La travesía en México
Luego de despedirse, Marisol tomó sus cosas y se fue con su novio a la terminal de oriente. A las 11:00 pm, de ese 1 de septiembre de 2017, tres coyotes llegaron para guiarlos. En total, eran nueve mujeres, entre esas Marisol, y 11 hombres que buscaban llegar a los Estados Unidos.
El primer tramo del camino, entre El Salvador y Guatemala, fue tranquilo. Viajó en autobuses y comió bien.
“Ya a punto de dar el salto a México unos policías federales se subieron para registrar y bajar a alguna persona que no cumpliera con el perfil del típico mexicano de esa zona. Cuando llegó hasta donde yo iba sentada, el oficial me observó de pies a cabeza y quizá vio en mí una oportunidad para sacar lucro. Me dijo que bajara del bus”, recuerda Marisol.
El policía se le acercó y en voz baja le dijo: “Dame unos 200 pesos y ahí queda todo, no te voy a molestar”. Marisol, en cuestión de segundos, hizo cálculos y concluyó que si le daba dinero se iba a quedar sin comer en algún momento, así que se le ocurrió mentir.
“Yo le inventé al federal que no llevaba dinero en ese momento y que mis papás en El Salvador habían vendido unas vacas para que yo me fuera del país. Y, quizá, como que le causé compasión y me dijo que me subiera al bus”, relata Marisol.
Antes de subir al bus, el policía la agarró del brazo y le susurró: “mirá niña, te voy a dejar ir, pero te aseguro que más adelante te van a detener y ese cuento no te lo van a creer”.
A unos metros de la puerta del autobus, Marisol observó que otros policías abusaron sexualmente de una de las migrantes salvadoreñas que iba en el grupo hacia Estados Unidos.
“Cuando vi eso, sentí angustia y agonía. Me arrepentía de haberme ido, me fui a sentar y lloré en silencio. Me sentía frustrada porque yo dejé botados mis estudios, tenía una beca y a consecuencia del viaje la perdí”, recuerda Marisol.
Cuando finalmente llegó a la Ciudad de México, uno de los coyotes le dijo al grupo de migrantes que otro coyote fue capturado por la policía mexicana y que no podían avanzar sin él. Así que cada quien tenía que encontrar algún refugio o seguir por cuenta propia.
Marisol y su novio siguieron a un coyote al que apodaban “El Calvo”, quien les dijo que los llevaría hasta la frontera de México con Estados Unidos. Pero en el momento en que se suponía que los llevaría, les dijo que sin dinero no podía hacer nada por ellos.
Luego les propuso que si querían pasar la noche en algún motel y no en la calle, Marisol tenía que dormir en la misma cama que “El Calvo”. Marisol y su novio se negaron al ofrecimiento. Antes de que se fueran, “El Calvo” les dijo que si querían dinero para llegar hasta la frontera podían trabajar para él en su casa.
Marisol y su novio confiaron en su palabra y se fueron con “El Calvo”. Cuando llegaron, el hombre les presentó a su esposa y a sus siete hijas. Les mostró la vivienda, que mejor dicho era una mansión, y les indicó que tenían que dormir en el suelo de la sala de estar.
“Los dos le hacíamos el trabajo de la casa, junto con mi novio, y dormíamos solo una cobija que nos dieron. Yo tenía miedo porque esa gente adoraba a la Santa Muerte y tenían como un altar. Era todo bien feo, yo me sentía con un gran miedo”, relata Marisol.
Mientras tanto, el padre de Marisol contactó a otro coyote y le pidió de favor que ayudara a su hija y a su novio a irse para la frontera. El coyote se puso de acuerdo con Marisol y su novio para que escaparan de la casa de “El Calvo”.
El nuevo coyote les dijo que igual tenían que reunir un poco de dinero para llegar hasta la frontera, así que los llevó a una fábrica de esmaltes.
“Nos obligaba a trabajar. Yo creo que trabajamos más de 8 horas diarias, todo los días del mes entero que estuvimos ahí. Y no recibimos ni un centavo, porque él decía que ahí estábamos pagando la comida y la dormida”, cuenta Marisol.
Cansada de lo que tuvo que pasar, decidió que era hora de huir y regresar a El Salvador. Dejarse agarrar por policías de migración y esperar su deportación.
“Es bien difícil estar en otro país donde hay marginación por parte de los mexicanos hacia los salvadoreños, no sé por qué”, dice Marisol.
Dicho y hecho. Huyó del lugar y con la ayuda de su padre, quien le mandó $300, se regresó a El Salvador. En el camino de regreso, unos policías guatemaltecos se subieron al autobús en el que venía y le robaron los últimos $100 que su padre le había enviado para regresar.
En 2018, las autoridades migratorias de El Salvador informaron que entre enero y noviembre retornaron o fueron deportadas 22,413 personas desde México y Estados Unidos. De esas, 5,128 eran mujeres. Las autoridades aseguran que esas mujeres dijeron, cuando fueron entrevistadas, que su principal motivación para abandonar el país fue la falta de recursos económicos, seguido de la inseguridad.