Opinión por David Pérez*
Entre agosto y septiembre hice un trabajo universitario: entender las motivaciones de los ciudadanos que anularon votos en las elecciones. Era una tarea sencilla, sin mayores pretensiones que navegar a mediana profundidad en aguas conocidas, embutido en la escafandra teórica de la antropología política.
Redacté un cuestionario, de unas 16 preguntas, y me fui por los pasillos universitarios a preguntar. Primero a estudiantes de no menos de 25 años de edad, si les era concebible creer en Arena y el FMLN, qué pensaban de ellos, si podían tragarse una promesa más empaquetada en celofán tricolor o rojo, su autoubicación ideológica y, sin olvidar la obvia, si anularon voto por qué lo hicieron. Esas mismas preguntas las hice a estudiantes de entre 18 a 24 años de edad. La mayoría de los que respondieron procedían de los municipios ubicados al sur y al este de San Salvador, es decir, Soyapango, San Marcos, Nejapa, Mejicanos, Cuscatancingo y, a veces, también de un poco más allá como Quezaltepeque o Apopa.
Las primeras respuestas no me quitaron el sueño porque —por intuición o porque tengo poderes mágicos que me vienen por inmanencia cartesiana— eran previsibles: seis de cada diez estudiantes se sentían cómodos considerándose de centro, es decir, en las antípodas de los clásicos soldados partidarios que alzan el puño derecho o el izquierdo. Pero esto no es nuevo. Desde hace más de quince años la Universidad de Vanderbilt lo mide en El Salvador; antes de 2008 la mayoría de los salvadoreños se consideraban, o de izquierda o de derecha.
Después la cosa cambió y está como está ahora. Si lo sabía yo, ¿cómo no iban a saberlo los dirigentes de esos partidos? Bueno, pero al punto, mi conclusión después de analizar las respuestas de los cuestionarios y de entrevistar a otros estudiantes y a algunos expertos: no es que una parte de los salvadoreños menores de 30 años de edad menosprecien los valores que la izquierda y la derecha tradicionalmente representan, es que más bien rechazan aceptar que Arena o el FMLN, cada uno por su lado, representan esos valores.
A ver, simple: si una organización política les habla en su idioma, se los gana y les dice ser de ultraderecha ellos mañana serán de ultraderecha y se irán a enflorar a Franco cada 20 de noviembre; si alguien que se dice de ultraizquierda se lo gana igual: irán a venerar al amado líder norcoreano. El paso a la autodefinición ideología de centro, más que un paso, es un empuje provocado por el desprestigio de esos partidos. Ese centro, más que concienciación autónoma, es oposición mecánica a los partidos que funda una nueva identidad.
Las bases fundacionales de la identidad partidaria en El Salvador, como seguramente lo son al otro lado del charco, son de oposiciones binarias: militante del PDC en oposición al PCN en los años 60; militante de Arena en oposición al PDC en los años 80; militante del FMLN en oposición a Arena en los años 90 y 2000; militante o simpatizante de, por decir algo demasiado temprano y atrevido, Nuevas Ideas en oposición principalmente al FMLN.
Puede asumirse que una parte de los ciudadanos menores de 30 años de edad se autodefinen ideológicamente como de centro, en oposición a efemelenistas y areneros —no tanto por vocación a la reflexiva calma del centro— con lo que con el transcurrir de los días, los meses y los años puede, otra organización política distinta a Nuevas Ideas, terminar de desplazar a los partidos de los años 80 y 90, sabiendo que hay una nueva identidad que espera referentes de los que nutrirse. Corrijo: es inexacto hablar de desplazar; enterrar es el verbo que encaja en este rompecabezas.
El antropólogo mexicano Roberto Varela desgaja de la participación política elementos simbólicos y de los elementos simbólicos procesos de construcción de identidad, es decir, espacios físicos, discursos, autoafirmaciones que sirven “para fijar una posición frente al poder”.
La nueva identidad partidaria que empezó a cuajar entre 2013 y 2014 se define por oponerse a los partidos de los años 80 y 90. Si en la Guerra Fría un militante se identificaba orgullosamente a sí mismo como anticomunista —o antioligárquico o contra los militares, para el otro caso— ahora el orgullo es identificarse antiarenero o antiefemelenista. Arenero o efemelenista, en el nuevo discurso aglutinante y esos partidos sinónimos de lo más abyecto del mundo.
Es innecesario. Es estéril. Es inútil que Arena y el FMLN hablen de renovación de sus dirigencias, de cambiar discurso, de abrir espacio a la participación de los jóvenes, de pedir perdón por las desgracias causadas, de moderarse. A esta altura del partido ya deberían saber que una parte de los ciudadanos los identifican como los enemigos a rematar. Pim pam pum.
No hay reinserción posible. En la mentalidad del salvadoreño la constricción es un acto vacío. La reinserción, como diría Leonardo Padura, es una “paja mental”. El camino que les queda es la irrelevancia y finalmente la implosión. Pueden verse en el espejo del PCN y el PDC.
*David Pérez es periodista y estudiante de antropología.