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La violencia nunca fue frontera para la salud en una comunidad de Soyapango

Por Mario Beltrán | Agosto 4, 2019

RELATO

Una comunidad asentada sobre un botadero de basura, en Soyapango, ha vivido la última década abandonada por el Estado salvadoreño y por los alcaldes de turno. La ausencia de las autoridades provocó que los habitantes tuvieran poco acceso al derecho de la salud, hasta que iglesias, organizaciones de la sociedad civil y Médicos Sin Fronteras demostraron que a veces pesa más el estigma que la realidad de las comunidades donde piden la urgente intervención del Estado para reconstruir el tejido social.

Celina Gámez es multifacética y, ante todo, una lideresa, con la manía de llevarse las gafas a la cabeza y enrollarse el cabello cano con bolígrafos. Esta tarde, de finales de julio, está sentada en la casa comunal de la comunidad 1 de Diciembre, en el municipio de Soyapango. Esta casa comunal, ubicada en el centro de las casitas de lámina de la comunidad, es en realidad un predio pavimentado, sin paredes y con vigas que sostienen un techo oxidado, que sirve para casi todas las actividades sociales de los lugareños. Afuera, unos niños corren, ríen y juegan en las calles improvisadas y de tierra, mientras los vendedores ambulantes anuncian el atole y otros antojos.

Celina, en una de sus facetas, es la presidenta del comité de salud de la comunidad 1 de Diciembre. Esta comunidad ha sido estigmatizada desde que se creó hace doce años, con la llegada de familias que no tenían un lugar donde vivir o que fueron desplazadas por la violencia. Llegaron hasta aquí para rehacer sus vidas, donde antes era un botadero de basura, ubicado sobre el bulevar del Ejército que conecta a Soyapango con San Salvador. Y como nadie reclamaba el lugar, consiguieron tierra y ripio para nivelar el terreno. Luego construyeron sus viviendas con láminas, plástico y pedazos de tela.

Estos doce años, según Celina, los habitantes han tenido que vivir sin acceso a la atención primaria en salud. De hecho, la comunidad ha vivido ignorada por las autoridades de turno local y del gobierno central. Han sido doce años en total ausencia del Estado. Algunas de las razones que explican esa ausencia son que algunos funcionarios han considerado que los habitantes de la comunidad viven ilegítimamente en un terreno que no les pertenece y otros no han llegado a la comunidad porque piensan que la pandilla y la inseguridad hace imposible el ingreso. 

Celina Gámez, presidenta del comité de salud de la comunidad 1 de Diciembre. Foto/Émerson Flores

La necesidad de la comunidad para tener acceso a la salud obligó a Celina, según relató a GatoEncerrado, a acercarse a unas personas que entraban con chalecos blancos. Cuando platicó con algunos de ellos, descubrió que eran miembros de Médicos Sin Fronteras, una organización médico-humanitaria internacional que atiende a personas amenazadas por conflictos armados, violencias y exclusión de la atención médica en más de 72 países en el mundo. En El Salvador trabaja desde 2018.

“Desde febrero (2019) veíamos que Médicos Sin Fronteras entraban, caminaban con sus logos y chalecos por toda la comunidad. Un día estaban comprando queso para el almuerzo y yo me acerqué y me fui a poner a la orden, porque vi que era una institución seria. Les dije que era maestra y que pertenecía a la Cruz Roja Salvadoreña y que si en algo les podía servir, ahí estaba. No tardaron. A la semana me llamaron invitándome a una reunión que iban a tener con algunos líderes y que ya estaban atendiendo a algunas personas que miraban con enfermedades difíciles”, dice Celina, esta tarde de julio.

Celina tiene 30 años de experiencia como maestra en una escuela pública cercana. Pero eso no es todo, Celina también es pastora de una iglesia evangélica de la comunidad. Fue a partir de su contacto con Médicos Sin Fronteras que luego se convirtió en la presidenta del comité comunitario de salud.

Si no fuera por la atención que brinda Médicos sin Fronteras, la comunidad seguiría como en sus doce años de existencia: ignorada por las autoridades. Algunos habitantes de la comunidad confirmaron a esta revista que nunca vieron llegar a un ministro de los gobiernos del FMLN, mucho menos a un presidente. Los alcaldes de Soyapango tampoco. 

Hubo tímidos intentos de acercamiento con el exalcalde de Soyapango y actual diputado del FMLN, Carlos Ruiz, pero de nada sirvió. Lo mismo con el exalcalde de Arena, Jaime Lindo.

El único funcionario que llegó a la comunidad fue el exalcalde de San Salvador y actual presidente de la Asamblea Legislativa, Norman Quijano, durante su campaña para la presidencia de la República. Esa visita, de todas maneras, no sirvió de nada. La comunidad quedó igual: ignorada.

“Ha sido bien difícil porque por el problema de territorialidad, a la gente le cuesta ir de un lugar a otro por las pandillas, a la gente le da temor. Hubo un momento en que sí nos visitaban de la Unidad de Salud de Guadalupe, pero dejaron de venir. Luego las mismas iglesias intentaron hacer brigadas de asistencia médica. Mi iglesia fue una y con eso iban solventando”, dice Celina, para explicar cómo la comunidad resolvía el problema de atención en salud, que es obligación del Estado.

En estos doce  años, las embarazadas han carecido de controles prenatales, los jóvenes no han tenido educación sexual y hay niños de hasta diez años que nacieron ahí y que nunca fueron vacunados.

“Quien puede, de vez en cuando, sale y se traslada al Hospital Molina de Soyapango. Pero quien lo hace requiere dinero para pasajes de autobús y dinero para el día y su alimentación”, dice Celina.

Una habitante de la comunidad es atendida por los Médicos sin Fronteras. Foto/Émerson Flores

Las enfermedades en la comunidad

Entre las principales enfermedades que los habitantes de la comunidad 1 de Diciembre padecen, según el diagnóstico del comité de salud, son varias relacionadas con parásitos, además de disentería y dengue.  Además, pese a que Médicos Sin Fronteras ha realizado dos campañas de vacunación entre mayo y junio, y otra campaña para eliminar plaga de piojos, aún hacen falta. 

En la comunidad también hay una sobrepoblación de perros y gatos callejeros, que hasta hace poco fueron vacunados, pero aún falta la castración. El barranco que sirve como resumidero de basura, sigue siendo vecino de esta comunidad; es decir, la comunidad debe convivir con el basurero, las moscas y el mal olor.

 “Hay dengue por los zancudos. Si un día hay para comprar insecticidas, ya no queda para los frijoles de la noche”, expresa Celina, sobre la pobreza con que la comunidad vive.

Celina dice que la comunidad, a pesar de todo, ha experimentado un poquito de esperanza en la salud, desde que Médicos Sin Fronteras llega una vez por semana para realizar brigadas médicas gratuitas. Cada vez que eso sucede, los habitantes hacen de la casa comunal una clínica improvisada: instalan cortinas, consultorios y camillas. En las vigas de la casa comunal, los mensajes religiosos comparten espacio con rótulos de promoción de la salud.

“Al principio la gente dudó mucho y decía que no era bueno o era mentira, o era temporal. Ahora vienen y hay gente aquí, y eso es valioso porque la gente sabe que hay alguien y traen a sus niños. Hemos tenido mujeres embarazadas que aquí han tomado sus controles y citologías”, afirma Celina.

A esta mujer multifacética no le quedan dudas: “es posible entrar a la comunidad y ayudar, pero hay falta de voluntad de las autoridades”. Adentro, hay iglesias que apoyan con pequeñas brigadas médicas y de alimentación. Hay un comedor infantil de una organización no gubernamental y alguna vez ingresó una fundación de consultas visuales para una campaña oftalmológica.

Melissa Domínguez es mexicana y además gestora de actividades comunitarias del proyecto “Fronteras Invisibles” de Médicos Sin Fronteras. Ha estado los últimos seis meses trabajando en distintas comunidades, y desde octubre de 2018 en la comunidad 1 de Diciembre, y sin vacilación afirma que nunca ha tenido un problema de inseguridad.

“Uno de los aprendizajes que hemos tenido es que el acceso es posible, que hay capacidad de acceso. La comunidad está dispuesta, independientemente cuál sea su rol, facilita su acceso. La clave ha sido hacer el diálogo con la comunidad para brindar el servicio. Nunca hemos tenido un incidente de seguridad dirigido hacia la organización. Al contrario, toda la comunidad colabora”, dice Domínguez a GatoEncerrado.

Domínguez explica que Médicos Sin Fronteras realiza previamente actividades exploratorias en la zona. Parten de la sospecha de que estas comunidades no tienen acceso a servicios de salud y llegan para hacer el diagnóstico.

“La forma en la que Médicos sin Fronteras tiene acceso a las comunidades es siempre a través de líderes comunitarios”, afirma Domínguez, para revelar que aquí la clave es llegar a entendimientos sobre los beneficios que obtiene la comunidad si dejan ingresar a la organización.

De acuerdo con Domínguez, la estrategia es ganarse la confianza de los líderes comunitarios para luego tener un primer acercamiento y hacer diagnósticos exploratorios. Con esos diagnósticos, la organización prepara las brigadas y las coordina con las juntas directivas de las comunidades o con los comité de salud comunal.

Entre las actividades que realiza Médicos sin Fronteras dentro de las comunidades están las brigadas médicas con servicios médicos básicos y doctores en medicina general, enfermeras que apoyan con el tema de salud sexual y reproductiva, trabajadoras sociales y psicólogas.

La intervención comunitaria de Médicos Sin Fronteras va en dos líneas: la promoción de la salud y de los servicios de Médicos sin Fronteras y la parte psicosocial que busca darle herramientas a la gente para afrontar la violencia, a través de acciones que acompañen a la comunidad en la reestructuración del tejido comunitario.

Asimismo, realizan trabajo de salud mental, talleres de primeros auxilios, campaña contra el dengue, campaña de vacunación para niñez, atención a embarazadas y campaña de abatización en coordinación con la Unidad de Salud de Guadalupe, bajo la coordinación del comité de salud, cuyos miembros ya están carnetizados.

La comunidad aún convive con el basurero, que se ha convertido en un foco de contaminación y enfermedades. Foto/Émerson Flores

¿Y los pandilleros?

En la comunidad 1 de Diciembre, como en otras donde Médicos sin Fronteras ingresa, hay pandilleros. Pero la organización dice que en realidad ese no es un problema para proveer atención en salud, donde previamente hubo entendimientos con los líderes comunales.

“Nosotros brindamos atención y no preguntamos si son o no pandilleros. Hemos atendido todo tipo de urgencias. Hemos tenido servicio pre-hospitalario, que son las ambulancias que tenemos en Soyapango atendiendo situaciones de fuego cruzado o alguna pelea. Pero sí hemos atendido gente de pandillas, porque atendemos a quien sea sin preguntar”, explica Domínguez.

Domínguez detalla que Médicos Sin Fronteras ha seguido su estrategia para entrar en otras comunidades como Tineti, Concepción Don Bosco, San Juan Bosco y Granjero, en San Salvador. Mientras que en Soyapango trabaja en la comunidad 1 de diciembre, la 22 de abril, Río Las Cañas, Bosques del Río, Barrio Lourdes, Barrio Peralta, La Campanera , Las Margaritas, entre otras.

Asimismo, sirven como enlace entre organismos estatales y municipales como el Ministerio de Salud, las Unidades de Salud y los comités de salud que ellos impulsan en comunidades de alto índice de violencia.

“Médicos sin Fronteras va con las Unidades de Salud, gestiona campañas y acciones de salud y les acompañamos para que ingresen a la comunidad. Y son recibidos por los comités de salud. Procuramos que se conozcan y queden en contacto y sepan con quién entenderse, incluso sin Médicos Sin Fronteras”, dice Domínguez.

Cuando los Médicos sin Fronteras llegan, la comunidad se organiza para pasar consulta. Foto/Émerson Flores

Vivir en la 1 de Diciembre

La junta directiva ha buscado cómo resolver el problema de la propiedad de las tierras, pero el gran obstáculo es que no tiene claro a quién pertenece realmente el terreno. Han buscado la forma de conseguir legalmente la escritura de propiedad que les permita, entre otras cosas, aparecer en el mapa de derechos humanos del Estado salvadoreño.

Un predio de tierra con zacate crecido y unas porterías de tubos de hierro oxidados, hacen las veces de una cancha de fútbol. Solamente la calle principal está pavimentada mientras que los pasajes internos son de tierra sin canaletas de agua ni tragantes. Hay postes de energía eléctrica con alumbrado público. Las viviendas tienen contador de energía eléctrica y hasta hace unos meses han tenido acceso al servicio de agua potable.

Los callejones rurales de la comunidad y las viviendas improvisadas, a menos de un kilómetro de la zona industrial y de centros comerciales de Soyapango, son el testimonio de que la corrupción, la ausencia del Estado y la estigmatización han impedido el desarrollo de las personas que llegaron hasta aquí para encontrar un refugio. Lo que sí abunda en la comunidad son las iglesias evangélicas, donde parece que hay un culto perpetuo. 

La voz de Celina se corta y prefiere mirar a un costado, cuando se le pregunta qué hacen los jóvenes para divertirse en esta comunidad. Luego, con un dolor de madre, dice que en la comunidad no hay canchas, ni lugares adecuados para practicar deportes.  Dice que los instructores de Tae Kwon Do de la Alcaldía de Soyapango ignoraron su petición de instalar una escuela.

“Yo hablé con los de Tae Kwon Do de la Alcaldía. Los conozco porque llegan a la escuela donde trabajo. Les pedí que pusieran una escuela de Tae Kwon Do y les dije que les iba a pagar a los instructores. Me dijeron que no porque no podían entrar. Yo vivo ahí, les dije, así como entran a la escuela, vayan a la comunidad. Yo le busco a 20 jovencitos y pensé en la casa comunal. Me lo negó hace tres meses”, lamenta Celina.

En la comunidad tampoco hay una biblioteca o un centro de computo comunitario con acceso a internet. “Todos tenemos libros en nuestras casas, escuelas, que nos pudieran regalar. Debería de haber siquiera una media guardería donde los niños se pudieran quedar al menos medio tiempo”, agrega Celina.

En esta comunidad, algunos de los habitantes salen a vender desde las cuatro de la mañana, porque la mayoría son parte del sector informal. Con ellos, van los niños quienes también ayudan a sus padres a vender. Regresan a las nueve o diez de la noche.

Juan Francisca López, de 70 años, vive en la comunidad y para conseguir dinero recoge y recicla basura. Foto/Émerson Flores
La mayoría de viviendas en la comunidad 1 de Diciembre lucen así. Las familias llegaron al lugar tras no tener a donde vivir o por huir de la violencia. Foto/Émerson Flores

Sobre la escolaridad, Celina dice que los niños estudian hasta el sexto o séptimo grado de primaria. No llegan a noveno porque las graduaciones sobrepasan el presupuesto familiar de los habitantes, y por eso algunos padres prefieren llevarlos a trabajar. Algunas mujeres de la comunidad también dicen que ya hay varios casos de adolescentes que quedan embarazadas a los 14 años y su embarazo no tiene garantías de controles prenatales.

“No hay visión de vida, un sueño, una beca. Solo en esta comunidad hay un niño que está becado por el gobierno y va a aprender inglés. Está becado por buenas notas, pero tenemos el problema que los papás no tienen para darle para el pasaje del bus. Un dólar es poco pero no lo tienen”, dice Celina.

La maestra y pastora dice que ha visto a la nueva ministra de Salud, Ana Orellana Bendek, anunciar donaciones de millones de dólares en medicina recibidas de la embajada de Jerusalén a El Salvador. La ha escuchado decir que ahora la política de salud será diferente y por eso Celina se atreve a hacerle un llamado a que se acerque a la comunidad.

Esta tarde de julio, Celina dice que tiene esperanza. Dice que tal vez el nuevo gobierno, liderado por Nayib Bukele, se fija en la comunidad y no la deja ignorada como lo hicieron los gobiernos del FMLN.