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Midsommar: un viaje de horror y ocultismo

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Alex Martínez

Fotógrafo y periodista independiente. Bloguero del sitio La habitación de las luces obscenas y colaborador en la revista Bulla.

El folk horror es un subgénero del cine de terror, que se desarrolla desde un ambiente rural y recóndito. Imperan las jerarquías sociales, el misticismo y tradiciones oscuras que son propia del folklore popular. Midsommar, estrenada en junio de 2019 y producida por A24, es una película que renueva este subgénero.

El ser humano ha asociado durante siglos la noche con leyendas, ritos y temores colectivos. La oscuridad genera un ambiente propicio para que nuestras pesadillas cobren vida e inunden nuestras sugestiones. Pero el terror no solo se manifiesta a través de la ausencia de luz o la presencia de seres sobrenaturales. Ese es el caso de “Midsommar”, la segunda película del director Ari Aster, que muestra cómo el horror se puede presenciar a plena luz del día y el uso de alucinógenos nos pueden llevar a un mal viaje, en el que puede imperar el terror más primitivo que se alberga en nuestro subconsciente.

Debido a la pérdida de sus padres y su hermana, Dani (Florence Pugh) se sumerge en una severa depresión, que termina por afectar su noviazgo con Christian, a quien no quiere dañar más con una separación. Para mejorar su relación, Christian (Jack Reynor) decide invitarla a un viaje que realizarán con sus amigos a Hårga, un remoto poblado en Suecia que mantiene vivo un festival al cual han sido invitados por su amigo Pelle (miembro de la comunidad).

A primera vista, el poblado de Hårga parece un lugar apacible y mágico (como si de la tierra de Oz se tratara), inundado por la intensidad del sol y la variedad de flores que adornan ese pequeño lugar. Durante el viaje, vemos como la relación de Christian y Dani sufre cada vez más de distanciamiento, a la vez de presenciar que los habitantes de esa región esconden un sin fin de rituales paganos, los cuales involucran al grupo de amigos.

La incertidumbre, lo onírico y los instintos más primitivos son los componentes que desarrollan esta pesadilla diurna. El director Ari Aster logra transmitir una atmósfera asfixiante y llena de psicodelia, donde los contrastes de los protagonistas con la comunidad generan una sensación de misterio y terror que caracteriza al director.

Sin duda alguna, a Aster le gusta jugar con referencias a cultos que poseen un trasfondo oscuro. En su opera prima “Hereditary”, observábamos cómo los protagonistas sufren por las oscuras intenciones de una secta que busca traer al mundo al demonio Paimon. En el caso de Midsommar, descubrimos que las vacaciones que habían planeado un grupo de amigos resultan ser parte de una tradición pagana que necesita sacrificios humanos.

A su vez, la película posee bastantes recursos que recuerdan a la película de culto y al mayor referente del folk horror “El Hombre de Mimbre”, obra que nos narra la historia de un oficial de policía que, interesado en localizar el paradero de una niña desaparecida, termina varado en una isla escocesa, rodeado de un poblado que le rinde culto a dioses paganos. Esa misma intriga logra materializar su director en la relación que tienen el grupo de amigos con los pobladores de Hårga.

Desde una primera lectura, la cinta puede entenderse como el enfrentamiento del grupo de turistas por intentar comprender la visceralidad de las tradiciones de una comunidad arcaica en lo recóndito de un país. Al percibir la vida de una manera cíclica y ver la muerte como algo necesario, los protagonistas son testigos de las verdaderas intenciones que tienen los aldeanos en la celebración del Midsommar (celebración que tiene su base histórica en la verdadera celebración del Festival del Verano en Suecia).

Estos sucesos son los que determinan las decisiones de Dani, quien cada vez más prefiere alejarse de Christian y de todos sus amigos, con el fin de ser integrada dentro de la comunidad de Hårga. Y es así como ella decide borrar de manera metafórica y real todo lo relacionado con su pasado.

A cada momento, la película genera tensiones. Confronta nuestras ideas sobre el miedo con las que propone el autor y crea una atmósfera de incomodidad que se ve reforzada en la propuesta visual del director. Nos sitúa en un ambiente lisérgico provocado por la sobrexposición de la cámara, los efectos visuales, los colores contrastantes y una mezcla de sonido que nos transporta a la pesadilla ideal para un yonqui en sobredosis.

En Midsommar convergen todos los aspectos positivos que puede tener una cinta de terror en la actualidad: una historia consistente, referencias a culturas paganas, un trasfondo en sus personajes y la creación de una atmósfera única. Ari Aster ya se posiciona junto a Jordan Peele y Robert Eggers como lo mayores representantes de la nueva ola de terror que ha venido a cambiar la industria de este cine, un cine poco valorado entre los académicos.

*Fotos de la película

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Alex Martínez

Fotógrafo y periodista independiente. Bloguero del sitio La habitación de las luces obscenas y colaborador en la revista Bulla.

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