Opinión - REDIA

La historia y los problemas del presente: coordenadas para el debate

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Carlos Gregorio López Bernal

Dr. En Historia. Asesor científico de REDIA El Salvador. Universidad de El Salvador
cglopezb@gmail.com

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Carlos Gregorio López Bernal

Dr. En Historia. Asesor científico de REDIA El Salvador. Universidad de El Salvador.

Aparentemente la historia es una disciplina centrada en el pasado, o como dicen algunos: “pasado pasado”. Y ciertamente, según su especialidad e intereses, los historiadores se alejan conscientemente del presente, buscando conocimientos y explicaciones sobre los procesos sociales de antaño. Sin embargo, un historiador desvinculado del presente no tiene mucho sentido. Vivimos hoy en día y nuestro conocimiento debiera tener alguna utilidad en el presente. Sin ser excesivamente pretenciosos, podríamos decir que nuestro trabajo puede dar luces para entender los problemas actuales.

Muy conscientemente utilizo la palabra problema. Para que la historia deje de ser arcón de curiosidades pretéritas o simple narrativa sobre hechos y personajes, debe trabajar consistentemente sobre problemas, entendidos como cualquier situación que reta a un individuo o grupo social y exige una solución o respuesta. El devenir de la humanidad ha sido resolver, e incluso crear, problemas. Toda sociedad, independientemente del tiempo y el espacio en el que viva, enfrenta problemas; para resolverlos se organiza de alguna manera. La forma más moderna de organización política es el Estado.

Dominar un territorio, organizar la producción, comerciar, gobernar, enfrentar una peste, hacer la guerra e incluso divertirse son situaciones que se constituyen en problemas a resolver. Estas son situaciones recurrentes, lo que cambia son los recursos disponibles para enfrentarlos, ya sean materiales, tecnológicos o de pensamiento. Si los historiadores trabajan con problemas, es plausible pensar que tengan algo que decir sobre las dificultades del presente, lo cual pueden hacer por dos vías: la primera, mediante investigaciones académicas sobre determinados campos, por ejemplo, economía, política, medio ambiente, etcétera. Esto es lo que normalmente se espera que hagamos y generalmente no genera controversias, y si las hay se reducen a debates al interior de la comunidad académica. La segunda es dando una “opinión calificada” sobre situaciones problemáticas cotidianas; hay que decir que en nuestro medio el gremio no es muy dado a hacerlo aunque debiera. Quizá por eso, cuando sucede, genera suspicacias cuando no descalificaciones. Sobre todo en un país como este, en el que cualquier punto de vista pasa por el tamiz de las filias político-ideológicas.

Las reacciones ante los pronunciamientos de los historiadores están condicionadas por el qué dicen y el cómo lo dicen. En el primer caso, si tratan temas alejados en el tiempo y bajo formatos convencionales (libros o artículos que generalmente tienen un público restringido), lo más seguro es que no trasciendan más allá de la comunidad académica. A menos que esos temas tengan evidentes repercusiones en el presente, como aconteció con los trabajos de David Browning y Rafael Menjívar sobre la tenencia de la tierra. Cuando se publicaron, el problema agrario era una de las causas que tenía al país al borde de la guerra civil. En todo caso, este tipo de trabajos tienen una estructura que les permite formular y demostrar tesis, sostenidas por abundante evidencia empírica, que los protege de la crítica no calificada. Por supuesto que generan debate en el ámbito académico, pero eso se da por descontando. Es más, un trabajo académico que no genere algún tipo de controversia no deja de ser sospechoso.

En el segundo caso, puede suceder que se traten problemas más ligados al presente y bajo formatos menos convencionales (artículos de opinión o entrevistas) que llegan a un público más amplio y no siempre poseedor de los marcos de referencia necesarios para su mejor comprensión. A diferencia de cuando se escriben libros o artículos, acá no se tiene mucho espacio para desarrollar argumentos; mucho menos para hacer sesudas demostraciones. En este caso, la capacidad de síntesis es muy importante. Es obvio que aquí hay más riesgo de recibir juicios apresurados y superficiales.

Esta última modalidad permite llegar a más personas, pero obviamente tiene sus desventajas. Asumirla es una decisión personal que cada uno debe tomar. Personalmente considero que es parte del trabajo de divulgación que debemos hacer, pero también es una responsabilidad ciudadana, sobre todo cuando se trata de discutir temas que tienen o pueden tener repercusiones en la sociedad. Ojalá siempre sea una opinión calificada; es decir que se fundamente en el conocimiento histórico, o al menos en el buen juicio.

Es necesario reconocer que en tanto individuos no estamos exentos de filias o antipatías de diverso tipo. Lo ideal sería que estas no permearan nuestros análisis, pero esto no siempre es posible. En todo caso, lo más importante debiera ser la calidad de los argumentos. Sobre esa base es posible una discusión interesante y fructífera, que nos permita conocer más y entender mejor, aunque no necesariamente haya un acuerdo. Bajo tales premisas, los historiadores no debiéramos rehuir al debate, sino promoverlo.

 

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