Por Tania Primavera
Es 1996. Llegaron atraídos porque aquí lo imposible es posible. Había una pintura suya en Cuzcatlán, había un rumor y quería volar para verlo, en algún lado quería consultar. Fue al museo Forma, pero justo cerró sus puertas cuando subía a la entrada. Los ojos llorosos de Dora Maar, como siempre pero le alegraba ver el anillo que él hizo para ella. Picasso no tiene respuestas normales que ella no le gustan. Y se van caminando por las calles, tristes, en silencio. Hacia sus tormentosos mundos interiores. En el arte. La fotógrafa, encuentra en sus bolsillos nada. Sólo su cámara. Es ella, su rostro y cabello oscuro. Inventa su viaje.
Están en San Salvador. Encuentran al indicado en el bus. Le muestran una imagen de lo que buscan. Los mendigos y vendedores entran uno tras otro, piden y cuentan sus dramas e historias en la chatarra. Olvidó sus lentes de sol. Buscan el Picasso en los mercados, en los prostíbulos, cerca del parque Infantil. Por el teatro, y nada. Fueron a ver si ahí por La Dalia, tampoco. Se les quedaban viendo. Una mujer y un hombre raros. Mejor se fueron de ahí del centro. Llegando a la Minerva de la universidad un loco le dijo: Usted es Picasso. Así es! Le dijo. Me reconociste.
Es sábado. En la acera, un bom bom sin terminar de comer. Unas medias a medias. Una sombrilla. Un sol que quema. Un viento que libera. Ve mas, la dirige la nada. El niño en la esquina pidiendo a diario. Dando vueltas y giros extraños en dimensiones ocultas. Una hoja que se desprende y extrañamente florece fuera de la planta.
En San Salvador nadie reconoció a Picasso solo Ricardo Lindo. Pero no le creyeron que visitaba la ciudad. Había un rumor que existía un cuadro Picasso aparecido en la ciudad. Dora le dice mejor que la lleve a fotografiar a la mujer desconocida que perdió la razón. En las calles cercanas a la universidad nacional, destruida por las bombas. Al llegar, ahí mismo hace una pintura. Se volvieron invisibles. Porque no existían ya. Solo en el recuerdo. Tenia una vida. Buscaba el modo de ver el rostro de la mujer enloquecida. No tenia. Solo se soltó y salió corriendo. Y se llevó la pintura de ella misma entre los árboles de mango. Dora volteo a ver su dedo, el anillo no estaba, lo botó en algún lado. Pero no sabia donde en la ciudad. Dora lloró. Captando mas que una imagen para su colección de fotos contrapuestas o sobre expuestas.
Nada es todo. Sus risas por nada. Y ve el parque de El Pañuelo, cerrado. Llueve mucho. La loca, se cubre con un plástico. De las heliconias están brotando flores color rojo con anaranjado. Ella, viste su túnica azul y ocre de seda. El, viste con con harapos y están manchados de pintura. Pero se dio cuenta que su pintura, la pintura que buscaba para verla, no era, alguien más la pintó por él. La leyenda quedó con alegría en las memorias que dibujaron sonrisas en Cuzcatlán de imposibles que son posibles.