Ilustración/Leo Pacas

Cada 31 de julio se celebra el Día del Periodista en El Salvador, como lo ordena un decreto aprobado por la Asamblea Legislativa en 1969. Celebrar este día en un lugar público podría ser una idea descabellada en 2021, y no solo por las precauciones que demanda la pandemia por COVID-19, sino por las condiciones políticas en las que el oficialismo ha desprestigiado y atacado tanto a los periodistas que los ha puesto frente a la población en una línea errónea de “enemigos en contra del poder” y “contra el pueblo” salvadoreño.

Lejos de las etiquetas y la estigmatización que el gobierno del presidente Nayib Bukele ha impuesto, los periodistas se encargan de fiscalizar al poder y así contribuyen a que la sociedad tenga información verificada sobre cómo se administran los recursos y bienes públicos. Para lograrlo, los periodistas hacen trabajo de campo para informar y verifican rigurosamente los hechos. Pero las restricciones por la pandemia afectaron la rutina y el contacto con las fuentes, como también ocurrió en todas las profesiones y oficios. Aunque la relación con las fuentes ya venía deteriorándose desde antes de la pandemia, cuando por temor al oficialismo han preferido evitar consecuencias al compartir información valiosa.

El último año ha sido particularmente estresante para los periodistas salvadoreños, según contaron a GatoEncerrado algunos de los que fueron consultados para entender cómo fue hacer su trabajo en medio de la pandemia y el avance del autoritarismo. Primero, porque el trabajo fue intenso, en condiciones de mucha incertidumbre y riesgos en el que salir a coberturas significaba una exposición a un virus del que aún se sabe muy poco. Segundo, porque la campaña de descalificación hacia el gremio la encabezan los funcionarios del más alto nivel en el que los periodistas se han convertido en los más “grandes enemigos”. A eso se suma la persecución estatal en contra de periodistas de distintos medios, desprestigio en cadenas nacionales y ataques directos han sido algunas de las muestras de ataque que afectan a la libertad de prensa. De hecho, por uno de los casos la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recomendó al Estado salvadoreño medidas de protección para periodistas de El Faro.

El 2020 fue un año convulso para todos, la mayoría de la gente lo vivió acompañada de noticias que miraba en la televisión, escuchaba en la radio, leía en los periódicos o miraba en redes sociales. Detrás de todas esas noticias hubo periodistas que no pararon de trabajar, aunque con restricciones. 

En una encuesta del Instituto Reuters que se pasó a 73 periodistas de medios internacionales, que cubrieron la pandemia, el 70 % dijo haber sufrido algún tipo de trastorno psicológico a raíz de su trabajo. Entre estas situaciones, no solo exponerse al virus por su trabajo, sino llevarlo a su casa y esparcirlo a sus seres queridos.

La agenda, dominada por la crisis sanitaria, también empujó a vivir conflictos emocionales. Algunas de las preguntas eran: ¿Cómo generar contenidos de calidad que informen en medio de la inmovilidad, las restricciones, los miedos al contagio y los duelos por la COVID-19?

GatoEncerrado platicó con diez periodistas de diversos medios sobre cómo lograron responder a esas preguntas. Esos reporteros y editores también aconsejaron que es importante acercarse a un psicólogo, aceptar que no son máquinas hace-noticias, mucho menos héroes, que a veces solo necesitan descansar y que no pasa nada si se niegan a ciertas coberturas por “salud mental”.

De esas conversaciones con los periodistas, GatoEncerrado comparte, en primera persona, sus vivencias y reflexiones. Cada periodista también habla del objeto con el que se identifica o que fue una especie de refugio mientras el encierro de la cuarentena.

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Yo hice fotografías de los entierros COVID durante el periodo de estrictas medidas sanitarias para contener la pandemia por el coronavirus. La primera vez que fui al cementerio de Soyapango me impactaron las imágenes que vi. Nunca me imaginé la dureza de esos entierros. 

Todos estamos acostumbrados al funeral, a la vela, a todo este ritual que se desarrolla después de la muerte. A esa forma de cómo nos despedimos físicamente de esa persona, de nuestro ser querido. A la despedida que la comunidad hace a su conocido, a su amigo. Pero eso quedó totalmente roto. Se perdió toda esa divinidad de despedirse.

Ir al cementerio de Soyapango, de alguna manera, me preparó para ese momento que se avecinaba. Había asistido a múltiples sepelios COVID, pero vivir ese momento es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Es tan duro el hecho de que ni siquiera podás despedirte de tus familiares, que solo vayas a sacarlos del hospital y vayas a enterrarlo. Fue tan duro para mí porque justo en marzo de este año, casi un año después de estar viendo eso, murió mi abuelo de neumonía. Nunca se le hizo la prueba, no se confirmó que era COVID, pero le aplicaron ese protocolo.

Pese a que ese momento fue muy duro, me puse a pensar que, si yo no hubiera conocido este proceso, si yo no hubiese hablado tantas veces con mi familia sobre cómo eran estos procesos, para ellos hubiese sido más duro. Por suerte, somos bien unidos como familia. Hemos hablado tantas veces sobre esto, que creo que ese es el apoyo que nos damos el uno al otro. Cada uno ha ido sacando su dolor y aceptando esa pérdida poco a poco.

En cuanto a mí, traté de escudarme en lo de siempre, en mi cámara, para protegerme. Pero es bien difícil. Cada vez que me siento triste, trato de enfocarme en algún tema, en hacer fotos sobre algo. Siento que la cámara me protege de la tristeza.

Lissette Lemus, El Diario de Hoy. Su cámara, además de ser su herramienta de trabajo, también es su refugio.

Cuando se instaló la pandemia por COVID-19 en El Salvador, mi carga laboral cambió. Desde que despertaba me tocaba monitorear las entrevistas matutinas porque todos los días había algo nuevo. A esa tarea se sumaba la lectura de informes en una temporada en la que el gobierno actualizaba los datos todos los días. Falsos o no, pero eran datos oficiales. Las autoridades llegaron a un punto en el que publicaban datos entre la una y las tres de la mañana.

A mí me daba ansiedad cuando publicaban datos de dónde eran los contagios y la cantidad de muertos. Hubo un día, en el mes de agosto, en el que murieron 15 personas por COVID-19. Ese hecho fue tan frustrante porque pensé que nunca íbamos a salir de esto. El año 2020 fue una montaña rusa de emociones. 

Yo estaba muy estresada por el trabajo. No dormía bien por la ansiedad del COVID-19 y ni comía bien. Pasaba en mi casa frente a la computadora. A esta situación se sumaba que soy mamá, y con mi hijo cursando el kínder, pasaba entre clases virtuales y mi trabajo. No sé cómo sobreviví a esta situación, supongo que ayudó el hecho de que comencé a hacer yoga. 

En mi familia aprendimos a ser más dedicados con el niño, porque empezó a preguntar por qué no veía a sus compañeros y por qué no salía. Lidiar con esas preguntas, en un momento tan conflictivo, tan complicado, es hiriente.

Después de que me dio COVID-19 yo colapsé. Una bacteria me generó fiebres y dolor en el abdomen. La situación se agravó porque yo no me cuidé, estaba full en el trabajo. 

Creo que es una forma de tener terapia, para los periodistas, y no sé si a todos nos pasa, pero uno canaliza sus dudas y sus miedos a través de lo que pregunta, así que comenzamos a investigar, a preguntar y publicar temas de salud. Yo sentía que ahí me desahogaba. Ciertos consejos calaron en mí. Ponía en práctica lo que hablaba con psicólogos y con psiquiatras. Sentía que parte de mis temores los canalizaba a través de los artículos que escribía.

Iliana Cornejo, Diario El Mundo. El alcohol gel y la mascarilla son los objetos con los que se identifica en este último año difícil. Son símbolo de protección.

Los periodistas vemos traumas todo el tiempo. Yo he sentido que necesito un psicólogo desde que vine de la caravana migrante. Fue un momento en donde me pareció que agarras a este país, lo sumergís en su crisis, lo escurrís y lo que caía era la gente que iba en la caravana. Ahí se reunían la pobreza, falta de educación, los  problemas de pandillas, violencia, mujeres solas. Tengo muy claro ese momento, en 2018, cuando la gente iba cantando el himno nacional mientras cruzaba el río Suchiate. Iban con la bandera, gritando “viva El Salvador” y yo pensaba: “Si fuera así no estarías aquí”. Veía a los fotógrafos tomando fotos y yo apartándome para que nadie me viera las lágrimas. Nunca me había pasado. Allí dije que iría a un psicólogo, nunca he ido. 

Así que creo que llegué a la cuarentena ya en un nivel un poco límite. Yo quisiera ser bien consciente en que nosotros somos gente que ve traumas. Hemos visto gente morir, muriéndose de hambre, gente poniendo banderas blancas, sufriendo por el abandono y creo que eso además te hace sentir más culpable, como que vos no tenés derecho a sentirte mal porque estás cubriendo todo el tiempo gente que está muy mal.

Muchos no creen en la salud mental o no se la puede costear. Una de las cosas que ayudaban y  perdimos en la cuarentena los periodistas es el peer to peer support (ayuda de par a par).  Salías con un compañero a comer o tomar algo al final del día, a hablar, hacer bromas y eso ya no lo teníamos. Había mucha gente que eran tus amigos y con los que últimamente ya solo hablabas por temas tipo: “mirá vamos a ir a tal hospital”, “al cementerio”, “vamos a ir a tal comunidad”. Recuerdo regresar de una cobertura con un fotógrafo, tener que comer, todo estaba cerrado y tener que ir a su casa y luego tener a mi familia enojada conmigo porque había roto nuestra burbuja metiendo a alguien que no era.

Yo traté de irme preocupando en el momento que me tenía que ir preocupando. Entonces yo vivía cerca de la Monseñor Romero y escuchaba el silencio de la calle. Creo que eso fue lo primero que me pareció sorprendente, el silencio. Me parecía una cosa surreal. Me asustaba la quietud de la ciudad. Escuchabas silencio y las ambulancias. Llegó un punto en el que extrañaba el tráfico porque te daba un sentido de normalidad. 

Hubo un momento en el que me desconecte y pasé tres días jugando en la tablet. Creo que mi jefe en ese momento era bien comprensivo. Nunca sentí presión, incluso te decían abiertamente si necesitabas días o tiempo. Creo que la intención del editor siempre fue como que habían periodos muy intensos, después te daban como unas dos semanas más suave. 

Al final lo que pienso es que aquí nací, aquí me tocó y  la asumo como una responsabilidad en este momento de la historia del país.

Nelson Rauda, El Faro. El objeto con el que se identifica en este último año es un horno de cocina: “La cocina era un momento en el que  yo podía poner una serie de Netflix de fondo y cocinar. Eran dos horas al día en las que no estaba viendo noticias y eso me ayudó a mantener la sanidad”.

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El 11 de marzo de 2020, el gobierno declaró estado de emergencia a escala nacional por la pandemia. Ese día regresaba al país tras un viaje y tuve que pasar la noche en Panamá. Como uno nunca deja de ser periodista, empecé a hacer fotos y videos de las quejas de los pasajeros. Dormí en el suelo, pero igual estuve tuiteando e hice fotos de la gente en el aeropuerto.

Cuando procesé la situación, concluí que tomar fotografías y videos fue un mecanismo de autodefensa. Por ejemplo, me hablaron de un programa radial, y la primera vez que les recibí la llamada me oí a mí misma nerviosa. Me temblaba la voz contando lo que había pasado. Yo creo que después de eso, mi reacción para no estar atrapada en ese nerviosismo fue ponerme a entrevistar a la gente, hacer fotos, hacer videos, tuitear.

Al arribar al centro de contención, continué reporteando, pero ya en la noche del siguiente día, hubo una persona que me dijo que no le hiciera fotos y eso me molestó. Yo sé que cuando a uno le dicen que no haga fotos tiene que respetar, pero me molestó. Hubo una persona que no es periodista, que estaba ahí conmigo, vio que yo estaba mal, así que me llamó para unirme a su grupo para jugar UNO y para cantar. 

Mientras estuve en el centro de contención, una persona que trabaja en la organización Irex me llamó y me escuchó mal. Me preguntó si quería que me hablara una psicóloga y yo acepté. La psicóloga me llamaba todos los días y me siguió atendiendo días después de mi salida del centro. Me ayudó hablar con ella mientras estuve encerrada.

Salí del centro de contención, pero quedé pendiente de toda la gente que quedó encerrada. Conseguía teléfonos o la misma gente me recomendaba y me escribía diciéndome: “Ya tengo 30 días, ya tengo 40 días”, y yo escribía sobre eso. Según la psicóloga, eso me mantenía encerrada en el centro de contención. Yo no había salido del centro de contención porque seguía reporteando sobre eso.

La psicóloga me advirtió que debía poner un horario para atender a estas personas, porque comenzaba a las seis de la mañana hablando con ellas y podía llegar hasta las diez de la mañana, incluso teníamos un grupo. Así que, por salud mental, puse un horario para esa interacción. 

Salir del centro de contención, vivir otra cuarentena en casa y luego volver a la redacción, fue un cambio que me generó frustración. Me sentía insegura tratando de ser periodista y editora desde mi casa. Yo me adapto, pero me ha costado aprender a comunicarme a través de una herramienta digital.

Lilian Martínez, El Diario de Hoy. El objeto con el que se identifica es con su celular, lo utilizó para tomar fotografías y videos en los centros de contención, pero también para comunicarse con las personas que quedaron adentro cuando ella salió.

Nunca pensé en no salir. Soy de las personas que cuando hay un incendio quiero ir a ver, así que en ningún momento me planteé la posibilidad de no salir. Tanto así que me contagie. Pero tuve la fortuna de poder aislarme y mi papás no se enfermaron, tuvieron que salir de la casa. 

Ese fue un momento duro para mí porque me agobia la pandemia, pero más el encierro. Así que me puse en terapia. Teniendo en cuenta que nosotros podemos hablar desde un lugar de privilegio porque tenemos televisor, comida, trabajo, yo tengo una familia que me ama un montón con la que convivimos, con la que cocinamos; pero llegó un momento en que vos decís: ¿Qué más hago? 

A mí la pandemia me alejó de mi sobrina, mis sobrinos son mis amores. Me acuerdo que le fui a dejar unas donas una vez y no la vi porque como yo andaba fuera de los hospitales. Entonces, yo llegué a terapia cargando eso y pensando que tenía miedo del coronavirus y fue cuando el psicólogo me dijo que en realidad lo que estaba pasando era un luto.

En diciembre de 2019 murió mi sobrino de cáncer, él era el amor de mi vida. Entonces, no había pasado el luto cuando vino el encierro y eso ha sido difícil para mí, porque este trabajo requiere concentración y estabilidad emocional. En mi caso, en la redacción tuvimos acceso al servicio de salud mental y la posibilidad de tomarnos el espacio de descanso. 

En realidad tendríamos que naturalizar esa experiencia de poder tener una terapia. En general, los periodistas siempre cargamos cosas. Cuando yo trabajaba en la prensa y cubrí nueve años salud pública, no entendía porque me sentía tan triste en las noches y cuando hacía un ejercicio de reflexión yo me sentía triste porque veía pacientes con cáncer en el Rosales, cuando todavía podíamos entrar en los hospitales. Si nosotros queremos conocer la pobreza en El Salvador vamos al hospital público. Entonces, creo que en general siempre vamos cargando con eso.

Estoy agradecida de que el miedo no me haya consumido. Para mí la pandemia fue una oportunidad, porque yo trabajé mi fuente: salud pública y Seguro Social, y esos temas en general en la sociedad siempre están invisibilizados; obviamente como es un virus que golpeó al mundo y afectó a un montón de gente se volvió importante. Siento que desde el periodismo hice cosas para  visibilizar a las enfermeras del hospital Amatepec, quienes hicieron una denuncia pública fuera del hospital porque no tenían insumos y que se los pedían al presidente porque ellas tenían miedo de morirse. Para nadie es un secreto que los periodistas tenemos un reto y es que ahorita todas las fuentes tienen miedo y entonces verlas a ellas hablando directamente y pidiendo por un derecho fue bien valioso. 

Loida Avelar, Factum. Se identifica con el sol: “Para mí es el sol, porque representa a mi sobrino que murió de cáncer. Yo lo cuide desde el día 1 que nació y yo lo vi irse, cerrar los ojos enfrente de mí. Después de haber sobrevivido a la muerte de él ya puedo vivir todo”.

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Yo creo que este último año ha marcado una pauta más clara de cómo la profesión termina afectando emocionalmente en distintos niveles, porque uno está acostumbrado a ser espectador de las tragedias y solo eso ya es una cuestión que te afecta; pero esta vez también éramos parte de toda esta crisis que se estaba viendo. Creo que la crisis trajo retos y situaciones riesgosas que se entrecruzan a nivel profesional y personal. 

A nivel profesional era un contexto bien demandante, porque había una crisis de desinformación, había polarización, un discurso del miedo y un sentimiento de miedo y eso incluso generó descrédito de la prensa. Eso creo que generaba estrés a nivel personal, porque no solo vos estabas en riesgo sino que podías poner en riesgo a los demás ejerciendo tu trabajo. 

A mi casa se fueron a vivir mis abuelos y entonces era la constante presión de pensar que yo puedo llevar el virus a mi casa. Yo sí salí porque para nosotros era un poco difícil no hacerlo, porque nuestro trabajo en el medio es más visual, no podés resolver solo con llamadas. Había momentos en los que de repente sabías que te habías descuidado en algo por más que tomaste precauciones. Era como que entraste a tu casa, te limpiaste todo, todas las cosas que te ponías y de repente se te olvidó limpiar el celular, pero ya lo usaste y comiste. Era ese estrés posterior de estar pensando estoy contagiado, estar a la espera de los síntomas y pensar que si sos asintomático, y era de estar pendiente si alguno de mi familiares presentaba síntomas, de cuidar que no le llegara a mi abuelo. 

Yo tuve una crisis de ansiedad en medio del encierro, no recuerdo haber tenido una antes y no sabía qué hacer, porque yo sentía que no podía contarles esas cosas tampoco a mi familia, porque no quería preocuparles y me preguntaban y yo sentía que ya no podía más. A mí me resulta estresante no poder desconectarme, lo intento pero a veces parece imposible porque nos están imponiendo una agenda constantemente en la que todo parece urgente.

Finalmente, mi abuelito sí falleció, pero en ese momento todo había abierto, entonces a estas alturas no tenemos idea de cómo se contagió. Ocurrió en un momento en el que no no lo esperábamos y en el que yo no estaba ahí. A veces me pregunto si yo hubiera estado tal vez yo me hubiera dado cuenta antes, hubiéramos podido llevar a mi abuelo más rápido al hospital. Recuerdo que cuando lo llevaron al hospital, lo había visto antes, había entrevistado a un montón de médicos y sabíamos que las probabilidades de que sobreviviera eran bajas. Yo me despedí de él, sabía que era la última vez que lo iba a ver y me quedé como con la sensación de ese último abrazo porque yo sabía que iba a ser el último. Constantemente lo estoy recordando y es una sensación que me da miedo olvidar. 

Claudia Palacios, FOCOS TV. Se identifica con la luna: “Buscaba quizá un poco de buscar esos espacios de tranquilidad y me acuerdo que en mi casa me subía al techo para estar viendo la luna y hay un gran árbol. Como para buscar un espacio que pudiera ser fuera de mi casa”.

Para mí fue bien particular porque no solo tuve que hacer la cobertura de una pandemia que nadie conocía, sino que además estaba afuera del país cuando cerraron las fronteras. Todo sucedió súper rápido, de un día para otro y la opción era quedarme en Europa, irme a Estados Unidos con mi hermana o regresar al país y meterme directamente a un centro de contención. Después de visualizar un montón de escenarios en el plano familiar, emocional, económico, laboral, decidí regresar al país y someterme al confinamiento. Me mandaron a la Villa Olímpica y eso me  permitió entender lo que pasaba desde otra perspectiva que un montón de periodistas no tuvieron. 

Recuerdo esa etapa, como que estás yendo a 10 kilómetros por hora y no te das cuenta en qué momento te metieron 100 kilómetros y te pegas en el asiento y vas directo a estrellarte. Esas semanas previas las recuerdo también porque en ese tiempo no teníamos encargado de la sección de “mundo”, entonces yo llenaba los cables de las páginas  y todo era COVID. En ese momento, antes de ir a Alemania, un amigo médico me dijo que existía un riesgo de que al regresar nos pusieran en cuarentena. Pero medí mal, yo estaba acostumbrada a cubrir funcionarios y las formas de hacer las cosas diferentes. Creí que nos iba a llevar un tiempo tomar decisiones, pero este nuevo gobierno tomó las decisiones antes, incluso en contra de algunas recomendaciones. 

Para mí hubo una gran presión, porque yo no quería que me vieran como alguien que no estaba produciendo en medio de ese desastre y yo sentía que no me podía desatender. En nuestro caso era cuando más trabajo íbamos a tener, sumando que en ese momento hubo una reestructuración dentro de La Prensa en la que se fue un montón de gente para los nuevos medios gubernamentales. 

Sabía que mis compañeros estaban cargados de trabajo. Entonces yo trataba de hacer los turnos, de ayudar con textos, con edición y de apoyar también a la distancia al equipo que estaba full, porque estaba trabajando un montón. En los 29 días que estuve, solo hubo una tarde de troles bien fuerte por una publicación que hice en la que desconecté el teléfono como desde las 2:00 de la tarde hasta la 10:00 de la noche.

Si me volvés a preguntar, creo que tuve una gran oportunidad pero no la volvería a pasar. Fue un conflicto sobre si escribir a pesar de que esto me puede traer consecuencias, porque no iba a escribir cosas bonitas, porque lo que estaba pasando no era bonito. La gente estaba enfermando, no había suficiente comida, los cuartos, los cuartos no daban abasto, no había agua potable, estábamos custodiadas por militares. Ese fue un gran conflicto sobre escribir a pesar de que me podía traer consecuencias, que de hecho me trajo. Después de publicar varias cosas, me llevaron a un lugar aislado claramente para que no siguiera escribiendo. 

Lo primero que pensé es que si yo quisiera que alguien denunciara lo que me estaba pasando porque no era justo, no era correcto y no era legal. Rompieron un montón de derechos que no te deberían de haber roto. 

Claudia Ramírez, La Prensa Gráfica. El objeto con el que se identifica es una venta con sol: “En mi casa hay una ventana a la que le da el sol y siempre me molestaba y en el centro de contención había una igual. Eso me recordaba a mi casa”

 

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Desde luego que comencé a prestarle atención al tema de salud mental mucho antes de la pandemia. Yo fui parte de Sala negra y recuerdo una conversación con otros colegas, hace muchos años y después de un tiempo cubriendo violencia, sobre cosas que se repetían en algunos de nosotros, situaciones que se normalizan como la forma en la que te despiertas sobresaltado o la presencia o no de pesadillas en tu vida. Comprendes que hay una relación causa-efecto, entre el trabajo que estás haciendo y el contacto que estás teniendo con la violencia y violencia extrema.

Esos fueron también los primeros años en los que participé en algunos procesos de discusión sobre salud mental o sobre autocuido y donde empecé una reflexión sobre la importancia que tiene un espacio saludable al enfrentar el impacto que el trabajo tiene en ti.

La salud mental tiene un montón de tabúes en la sociedad y la redacciones son microsociedades, entonces evidentemente los tabúes que hay en la sociedad también están presentes en los equipos de trabajo; y en ese sentido, se encuentran personas más predispuestas. Pero me parece que, en general, siempre he encontrado una respuesta bastante responsable desde el respeto a la necesidad de encararlo. He encontrado diferencias, pero no he encontrado ninguna negación. Nadie podría negar que hay un impacto en nuestra salud, sobre todo cuando trabajamos en entornos violentos y de enorme presión. 

Yo personalmente siempre dije, y lo repito, y es algo que me parece importante, a mí estas situaciones me dieron una mayor conciencia del valor de la belleza. Sobre todo porque es una manera de recordarnos cuando como periodista te relacionas con lo más oscuro de la naturaleza humana, sea la violencia, sea la corrupción y es una decisión de mirar a la oscuridad, pero la vida no es solo oscuridad y yo creo que hay que recordarlo siempre. El periodismo no niega la luz. 

Yo creo que igual que los fotoperiodistas suelen decir que en algunas ocasiones se esconden emocionalmente detrás del visor de la cámara, quienes escribimos muy a menudo, nos ocultamos detrás de los sentimientos ajenos que narramos. El periodismo está profundamente afectado por el trauma colectivo. Yo creo que el trauma de la guerra ha estado presente en el periodismo durante muchísimo tiempo, en el periodismo más conservador, incluso más reaccionario e incluso en parte del periodismo más progresista. 

Creo que sucedió, y sucede todavía por desgracia con el tema de la violencia, y la manera en la que se contaba desde el miedo que tiene todo ciudadano. Durante mucho tiempo cuando se hablaba de pandillas, el periodismo se negaba a mirar fijamente al fenómeno y reaccionaba, además ante él de manera visceral. 

Pero el trabajo también da una noción de sentido, especialmente en la pandemia en la que todos los días parecían iguales. Personalmente, a mí me ayudaba saber que estábamos haciendo un trabajo, que creo que era valioso, creo que se estaba haciendo de manera extraordinaria. Todos los días había una razón para levantarse.

José Luis Sanz, El Faro. El objeto con el que se identifica es un jardín compartido con colegas.

 

En El Salvador no estamos acostumbrados a hablar de los sentimientos y debemos de hacerlo porque nos atraviesa por todos lados. En este país, la salud mental es un lujo y un privilegio porque no todo mundo tiene acceso, y si yo estoy acá es porque pedí ayuda a tiempo y eso me ayudó a salir del hueco. Pero no puedo perder de vista que esa no es la norma. 

Somos seres complejos, no es que yo salgo de trabajar y dejo todo en el trabajo. Tenemos que hablar de lo que nos afecta en el trabajo, porque este es el mismo cuerpo, con unas mismas neuronas, con las mismas células y eso se tiene que hablar con el núcleo familiar y no lo tiene que hablar solo el periodista, lo tiene que hablar el ingeniero, lo tiene que hablar el profesor, lo tiene que hablar la persona que trabaja en oficio doméstico. Creo que es una de las cosas que le afecta no solamente a un periodista, sino que a toda la gente.

Es que se nos rompió todo lo esperable, todo lo programable. Tuvimos que haber guardado una especie de duelo y no pudimos porque nadie podía prever que esto fuera a ser tan grave y que de verdad fuera hacer un cambio tan significativo en todo lo que conocíamos como mundo. Yo para todo el año siempre hago una planificación. De hecho, yo no empiezo el día si no tengo una lista en la que hay cosas como la limpieza o editar un texto. Si funciono con base en eso en un día, pues con mucha más razón hago una especie de planificación para el año.

Para las personas que vemos en la organización, una manera de estructurarse la vida porque somos hipersensibles no poder planificar nos hace muy proclives a la ansiedad porque es una de las formas de tener control.

Cuando comenzó la pandemia, me quedé sin equipo y tuvimos que someternos a una desaceleración abrupta, porque lo que quiere uno es avanzar, crecer, hacer cada vez mejor las cosas. Pero hubo que parar.

Si hablamos de salud mental no podemos partir de que todos los seres humanos somos de la colectividad, porque habemos personas que no nos gusta, ni se nos da esa facilidad para entablar relaciones. A mí no me molestó quedarme sola y me pareció que era una manera de que el mundo se diera cuenta de que no siempre tenemos que ir avanzando todos en grupo. 

También la pandemia nos obligó a reevaluar qué es la presencia y qué es el reporteo en sí mismo, porque para terminar el proyecto en el que me faltaban un par de viajes, me tuve que basar en un montón de contactos para llegar a una fuente, a la que no conocía pero tuve que confiar en lo que él miraba, en lo que él estaba escuchando, pedirle que hiciera vídeos. que me describiera con detalle. Yo no puedo decir que se carece de presencia, porque sí hubo de alguna manera, pero el desgaste de tener que confiar un trabajo que a mí me gusta hacer no me lo va a devolver nadie. 

Yo me di cuenta de la falta que hace el periodismo local, cómo hacía falta tener gente preparada allá que nos pudiera contestar con suficiente autoridad para que nosotros acá pudiéramos terminar de armar. Ahí fue que caímos en cuenta de lo centralizado que está todo, porque allá se nos perdieron un montón de historias. 

Glenda Girón, La Prensa Gráfica. Su objeto es un collar:La lección de 2020 que me recuerda este collar es que miedo siempre vamos a sentir. Aquí lo importante es que no nos paralice. Que podamos ser conscientes de a qué riesgos vale la pena bajarles volumen en función de tener margen suficiente para hacer aquello que nos hace bien”.

 

En mi caso, cuando se cerró todo y declararon estado de emergencia no había transporte ni uber, no había forma de salir pero de alguna forma los periodistas teníamos libertad para andar en todas partes, entonces lo que hacía era caminar. Eso me daba una mezcla de sensaciones, porque podía andar en cualquier lugar con mi equipo a la vista sin temor a que me lo robaran, pero el ambiente era apocalíptico. 

Yo me movía en varios lugares, cementerios, enfrente de hospitales y con algunas personas en particular cuyas historias fuimos a buscar, pero tenía una desesperación que iba cargando y no encontraba una forma de cómo ir desahogando. Para mí, la terapia fue hacer fotos, porque nunca he visto tomar fotos como un trabajo, entonces era hacer algo que disfrutaba en un momento duro. 

Recuerdo que en ese contexto conocí a unos jóvenes que trabajaban en una funeraria y ellos conviven con muertos y mientras lo hacían bromeaban y se había naturalizado de una manera en la que hasta uno le parecía medio raro. Y creo que estos trabajos te enseñan a naturalizar estas situaciones, y suena feo, pero uno se tiene que adaptar. Eso te vuelve más insensible y es un riesgo. Creo que debemos buscar la forma de no llegar a la insensibilidad, pero es bastante bastante difícil.

En mi caso, la pandemia conectó con otras cosas que había visto antes. Por ejemplo, los terremotos del 2001 fueron situaciones bien graves.  Yo los viví con mi hermana, nos quedamos varados en Los Chorros, que se habían desbordado y recuerdo lo horrible que era caminar y tantos muertos, mientras los cuerpos de socorro estaban tratando de quitar la tierra. Siento que eso me predispuso, que a partir de eso no soy como que muy sensible a la muerte y eso se puso en evidencia en la pandemia. Comencé a sentir que no me afectaba acercarme a un féretro de alguien que había muerto por COVID o ir a un cementerio. Llegó un punto en que no me daba miedo, pero yo sabía que tenía que asustarme. 

Yo salía solo por trabajo nada más y salía seguido. Eso era una angustia con tu misma familia, porque ellos no salían, entonces vos te sentías como quien llevaba la peste, porque podrías contagiar a la gente con quien que vivías. Yo dejé de ver a mis abuelos por un año y a mi pareja y eso fue muy duro para mí. 

Una de las formas en las que encontré para aliviar con eso fue que pedí un montón de comida rápida. Es cuando más he comido chatarra, prácticamente todos los días porque me gusta comer y porque era una forma de hacer algo diferente. Era “bueno, pues, no puedo salir, no puedo hacer lo que quiero entonces voy a pedir lo que quiero”.

Emerson Flores, GatoEncerrado. Su objeto son unos audífonos: “En la pandemia me dedique a escuchar música para distraerme”.

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