Por Jessica Lemus*
Te hablo a vos, que levantaste tu mano contra tu mujer, a vos que educas a tu hija para que sirva y a tu hijo para ser servido, a vos que le bajas el ruedo a la falda de tu novia, a vos que juzgas mi inteligencia por el tamaño de mis senos, a vos que te consideras una especie superior, a vos que nunca vas a parir pero que sabiamente opinas sobre lo que es mejor para mi cuerpo.
A vos que como un buen cristiano, te rasgas las vestiduras condenando el aborto, a vos que crees que por cumplir con tu deber económico de esposo y padre te volves dueño de la mujer de la casa, a vos que te enojaste porque detuve mi camino para exigirte respeto luego de tu galante piropo, a vos que buscas compensar tu falta de testosterona gritándome, a vos que como un pseudo intelectual te sentás en la universidad hablando de la desigualdad de las leyes, a vos que te molesta mi voz, a vos te hablo.
Y yo, una mujer, madre, hija, esposa quiero decirte que el reino del terror no dura para siempre, y que la mordaza en la boca ya me cansó. Quiero decirte que no te tengo miedo y que como yo hay muchas, que tus insultos y desprecios – que te informo que también es violencia – no hacen más que motivarme a hablar.
Que tras años de luchas y miles de mártires ofrendadas a tu superioridad, no voy a detenerme ahora. Y que sé que tu violencia será gradual y que adornarás tus palabras con miel y alcohol, y que jurarás amor eterno mientras te vuelves dueño de mi vida y mis recursos, y me culparás a mí por no saber comprenderte, y que tus actos violentos son puras reacciones naturales, porque vos naciste así: macho.
También sé que aun cuando bajaste la voz y refinaste tus modos, seguís llevando el puño guardado, y que esperarás verme dormida para ahogarme con una almohada, o para estrangularme con una bolsa, o que estarás presente en festividades siempre esperando el momento adecuado… y me matarás.
Pero ya no somos las mismas, me eduqué, me informé y consiente de mi valor, mi voz se ha multiplicado y el silencio ya no es una opción.
Y con el miedo se fue la mujer sumisa y complaciente, y ahora, con la fuerza de la rabia y la indignación, viéndote a los ojos de digo: ¡NI UNA MENOS!