Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.
Las sociedades inmaduras, que menosprecian sus experiencias vividas o su memoria, hipotecan su futuro al hundirse en un presente perpetuo, una especie de sabotaje interminable cuya reiteración revitaliza los mismos problemas.
Por Carlos Iván Orellana*
Detrás de la frente, sobre los globos oculares, se encuentra el lóbulo frontal del cerebro. Una de las estructuras cerebrales “más jóvenes” en el desarrollo evolutivo humano cuyas funciones explican mucho de nuestra capacidad como especie para vivir en sociedad. Entre estas funciones se incluye una que recibe el feliz nombre de “memoria del futuro”: Es decir, la capacidad de anticipar emociones y prever consecuencias posteriores en caso de llevar a cabo determinadas acciones en el presente.
La memoria del futuro contribuye con la capacidad de verificar, planear y configurar el comportamiento considerando las consecuencias previstas de los actos. Esta posibilidad “premonitoria” se va refinando gracias a las experiencias vitales, la capacidad de situarse y leer el ahora y la madurez progresiva del cerebro.
Causar problemas en esta zona particular del cerebro (Ej.: por lesión o disfunción) puede conllevar la “pérdida del futuro”. Es decir, manifestar indiferencia, incapacidad para anticipar consecuencias, dificultad para crear expectativas o escenarios alternativos cuando se enfrentan posibilidades de acción –cometer un delito, una infidelidad, proferir un insulto– que muy probablemente traerán desgracias futuras.
La licencia explicativa anterior permite hacer una extrapolación entre la memoria del futuro y nuestra realidad social. Algo así como extraer una moraleja política a propósito del funcionamiento cerebral descrito: las sociedades inmaduras, que menosprecian sus experiencias vividas o su memoria, hipotecan su futuro al hundirse en un presente perpetuo, una especie de sabotaje interminable cuya reiteración revitaliza los mismos problemas.
La sociedad salvadoreña hace recordar las lúgubres imágenes de pacientes lobotomizados: individuos a quienes se les cercenaba el lóbulo frontal como “tratamiento” para sus condiciones psiquiátricas. El resultado de la “cura”, si acaso estos pacientes sobrevivían, era devenir en despojos humanos, con la mirada perdida, carentes de iniciativa, insensibles y apáticos ante la vida. Una sociedad “sin dedos de frente”, lobotomizada, es una sociedad presentista cuyos errores constituyen una cadena perpetua antropológica. Ignacio Martín-Baró sostenía que el presentismo es indicio de fatalismo: la experiencia social de conformismo y predestinación, de inutilidad del esfuerzo ante un destino inmodificable, ineludible y fatal.
Enero trajo consigo fricciones por el pasado en relación con el valor real de los Acuerdos de Paz y febrero nos trae otras por el futuro debido a las implicaciones de las próximas elecciones. En ambos casos, la memoria –qué recordar, qué olvidar, cómo nombrarlo y en favor de qué intereses– se confirma en el presente como una herramienta de poder político. En el país tienen lugar disputas por la hegemonía de los significados y las agendas de discusión. Al poder le conviene la amnesia, hacer pasar sus palabras como nuestras y reinaugurar constante y triunfalistamente el presente para disfrazarlo de esperanza.
Por todo lo dicho es que la etiqueta #ProhibidoOlvidarSV fue tan oportuna. Además de hacer las veces de dique de contención contra los esfuerzos desde arriba por dirigir la conversación, sacudió el recuerdo colectivo que públicamente mostró ánimos de réplica y de resistencia.
Sin embargo, la responsabilidad política de la memoria no puede limitarse al período de la guerra. La memoria del futuro muestra que la conquista responsable del mañana es de cada instante, mientras se enfrenta el presente. Por eso no olvidemos anécdotas, lecciones ni a los responsables de la guerra, pero tampoco los nombres de quienes nos metieron en el atolladero de las AFP, el manodurismo y las treguas o la corrupción rampante, así como los de quienes ahora pudren la democracia desde dentro y usufructúan la conflictividad social.
¿Cómo recordaremos mañana sus nombres si les votamos hoy? ¿Cómo se recordará uno mismo, con qué cara uno se verá a la cara y a la de sus hijos, mañana, cuando voluntariamente elige el fascismo? Dicen que olvidar la historia condena a repetirla, pero la historia no es estática. El asunto es peor: olvidar la historia hace que ésta cada vez se presente más y más deshumanizante, enredada y ajena a los propios designios.
Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.