Opinión

Fariseísmo: la maldición de mentirnos a nosotros mismos

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Carlos Iván Orellana

Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.

El fariseísmo fortalece y reproduce sistemas injustos y predatorios. Este podrá ser un país pobre, pero sobre todo es un país empobrecido, saqueado, mal administrado, impune y diseñado para que el 10 % más rico del país concentre casi la mitad del ingreso nacional.

Por Carlos Iván Orellana*

La noche oscura del 16 de noviembre de 1989, en el marco de la ofensiva guerrillera, seis sacerdotes Jesuitas y dos de sus colaboradoras fueron asesinados por el ejército salvadoreño en el campus de la UCA. En las emblemáticas fotografías de los cuerpos que yacen boca abajo acribillados en la grama, destaca uno que viste ropa de día, es Nacho, Ignacio Martín-Baró. Hasta hoy la obra de Nacho conforma un referente académico por la originalidad, la abundancia, la fineza y la vigencia de sus propuestas. Desde la psicología social interpeló un país en llamas hasta sus últimas consecuencias.

La obra de un gran pensador constituye una caja de herramientas intelectuales para comprender desperfectos del presente. Entre las tenazas y destornilladores conceptuales legados por Nacho, destaca hoy la categoría de fariseísmo. Hace medio siglo, Nacho reflexionaba sobre “el carácter” o la forma del ser del salvadoreño. Entre otras cosas, estableció que en la moral que rige a la sociedad existe una discordia entre lo idealmente pregonado y lo vivido, esto es el fariseísmo: una quiebra normativa que promueve la mentira “como actitud vital” y normaliza la falsedad.

En palabras simples, los salvadoreños se caracterizan por mentirse a sí mismos y a los demás. El fariseísmo –dice Nacho– fortalece el escepticismo frente al presente, el pesimismo frente al futuro y una “resignación justificatoria” ante las circunstancias. Si todos mienten, no cabe esperar nada de nadie y más vale sacar el mayor beneficio de la situación. 

Con la guerra masticando al país, Nacho avanzó su reflexión en los 80s y entonces aludió a la “mentira institucionalizada”, el “ocultamiento sistemático de la realidad”. Esta peculiar mentira distorsiona convenientemente los hechos y crea una “historia oficial”, establece “cordones sanitarios” o velos de silencio cuando se revela algo inconveniente para el poder, culpabiliza apriorísticamente a quienes dicen la verdad y se concreta en corrupción. 

Es suma, un sistema cultural e institucional malicioso, resistente al cambio, que repudia y persigue la honestidad y que orilla a propios y a extraños a enlodarse en algún grado en un chanchullo organizado.  

En este país, tan dado a los golpes de pecho, muchas personas se levantan cada día con el objetivo expreso de engañar a “sus hermanos”. Una conveniente mirada clasista tiende solo a ver en los pobres a delincuentes que viven de economías criminales (e.g., familiares de pandilleros). Sin embargo, desde siempre, muchos funcionarios, familiares y amigos de estos, se hacen de la vista gorda ante las ganancias desmesuradas de las que gozan, fruto del nepotismo, de parasitar el erario, como premio por su silencio o su servilismo, o por ocupar puestos inmerecidos y eternos. 

El fariseísmo fortalece y reproduce sistemas injustos y predatorios. Este podrá ser un país pobre, pero sobre todo es un país empobrecido, saqueado, mal administrado, impune y diseñado para que el 10 % más rico del país concentre casi la mitad del ingreso nacional y que, en situaciones estratégicas como la pandemia, millones se encuentren o terminen en paradero desconocido, debido a la gestión opaca de quienes se supone responden por los intereses nacionales. 

El fariseísmo identifica un profundo estado de negación colectiva. No debería extrañar que tengamos siempre coartadas para la inacción o la complicidad y menos que se justifique el sabotaje de intereses colectivos (el último: la “falta” de dinero para el FODES). La añeja mentira es verdadera y se reactualiza constantemente frente a nuestras narices. Así lo comprueba la reciente farsa encubridora que continúa privando del derecho a la verdad a las víctimas del Mozote y sigue protegiendo a la misma institución que esa amarga noche de noviembre de 1989 nos arrancó a Nacho, y a un grupo irrepetible de intelectuales cuyas ideas podrían haber contribuido a descifrar mucho del laberinto mitómano en el que vivimos. 

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Carlos Iván Orellana

Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.

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