Opinión

Sisimitepet y Pushtan, territorios ancestrales y sagrados

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Hugo Díaz

Arqueólogo y académico independiente. Exdirector de arqueología de la dirección de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura

En estos oscuros momentos, donde la empresa que pretende instalar la octava hidroeléctrica niega convenientemente la existencia de lugares sacros y el Estado abraza gozoso la desmemoria, es necesario invocar estas antiguas historias para recordarle a una sociedad casi despojada de su identidad, que existen territorios conjurados por antiguos linajes milenarios como sagrados y comunidades organizadas que dan continuidad a esa larga tradición de resistencia y dignidad. 

 

 

Por Hugo Díaz* 

En un país marcado por una sociedad sin memoria, y ante un Estado que promueve el olvido como herramienta de sumisión, aún perduran espacios consagrados desde reminiscencias milenarias donde los parajes, tepehuas, sisimites y chaneques aún caminan dispersando semillas de maíz multicolor que germinan a diario en sus luchas de libertad y autonomía. 

En ese lugar, el río no es un recurso que se explota sino un abuelo benefactor que habla de culebras, venados, jaguares, camarones rey  y cangrejos, a través de la tradición oral de sus descendientes, quienes lo custodian y defienden ante las amenazas del mal llamado “desarrollo”. 

Estas guardianas y guardianes de tradición nahua se organizan en el denominado “Comité  Indígena para la Defensa de los Bienes Naturales de Nahuizalco” y provienen de los cantones Sisimitepet y Pushtan. A la fecha llevan casi 18 años luchando por la defensa de su sagrado Sensunapán o Río Grande (literalmente “río de las muchas aguas”), ante las intenciones de instalar una octava central hidroeléctrica que ocasionaría daños ambientales y culturales. 

De implementarse este proyecto extractivista se secarían kilómetros del río y se destruirían a más de 12 lugares sagrados para las comunidades indígenas locales, dañando la cosmovisión y etnoconocimientos de poblaciones que han ocupado estos territorios por más de 1300 años y cuya raíz más profunda se remonta a las antiguas migraciones nahuas provenientes del ahora territorio mexicano.          

De acuerdo al tata Nicolás Sánchez, líder indígena local, una de las posibles traducciones de Pushtan es “Lugar del Comercio”. De esta forma, el topónimo adquiere un enorme significado dentro de las dinámicas sociales nahuas a nivel regional. Patrick Johansson menciona que los pochtecas (comerciantes) fueron un grupo social privilegiado, que se dedicaba al comercio a gran escala en la época mexica y que jugó un importante papel en el desarrollo económico y geopolítico de la poderosa Triple Alianza.

Este investigador, basado en Sahagún, menciona que el nombre pochteca o  pochtecatl  tuvo su origen en un barrio perteneciente a Tlatelolco (integrante de la Triple Alianza) denominado Pochtlan (“Lugar del Humo”), el que fue ocupado por el primer gremio de comerciantes. Es evidente que la única diferencia entre estos topónimos es el idioma en el que se encuentran expresados: Pushtan en nahuat y Pochtlan en nahuatl. De igual forma, pobladores de la zona vinculan el nombre a la ceiba y con ello a los mercados o tianguis, el cual tenía una connotación sagrada en la cosmovisión mesoamericana.  

El otro nombre del territorio al que pertenecen y protegen, Sisimitepet o Cerro del Sisimite, posee una enorme carga simbólica desde la espiritualidad de los antiguos pueblos mesoamericanos y, al igual que Pushtan, les vincula tanto a las tradiciones orales de los pueblos nahuas, que ocuparon parte del ahora México, como a la tradición tolteca registrada en los Izalcos por los tlaxcaltecas, al momento del contacto durante el siglo XVI. 

Los sisimites (proveniente del nahuat y adaptado al español) o tzitzimime (náhuatl) están sumamente relacionados a la antigua deidad mexica llamada Tezcatlipoca (Espejo Humeante), vinculada al rumbo norte y por ende al jaguar, el color negro, la noche y el mictlan (región de los muertos). Estos seres ayudaban en la destrucción de la humanidad devorándole cuando el Espejo Humeante enfurecía.  

Así mismo, de acuerdo a Martínez y Mikulska, en otras regiones de la ancestral Mesoamérica a los sisimites se les considera deidades del aire, sostenedoras del cielo, espíritu de los bosques o una advocación del Señor de los Montes, protector de la naturaleza. En distintas tradiciones orales se creía que devorarían a la humanidad en el caso que el sol no saliera luego de un eclipse, a la vez que se representaban de forma esquelética y asociados a los señores del lugar de los muertos.            

En este mismo sentido, la palabra Tepec o Tepet hace referencia a la división administrativa implementada en Mesoamérica por los pueblos nahuas, quienes le denominaban “altepetl” (literalmente “cerro de agua”), nombre simbólico que designaba a un territorio en particular e incluía una visión integral del mismo, en la que las montañas constituyen un eje cosmogónico esencial. De esta manera, su topónimo hace referencia directa al cerro que se ubica al centro del actual cantón, el que en sí mismo constituye un lugar sagrado, dado su papel nuclear.

Por todo ello, en estos oscuros momentos, donde la empresa que pretende instalar la octava hidroeléctrica niega convenientemente la existencia de lugares sacros y el Estado abraza gozoso la desmemoria, es necesario invocar estas antiguas historias para recordarle a una sociedad casi despojada de su identidad, que existen territorios conjurados por antiguos linajes milenarios como sagrados y comunidades organizadas que dan continuidad a esa larga tradición de resistencia y dignidad. 

Y a pesar que esto puede señalarse como mitológico o romántico desde el occidentalismo asumido, el patrimonio inmaterial es el elemento sustentador que permite aplicar una perspectiva biocultural, desde la cosmovisión y etnoconocimientos de los pueblos indígenas, para la defensa integral de los ecosistemas y la consecución de la autonomía, por parte de las sociedades herederas de las ancestrales civilizaciones poseedoras de la tierra ahora llamada El Salvador… de esta forma los tepehuas, sisimites, chaneques y parajes seguirán defendiendo los territorios nahuas y acompañando las luchas de las comunidades que ostentan el título de pipiles o nobles.      

Bibliografía 

Olivier, Guilhem (2004). Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios azteca. Traducción de Tatiana Sule. México: FCE, 2004 

 

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Hugo Díaz

Arqueólogo y académico independiente. Exdirector de arqueología de la dirección de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura

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