Martínez, dictador y expresidente de El Salvador, ordenó a su gobierno exterminar a todo aquel que tuviera rasgos indígenas y además a aquellos que eran portadores de machetes, por considerarles subversivos, revolucionarios y atentar contra su régimen.

Por tal razón, El Llanito se llena de colores indígenas, altares con flores y rituales a los dioses, entre ellos el dios del fuego, y lo ofrecen a aquellos que murieron de forma trágica en 1932, “es como hacer los nueve días a los muertos, es decir, recordarlos, solo que nosotros lo hacemos cada año”, dice el Tata indígena, Rosalio Antonio Amapisten.

Entre las victimas resuena el nombre de Feliciano Ama, un cacique indígena originario del pueblo encantado, uno de los líderes de la insurrección; recordarlo es “saber de dónde venimos, saber cómo nuestros tatas y nanas lucharon y  lo que tuvieron que pasar”, dice doña Margarita Guillen, indígena de Izalco y secretaria de la Alcaldía en Común de Izalco.

De 1932 a 1992 tuvieron que pasar 62 años y una guerra civil de 12 años para que se lograra “firmar la paz”, pero en realidad, aún persisten antecedentes y sucesos de desigualdades e injusticias que igual que aquel lejano ´32,  siguen abatiendo al país. Antecedentes como una crisis económica en 1929 la cual agudizó la situación del país y sucesos actuales como la violencia y la falta de bases legales para algunas leyes que parecen estropear la paz  de la sociedad más violenta del mundo.

Los derechos humanos se reforzaron y materializaron con los Acuerdos de Paz de 1992 que el pasado 16 de enero cumplieron 25 años de haberse firmado, pero también han dejado muchos vacíos que aún no se han podido llenar, entre ellos el “reconocimiento oficial a los pueblos indígenas”, según el tata Rosalío.

El tata desea que los indígenas tengan mayor reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional, ya que afirma que no se les da el lugar que merecen, queremos un levantamiento y reconocimiento con el presidente pero a la vez no tenemos ninguno”, señala, reclama, solloza 

Añade que “tenemos que ser un solo hilo, un solo tejido, una sola masa, todos en el suelo o todos en la cama” en referencia a la segregación que existe con los indígenas y las personas comunes.

 Asimismo, la secretaria de la Alcaldía del Común de Izalco, hace el llamado a la nueva procuradora de los derechos humanos y a las instancias correspondientes a que puedan trabajar en ello.

via GIPHY Fotos/Clanci Rosa

Actualmente, un sin número de organizaciones, sindicatos, instituciones y organismos luchan cada día porque cada derecho sea respetado y tenga como tal una ley que lo respalde, así como el derecho al agua, a las telecomunicaciones, LGTBI, a los trabajadores, a las mujeres, al salario justo y digno, seguridad,  salud y educación por mencionar algunas.

Los pueblos originarios no son la excepción. Aunque no marchan, no cierran calles ni se van a huelgas, desde el silencio del sol y acompañados de la lluvia, esperan ese día en que sean dignificados, reconocidos, amados, aceptados e imitados.

Por lo tanto, los padecimientos de 1932 conllevan un significado: “Continuar con la historia” según Guillen, considerando inadmisible que cierta parte de la juventud de ahora se vuelva antipática a estos sucesos que fueron marcados con “nuestra propia sangre”  siendo imposible haber luchado para nada.

Porque aunque hayan pasado 85 años, el Tata indígena afirma que el ritual ancestral y tradicional que se hace cada año en honor a Feliciano y a todos los que murieron, es signo de que “la historia aún vive y debe de seguir dando frutos”.

 Esta masacre tuvo un costo, ir perdiendo la “lengua propia, la vestimenta, religión y costumbres”, afirma Guillén, agregando que cada vez se van desapareciendo más, ya que “los indígenas temen salir a luz pública por miedo a represalias”,  pero hay otra parte que va inculcando sus tradiciones a las nuevas generaciones.

Tal es el caso de Liliana Hernández, una niña de Morazán de origen indígena que sus cortos 10 años de edad ya es participante en la conmemoración de la insurrección indígena.

La pequeña Liliana de tez oscura, cabello negro, ojos achinados y una bella sonrisa que resplandece en su rostro, fue la que realizó el ritual al dios del fuego en la ceremonia llamado el “Baile de los negritos” alrededor de una fogata hecha con leña, inciensos y aguas aromáticas que los tatas y nanas habían hecho con flores a su alrededor, y el humo que yace para ellos significa “Purificación”.

La danza está acompañada de sonidos místicos y tradicionales del pito, tambor, ayacaxtle y cascabeles, en donde la pequeña Liliana danza con un vestido rosa y sandalias de cuero al son de los ritmos: la entrada y la campanilla, cada uno con sus correspondientes pasos, “No es difícil, solo hay que aprenderse los pasos bien”, dice Liliana, quien en sus ojos refleja la riqueza del pasado y la esperanza indígena del porvenir.

Un ejemplo claro de que la juventud puede tener viva las raíces que trataron de destruir pero que puede seguir creciendo cuando se conoce más, mi mensaje para los jóvenes es que intenten eso, (el baile) no es nada malo, uno se llena de espiritualidad ancestral”.

Consecuentemente, la Insurrección de 1932 incita a no olvidar que uno de sus líderes, Feliciano Ama, fue linchado y su cadáver colgado en un árbol en presencia de niños en Izalco, asimismo a las más de 10 mil personas asesinadas.

Autoridades de la Alcaldía del Común de Izalco invita a recordar las raíces ancestrales, las tradiciones y llevar la historia de generación en generación.

Get notified of the Latest Sport News Update from Our Blog