Opinión

Carta abierta para quienes creemos en un mundo mejor

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José Luis Magaña

Economista por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), con especialización en Estado, Gobierno y Democracia por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Ha trabajado en el acompañamiento de organizaciones sociales en temas de economía social y solidaria, soberanía alimentaria, justicia fiscal, inversión y comercio. Actualmente es coordinador de investigación e incidencia de Panorama Económico.

Hoy, cuando las palabras de odio se toman los discursos presidenciales y quieren contaminar los corazones, como las grandes industrias contaminan nuestros ríos, aprendamos de las comunidades que resisten y defienden esos ríos y así mismito resistamos y defendamos la alegría.

Por José Luis Magaña*

Cuentan los pueblos mayas, de la parte del Abya Yala que hoy conocemos como Chiapas, que los dioses primeros, los que crearon el mundo, dejaron algunas cosas pendientes. Una de esas fue que no hicieron a los hombres y mujeres cabales, todos, de buen corazón, sino que se les salió algún otro personaje, que asumen gobernaciones o presidencias de países, con el alma mala y con el corazón chueco. 

Hombres y mujeres que no alcanzaron corazón de maíz, que ocuparon ese espacio vacío con el dinero, con las ansias de poder. Es fácil reconocerles, dicen. Porque de sus bocas solo salen engaños y odios, porque atacan con malicia a los hombres y a las mujeres de maíz. Que a veces, hasta se hacen pasar por corazón de maíz, pero clarito se les nota el espacio vacío donde debería estar el corazón.

Dicen que cuando se dieron cuenta les ayudaron a los hombres y mujeres verdaderas, de maíz, quitándoles una palabra. El “yo”, les quitaron. En su lugar, les dieron el “tic”, que es “nosotros” en la lengua colonizadora. Vieron que el uno es necesario para aprender, trabajar, vivir y amar; pero, también, que el uno no es suficiente y que se necesitan todos, todas, todes para echar a andar el mundo.

Cada tanto, cuando la tierra se cansa de tanta falta de corazón, que es cuando la noche es más oscura, serán los hombres y las mujeres de maíz que le ayuden a la tierra a vivir.

En El Salvador hemos pasado por largas noches, donde la luz ha sido negada durante siglos para los pueblos, para las grandes mayorías. Nos hemos acostumbrado a vivir en la oscuridad de la noche, pero siempre ha habido lamparitas que alumbran un poquito el camino. Lucecitas que se encendieron tiempo atrás, lucecitas que el poder intentó apagar y las convirtió en faros para las nuevas generaciones.

Escribo asumiéndome desde una de esas nuevas generaciones. Una históricamente comprometida. Nuestras abuelas, abuelos tuvieron el 1932, nuestras madres, padres, tuvieron la persecución, el conflicto armado. Las actuales juventudes somos la primera generación que se formó fuera del contexto de dictaduras, represión política institucionalizada, guerras. ¿Qué vamos a hacer con ese privilegio?

¿Qué vamos a hacer? Una pregunta con respuesta compleja, o que la hemos complejizado, quizás. Es tiempo de juntarnos, de reconocer al otro, a la otra. De asumir nuestras diferencias, porque somos diferentes. Pero, esas diferencias pueden ser nuestras fortalezas si las asumimos desde la empatía, desde la solidaridad, desde la ternura. Reconozcámonos en las luchas de los otros, de las otras, y que muchas veces lo que consideramos nuestro derecho puede ser un privilegio que niega derechos para los más, para las más. 

Habrá quienes deberán retroceder, para que otros, otras, puedan avanzar. Solo así estaremos de verdad luchando codo a codo. ¿Luchando para qué? Para defender la alegría, nada menos. Y no cualquier alegría pasajera, de lo que se trata es de la alegría rebelde de nuestros pueblos. Esa alegría que inspira, que da calorcito en las noches frías, esa que quita la sed, esa que alimenta.

Decía el maestro Aquiles Montoya que la lucha por un mundo mejor debe comenzar por el corazón. Pero de ahí tiene que ir a la razón y convertirse en acción. Todos, todas, todes ya estamos aquí; reconozcámonos, hagamos fuerza desde el amor por la humanidad.

Pero no nos quedemos hablando aquí, entre nosotros mismos, nosotras mismas. Hoy es tiempo de salir al encuentro, con los brazos y el corazón abierto, a compartir el maíz con quienes han ido perdiendo, de a poco y con razón, granos de esperanza por un futuro mejor. Prender pequeñas lucecitas en medio de la noche.

Estas líneas pueden parecer un poco románticas, ilusas. Y puede ser que sí lo sean. Pero nacen de la convicción de que otro mundo no sólo es posible, sino que ya existe aquí, respirando a nuestro lado. Lo he visto, lo hemos visto. En la organización comunitaria en el Papaturro, en el Bajo Lempa, en La Palma. En la lucha por la defensa del agua en Cabañas, Jiquilisco; Valle El Ángel, Nahuizalco. En la lucha de las mujeres trabajadoras de la maquila Florenzi, en las 17. En nuestras madres, nuestras abuelas, las cuidadoras.

Hoy, cuando las palabras de odio se toman los discursos presidenciales y quieren contaminar los corazones, como las grandes industrias contaminan nuestros ríos, aprendamos de las comunidades que resisten y defienden esos ríos, y así mismito resistamos y defendamos la alegría.

Un abrazo compañeros, compañeras, compañeres. Estoy seguro de que nos encontraremos en el camino.

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José Luis Magaña

Economista por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), con especialización en Estado, Gobierno y Democracia por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Ha trabajado en el acompañamiento de organizaciones sociales en temas de economía social y solidaria, soberanía alimentaria, justicia fiscal, inversión y comercio. Actualmente es coordinador de investigación e incidencia de Panorama Económico.

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