Foto/Ana Herrera

Milpa Alta, el territorio campesino de CDMX que resiste en solidaridad y comercio justo

La producción agroecológica en el suelo de conservación de la Ciudad de México es una actividad realizada por familias y cooperativas que habitan principalmente las alcaldías de la región sureste de la metrópolis, quienes participan en mercados verdes y espacios de venta alternativos. Dentro de este escenario, una iniciativa de comercio justo ha destacado por ser también una red solidaria que promueve prácticas agroecológicas y restaurativas ambiental y socialmente.

Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que GatoEncerrado forma parte desde El Salvador.

Por Ana Herrera/ @ecohistorias

Domingo, seis de la mañana, suena el despertador. Un desayuno ligero y el auto lleno con las cajas y bolsas con los productos para la venta del día. El trayecto es de casi 30 kilómetros  (más de una hora y media de duración). En el camino amanece. Al llegar, hay que colocar el puesto y acomodar el amaranto, la miel, los nopales, el maíz y, claro, los tamales.

Como cada semana, desde hace cinco años, Isaac Suárez y Anastasia Guzmán llegan al mercado para comercializar sus productos, los cuales fueron cultivados, transformados y trasladados desde Milpa Alta, una de las alcaldías más rurales y campesinas de la Ciudad de México. 

A pie de montañas, bosques y laderas, junto a remanentes del lago, sus más de 28 mil hectáreas son categorizadas como suelo de conservación. Aunque es la segunda demarcación con mayor extensión territorial, Milpa Alta es la menos poblada.

En sus 12 pueblos originarios no hay plazas comerciales, tampoco empresas transnacionales o cadenas de supermercados; en su lugar hay extensos y generosos sembradíos de nopal, además de amaranto, maíz, hortalizas y frutos resguardados por una comunidad agraria que carga con la responsabilidad de habitar, preservar, producir y subsistir en un ecosistema que, por sus servicios ambientales y vocación agroforestal, es esencial para una de las metrópolis más grandes del mundo y sus habitantes.

Anastasia Guzmán fue invitada a la Feria de Tlaxcala en el Complejo Cultural Los Pinos. Foto/Ana Herrera

“No es fácil, se platica en unas palabras, pero es un camino muy pesado, maratónico”, explica Anastasia detrás de la mesa, en su puesto de venta. A sus 68 años, lidera la empresa familiar Anastasia Nopal integrada también por su hija y esposo. En sus actividades productivas, ella aplica los conocimientos aprendidos de sus padres para la agricultura, pero reconoce los daños causados por el uso de fertilizantes y plaguicidas.

“Tractores, mecanización, compactación de los suelos, eliminación del policultivo”, reflexiona Issac a sus 34 años, quien -al percatarse de los impactos de la revolución verde y los cambios en el uso de suelo- optó por Construir en raíces y crear la cooperativa que, con ese nombre y junto a un equipo multidisciplinario, ha centrado sus actividades en el oficio de la apicultura que ha retomado de su padre.

Issac y Anastasia forman parte de las 35 cooperativas y empresas familiares que integran el Mercado Alternativo de Tlalpan (MAT), que surgió hace nueve años en Tlalpan, alcaldía vecina a Milpa Alta, como un punto de encuentro directo entre productores orgánicos y consumidores, sin intermediarios, y ahora es un espacio consolidado y referente en las cadenas cortas de comercio justo, cuyo sector primario se sustenta del suelo de conservación, que representa 59% de la extensión total de la ciudad y que, de acuerdo al Programa General de Ordenamiento Ecológico (2000), se concentra mayoritariamente en las alcaldías Milpa Alta, Tlalpan y Xochimilco.

Sin campo y solidaridad no hay alimento ni ciudad

Los caminos que atraviesan Xochimilco con dirección a Milpa Alta se tiñen de un tenue amarillo que emana del acahual, cuya floración resulta vital en estos días para brindar alimento a los polinizadores, especialmente a las abejas. De camino al cerro del Ayaquémetl, en el ejido del pueblo originario San Antonio Tecómitl, se encuentran los cinco apiarios que están al cuidado de Issac, historiador y agrónomo de profesión, así como de su familia. 

Issac Suárez de la cooperativa Construir en Raíces en sus labores de apicultor. Foto/Ana Herrera

Además de la miel, el amaranto y los árboles frutales también son pilares de la materia prima de los productos de Construir en raíces.

De acuerdo a estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el amaranto es uno de los cultivos más antiguos de Mesoamérica y, aunque no es catalogado como un cereal, tiene más proteína que la mayoría de ellos. Esta espiga endémica esconde, en sus pequeñas florecitas, la semilla que sirve de base para la elaboración de barritas, muéganos o churros, mismos que pueden considerarse como dulces típicos, especialmente las “alegrías”, que se han posicionado como alimentos o snacks nutritivos y saludables.

Precisamente ha sido este valor nutricional y alimentario lo que ha atraído a determinados consumidores asiduos al MAT, pero este aspecto es la punta de un iceberg más complejo. Para su coordinadora Monserratt Téllez, no solo este mercado sino los mercados alternativos en general son una respuesta ante la inseguridad alimentaria y el abandono del campo resultado de políticas neoliberales como el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (NAFTA, por sus siglas en inglés) que data desde 1994.

Mercado de acopio de nopal en Milpa Alta. Foto/Ana Herrera

De acuerdo a Juan Luis Hernández, doctor en Ciencias Políticas y Sociales, “el crecimiento del sector agrícola no está en sintonía con la economía nacional, es decir, la economía del país va por un lado y el sector rural, por otro”, ya que en los últimos 25 años el Producto Interno Bruto (PIB) del sector agropecuario es más bajo en comparación con la economía que ha crecido entre 3 y 4%.

Y mientras el mercado agroalimentario mexicano está en manos de 20 grandes corporaciones, la producción a pequeña escala resiste desde una trinchera que enfrenta múltiples desafíos pero que se ha visto acuerpada desde organizaciones de la sociedad civil, ambientalistas y sectores más activistas.

En ese contexto adverso y tras una pandemia que hizo más tangible la relevancia de los procesos y a las personas dedicadas a las actividades del sector agropecuario, el equipo de jóvenes fundadores y coordinadores del MAT se ha sumado a la organización de actividades como el Segundo Encuentro Nacional de Redes Alimentarias Alternativas que se llevó a cabo en abril del 2022 y permitió mapear 1.184 proyectos productivos que promueven distintas formas de organización mediante prácticas sustentables, con el menor impacto ambiental y estableciendo relaciones económicas justas, siendo este último punto uno de los temas más sensibles.

El nopal milpaaltense, el sustento de la economía local

“Es muy complicado producir de esta forma” pues algunas personas “no notan la diferencia de un producto contaminado de uno que no”, detalla Anastasia tras unos días de largas jornadas en espacios de venta que le han implicado desplazarse hacia el centro de la ciudad. Desde hace 14 años, ella mantiene sus cultivos libres de químicos; sin embargo, la sobreproducción y el abaratamiento del nopal le han encaminado a mantenerse en constante búsqueda y construcción de alternativas.

Los nopales representan el 50% de los productos agrícolas sembrados en la Ciudad de México, donde se concentra el 24% de la producción de todo el país. 10 mil productores en Milpa Alta lo hacen posible, pues contribuyen con el 90% del total que se cosecha en la metrópolis, de acuerdo a cifras del gobierno mexicano.

A pesar de estas estadísticas, el beneficio económico no resulta equiparable. “El nopal es muy barato la mayor parte del año. En el mercado lo que se busca es producto barato y no se valora el esfuerzo que se le agrega al cultivo”, explica Anastasia reflexionando sobre lo que implica la producción con un enfoque agroecológico, sin embargo, destaca que “transformado, se puede guardar y almacenar por más tiempo”. 

Anastasia es una mujer adulta mayor, pero goza de buena salud. Son las arrugas en sus manos las que reflejan las horas dedicadas a sus más de 8 mil metros de cultivos de esta cactácea. En sus días, o madrugadas, Anastasia diversifica sus actividades, pues bien puede cortar las pencas, quitar las espinas de los nopales, atender capacitaciones e incursionar en la transformación de sus nopalitos en productos como tortillas, tiras deshidratadas, además de galletas y empanadas.

En esta alquimia con su tiempo, Anastasia también acude a vender los nopales al Mercado de Acopio, un tianguis local que prioriza la venta del nopal verdura cuya arquitectura podría retratarse con cierta nostalgia en tonos blanco y negro que van turnándose coloridos mientras los diablitos -carritos que se usan para trasladar la mercancía- y las camionetas formadas para abastecerse, van direccionando la dinámica del lugar.

Entre las dos de la mañana y las cuatro de la tarde, productoras y productores acuden a comercializar sus insumos de forma rústica. A excepción de un par de puestos de comida, no hay puestos fijos; en su lugar hay plásticos tendidos en el piso; al fondo, los cultivos de temporada reposan sobre mesas llenas de coloridas hortalizas, frutas y hierbas aromáticas. Pero lo que más abunda son las cajas y cubetas con medidas de hasta 200 nopales, cuya venta diaria asciende a las 150 toneladas.

Espacios de comercialización del nopal verdura. Foto/Ana Herrera.

“El mercado de nopal funciona como la bolsa de valores, el precio fluctúa todo el tiempo”, explica una de las vendedoras en el Mercado de Acopio, quien prefirió reservar su nombre por cuestiones culturales. Ella afirma que, ahora que la producción va a la baja y el precio se incrementa, puede hablarse de un precio justo. Y es que, dependiendo del tamaño, los costos van desde los 9  hasta 15 dólares por cien nopales.

Pero en época de alta producción, la demanda disminuye y “ni siquiera regalados se quieren llevar los nopales. A veces se desperdicia mucho”, apunta la mujer que echa una mirada a los biodigestores que se encuentran a un costado del mercado, pero que llevan tiempo sin funcionar y, de volver a hacerlo, podrían marcar la pauta para realizar prácticas de soberanía energética desde este establecimiento que marca el pulso de las relaciones productivas y comerciales en este territorio.

En México, el nopal destaca como símbolo biocultural importante. De las 220 especies que se conocen, entre 60 y 90 crecen en suelo nacional. De sus pencas crecen tunas y xoconostles, frutos de temporada que han acompañado la historia de la nación, pues si bien están representados en códices prehispánicos también se encuentran al centro de la bandera nacional. Además de que no pueden faltar en la mesa para acompañar una comida o complementar un taco. 

El suelo y sus usos en Ciudad de México

Aunque destacan por su adaptación y resistencia, los cultivos de Milpa Alta empiezan a verse más amenazados. De acuerdo al Anuario Estadístico de la Producción Agrícola de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), citado en un artículo de La Jornada, en los últimos 10 años la producción del nopal ha disminuido 30%. A ello se suma que la mayoría de productores aún se encuentran ligados a los procedimientos de la agricultura convencional; mientras que los procesos agroecológicos todavía no se colectivizan, aunque sean más eficaces para un mejor rendimiento a largo plazo.

Más de la mitad de los terrenos dedicados a su cultivo en la alcaldía se han perdido en el mismo periodo de tiempo, esta situación se complejiza aún más para las actividades agropecuarias en general con la llegada del nuevo Proyecto del Programa General de Ordenamiento Territorial que, si bien tiene pendiente un proceso de consulta pública, disminuirá 20% del suelo de conservación de la ciudad para transitar hacia una zona con los atributos de la nueva ruralidad.

Issac Suárez de la cooperativa Construir en Raíces en sus labores de apicultor. Foto/Ana Herrera.

La Ciudad de México, a partir de la mirada del periodista argentino Martín Caparrós, “es la ciudad más grande del hemisferio occidental. La más antigua de América. Una de las 10 más ricas del mundo. Tiene más habitantes que la mayoría de los países de la Tierra”. Pero, antes de ser ese polo cosmopolita donde interactúan más de 20 millones de personas, lo que existía era un sistema lacustre rodeado por un valle y sus montañas que, junto a sus 45 ríos, ha sido drenado y sepultado por la plancha de concreto y la lógica predominante del desarrollo. 

De ese ecosistema sobrevive el suelo de conservación que abarca 59% del territorio total de ciudad y se divide por sus usos en: agrícola (32%), suelo forestal (43%), asentamientos urbanos (11%), pastizales (13%) y humedales (0,01 %); siendo estos últimos los remanentes del lago de Xochimilco, uno de cinco entornos lacustres sobre los que ha crecido la ciudad, desde la antigua Tenochtitlán, centro urbano del imperio prehispánico de la cultura azteca (d. C. 1345 – 1521).

Es también en Xochimilco donde persiste una técnica ancestral de cultivo: las chinampas, reconocidas como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), debido a que  la tierra, por su proximidad con el lago, permite tener condiciones adecuadas de agricultura orgánica y artesanal. 

Ahí también ha nacido otra sede del Mercado Alternativo, a un año de su puesta en marcha, esta iniciativa ha permitido crecer la red de productores y al equipo conformado por la coordinación, quienes se encuentran desarrollando instrumentos para la creación de su propio Sistema Participativo de Garantías.

Además de ser espacios de comercialización de cadenas de alimentos, el MAT y el Mercado Alternativo de Xochimilco (MAX), son espacios de convivencia basados en relaciones de confianza, cuyos estándares de producción agroecológica son verificados con visitas regulares. De acuerdo a Ollin Aguilar, coordinadora del MAX, no se contempla certificar a productores con sellos orgánicos ya que si bien pueden llegar a tener relevancia en el mercado de la exportación, es una tendencia que obedece más al sistema agroalimentario hegemónico.

En un mundo sumido en la crisis climática, el desafío de este sector es particularmente difícil, pues la agricultura y la ganadería contribuyen con casi un 12% al total de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global.

Y es que la emergencia climática se debe en gran medida a la extracción y uso de combustibles fósiles que permiten echar a andar casi cada actividad humana en su relación con el sistema económico dominante. En ese presente ensombrecido, también se habla de una crisis de la imaginación como un factor a tener en cuenta para la construcción de alternativas que permitan salir del rumbo actual.

Además de su potencial para materializar la sucesión de cambios y hábitos socioeconómicos requeridos, las redes de comercio alternativo como el MAT y el MAX son también cadenas de solidaridad. Ahí, productores como Anastasia e Issac -quienes realizan prácticamente todas las actividades de los sectores primario, secundario y terciario- resignifican los impactos de la agricultura desde el profundo respeto que guardan por la tierra y la vida que crece de ella.

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