Opinión

Ni psicópatas ni monstruos, FEMINICIDAS

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Mónica Campos

Es periodista de la sección de género de GatoEncerrado. Es productora audiovisual especializada en temas de desigualdad y violencia de género. Es becaria del programa Exprésate de la International Women’s Media Foundation y autora del blog de periodismo de opinión con enfoque de género, La Palabra Incómoda.

Es claro que un Plan Control Territorial, el despliegue de fuerzas de seguridad en las calles y cualquier plan represivo es incapaz de entrar en las salas y dormitorios de las mujeres que es precisamente donde están más inseguras.

Por Mónica Campos*

“Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Ellas temen que los hombres las maten” - Margaret Atwood 

Cada vez que un nuevo caso de feminicidio se hace público hay una especie de calambre social. Nos sacude abruptamente, nos despierta de un estado de somnolencia momentánea y nos duele tanto que la sensación de incomodidad tarda un tiempo considerable en abandonar nuestros cuerpos. 

No faltan quienes piden a las mujeres huir a la primera señal de abuso, quienes diagnostican enfermedades mentales a los feminicidas o los deshumanizan llamándoles monstruos, quienes exaltan la importancia de la denuncia o quienes culpan a las familias de las víctimas por falta de comunicación, como lo hizo recientemente el Ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro. "Si las familias hubieran estado más conectadas sobre la violencia que vivía adentro, otro sería el caso", dijo el funcionario en conferencia de prensa. 

Lo que estos mensajes hacen realmente es culpar a las víctimas y a las familias en lugar de poner el foco en el verdadero responsable, el feminicida. Y en el sistema social y cultural que propició su delito ante la inacción del Estado. Más de un año ha pasado desde que entró la nueva administración gubernamental y las organizaciones de la sociedad civil siguen echando en falta un plan de seguridad con enfoque de género. 

¿Pero qué es eso de enfoque de género?, dirán algunos, “asesinato es asesinato”. No. Las mujeres no son, en su mayoría, asesinadas en las mismas condiciones que los hombres. Ellas son asesinadas en sus casas, en sus dormitorios, por personas de confianza, sus parejas, vecinos, familiares. 

“Aunque las mujeres y las niñas representan una proporción mucho menor de víctimas de homicidio en general que los hombres, soportan con mucho la mayor carga de homicidios relacionados con la pareja o la familia y homicidios con la pareja”, dice en su informe mundial de asesinatos de 2019 la oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito. 

Según el informe que recoge datos del 2017, ese año de las 87,000 mujeres que fueron asesinadas globalmente más de la mitad, el 58%, es decir 50,000 murieron a manos de sus parejas o miembros familiares. 

El año 2017 es un antecedente relevante para las mujeres salvadoreñas. Ese año fuimos el país más feminicida a escala mundial con 468 muertes (12 por cada 100,000 personas). En 2020, la cifra cayó a 131 según datos de la FGR, sin dejar de ser una cifra alarmante teniendo en cuenta que se dieron en medio de una cuarentena estricta y una campaña de “quédate en casa”. Para 2021, hay registrados 71 casos hasta el mes de mayo. 

Si bien no estamos en números como los de 2017, es importante decir que las mujeres no son números. Que las muertas y las desaparecidas son personas con vivencias, historias y derechos que al día de hoy se siguen reclamando sin una respuesta favorable del Estado.

Los feminicidas actúan bajo motivaciones específicas. Un feminicida puede decidir asesinar a una mujer por no acceder a tener relaciones sexuales con él, por cobrar un seguro a su nombre, por disentir y discutir, por vivir sin pedirle permiso y tomar decisiones propias. En fin, el machismo. Por eso es que el asesinato de una mujer por razón de violencia basada en género se llama feminicidio y está regulado en los artículos 45 y 46 de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV). 

Teniendo esto en cuenta es más claro que un Plan Control Territorial, el despliegue de fuerzas de seguridad en las calles y cualquier plan represivo es incapaz de entrar en las salas y dormitorios de las mujeres que es precisamente donde están más inseguras. Pero entonces, ¿qué se puede hacer? Dejaré por aquí algunas pistas. 

La LEIV en el artículo 45, para explicar cuándo un asesinato es feminicidio, expresa que se considera que existe odio o menosprecio a la condición de mujer cuando ocurra cualquiera de las siguientes circunstancias: que a la muerte le haya precedido algún incidente de violencia cometido por el autor independientemente de que haya sido denunciado o no por la víctima, que el autor se haya aprovechado de alguna condición de riesgo o vulnerabilidad física o psíquica de la mujer, que el autor se haya aprovechado de la superioridad que le otorga la desigualdad de poder basada en género, delitos sexuales previos, y mutilaciones previas a la muerte. 

Todos estos elementos que pueden ocurrir antes de un feminicidio son el diario vivir de las niñas, adolescentes y mujeres salvadoreñas. No los cometen psicópatas ni monstruos, es parte de la idiosincrasia del hombre salvadoreño. (Levanten la mano a quien la acosaron en un bus, levante la mano si usted alguna vez acosó o manoseó sin consentimiento).

Los hombres salvadoreños crecen en una cultura machista que avala todo tipo de violencia contra los cuerpos feminizados. Acosan, silban, tocan, siguen, se masturban en público y llaman puta a quien no corresponde sus intenciones sexoafectivas. Lo aprenden en la calle, de sus amigos, de sus padres, desde muy pequeños. Es parte de esta cultura que los hombres acosen a las mujeres en las calles, las toquen en el transporte colectivo, controlen a sus novias o esposas y hasta lleguen a golpearlas. Por eso es necesario erradicar todos estos tipos de violencia antes de terminar con el problema más grave, el asesinato de mujeres.

La verdadera eficacia contra los feminicidios es prevenirlos, no desenterrar el cuerpo de una mujer con ayuda de una retroexcavadora y postearlo en redes sociales. A estas alturas el Estado falló, no procuró la prevención. La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará, 1994), adoptada por la Organización de Estados Americanos, del cual El Salvador aún es miembro, recoge elementos relevantes para trabajar por la erradicación de la violencia de género. El documento plantea el derecho de la mujer a ser educada libre de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad y subordinación. También habla sobre la responsabilidad del Estado en los actos de violencia contra las mujeres, por acción u omisión. 

Por lo tanto urgen planes que busquen educar a niñas, niños, padres y madres, docentes y a la población en general a desaprender todos aquellos patrones de desigualdad por los cuales las mujeres enfrentamos violencia. Desaprender en una sociedad violenta contra las mujeres implica la construcción de nuevos enfoques en materia de educación, cultura, seguridad, empleabilidad, movilidad, en la vida pública y privada. Pero también implica fomentar derechos fundamentales que culturalmente son negados a las mujeres y niñas, el derecho a la autonomía, a la movilidad, a la libertad de expresión, a derechos sexuales y reproductivos, a la educación sexual integral. Y sobre todo enseñarle a los varones a no acosar, no violar y no matar. Tal vez el enfoque de género riña un poco con el manodurismo con el que se quieren eliminar las muertes violentas, pero hasta que se haga público el siguiente caso de feminicidio, quizá volveremos a tener esta conversación.

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Es periodista de la sección de género de GatoEncerrado. Es productora audiovisual especializada en temas de desigualdad y violencia de género. Es becaria del programa Exprésate de la International Women’s Media Foundation y autora del blog de periodismo de opinión con enfoque de género, La Palabra Incómoda.

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