Por Tania Primavera
Cuando había tiempo, la tía Mabel nos llevaba a Atecozol. En ese año que vivimos en Sonsonate, con mi abuela Elena, rubia y piel clara, vendedora de especias. Nos subíamos en el bus y llegábamos hasta el pueblo de Izalco. Lugar donde se encuentra el balneario creado en un nacimiento de agua.
Es como otra dimensión. La dimensión a la que pertenezco. Entre árboles de bálsamo, amates, nísperos, mangos, entre otros. Pájaros, y animalitos caminaban libres entre los senderos. Es un lugar popular. Fue creado para eso. Aunque en 1941, el general Maximiliano Hernández Martínez inauguró solo un baño público, fue años después que hicieron el turicentro.
Nos la pasábamos todo el día dentro de las inmensas piscinas de agua que corría limpia, con vista al colosal volcán gris azulado asomándose. Mientras la tía nos esperaba sentada, a veces se bañaba, otras no, era joven y solitaria. Me enseñó a trapear bien, y que el piso estuviera siempre limpio, que no quedara rayado. A veces nos llevaba a pasear a las ruedas, cuando habían. No recuerdo haber ido al mar.
Estábamos en plena guerra, no pudimos estar en Santa Ana y Alice nos tuvo que llevar un año ahí. Nos llegaba a ver los fines de semana mientras trabajaba de lo que fuera. Mi padre estaba en la guerrilla, pero nunca supimos de el toda la guerra. Así que estábamos solos. Alice y cuatro cipotes.
Fuimos muchas veces a Atecozol, yo nunca escuché de niña en ese entonces sobre la matanza de 1932. Tampoco mi abuela lo mencionó. Ni don Víctor, su esposo. Un señor raro, de Izalco, mi mamá decía que había sido oreja, pero asaber nunca lo volví a ver.Mi abuela murió en 1990, la madrugada del día de las brujas, el 31 de octubre. No tengo nada de ella, mas que su recuerdo.
Bajo tierra estan los miles de muertos de la rebelión, en Izalco donde fluye el agua limpia, corazón de vida, es Atecozol agua de sabia indígena.
Para poder irnos de paseo, tener nuestros pancitos con queso o margarina que era el refrigerio, teníamos que portarnos bien, tener los galones llenos de agua llenos, íbamos con mi hermana al ojo de agua y la acarreábamos, era algo lejos, entre el monte y caminitos.
Veíamos a los bueyes que jalaban la carreta llena de arena, del vecino. Pasábamos por donde vendían el atol. Las lavanderas, hasta ir dejando atrás las casitas, las champitas… el ojo de agua. Teníamos ganado el paseo. Era una ilusión, que nos llevaran a Atecozol. Después de la gran bañada, salir a comernos con gran hambre lo que podíamos tener. Bien chapudas quedábamos del agua y el sol.
Cuando ya nos aburríamos, nos íbamos a caminar por todo el parque. Atecozol fue diseñado por el arquitecto René Suárez y el ingeniero Federico Morales, y fue inaugurado en 1956, por el gobierno de Oscar Osorio. En esa época se dio un auge de realización de turicentros. Se logró realizar algo que no compitiera con la naturaleza, donde también participó en Atecozol el escultor Valentín Estrada, donde con piedra tallada volcánica, creo los famosos sapos, deidades indígenas, la Cuyancúa, etc…que permaneces como iconos del lugar. Que podemos abrazar.
Nunca nos tomamos fotos, no teníamos cámara. Apenas pies y energías para alegrarnos por esa salida. Para luego regresar en el bus, despidiéndonos del pueblo de Izalco, hacia la casita blanca de adobe en la cuesta del barrio Mejicanos de Sonsonate.