Foto/Lucía Calderón
Pescadores artesanales de las aldeas San Juan y Barra Sarstún, en el Atlántico guatemalteco, se capacitan y participan activamente en la conservación, restauración y monitoreo de mangle. Mujeres, jóvenes y niños de ambas comunidades también aprenden sobre los beneficios ambientales que proveen las distintas especies de mangle que crecen en la región del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM) donde están ubicadas.
“Cuando estoy entre el mangle me siento feliz, porque estoy cuidando mi propio beneficio y el de mis hijos y nietos”, dice sonriente el pescador Norberto Tróchez, mientras trata de acomodar sus pies sobre un pequeño parche de suelo en el que están desarrollándose las raíces de los mangles negros que él, junto con vecinos de su comunidad, sembraron en un área anteriormente degradada.
Sin embargo, este experimentado pescador de la aldea San Juan, situada en el municipio de Livingston, departamento de Izabal, Guatemala, no siempre pensó de esta manera. “Hasta hace poco estábamos destruyendo el mangle para obtener leña y producir carbón o para hacer viveros de peces que atrajeran a otros más grandes para poder pescarlos”, relata.
Fue después de participar en las capacitaciones, que la organización ambiental no gubernamental Ecologic Development Fund (EcoLogic) impartió en esta comunidad y Barra Sarstún —como parte del proyecto Conservación, Restauración y Monitoreo del Ecosistema Manglar con Liderazgo Comunitario en el Área de Uso Múltiple del río Sarstún (AUMURS), que su perspectiva cambió.
“Nos reunimos con los más ancianos de la aldea y analizamos que lo mejor es cuidar el mangle, proteger lo que Dios nos dio, porque, aunque quizá nosotros no vayamos a ver los resultados, nuestros hijos y nietos sí, y esto me hace feliz”, enfatiza.
Los mangles —árboles que crecen en las zonas de transición entre el agua dulce de los ríos y las masas de agua salada de los mares— brindan múltiples beneficios tanto a quienes viven en zonas marino-costeras como al mundo en general.
Contribuyen a la calidad del agua porque depuran sedimentos; son el hogar de distintas especies de plantas, aves, mamíferos y reptiles, así como de peces, moluscos y crustáceos de los que dependen muchos pescadores. También mitigan el cambio climático, dado que sirven como reservorios de carbono.
Los manglares son actores importantes en los esfuerzos por abordar algunos de los grandes desafíos ambientales que enfrenta la humanidad, indica el Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA). Por ejemplo, proporcionan protección contra inundaciones, y amortiguación contra las tormentas y huracanes a los que es altamente vulnerable la región del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM) en Centroamérica y el Gran Caribe.
Debido a su estrecha relación con otros ecosistemas —como arrecifes de coral y pastos marinos—, son pilares para la conservación de las zonas costeras.
Sin embargo, su cobertura continúa disminuyendo cada año, resultado de los impactos del cambio climático, el avance de la frontera agrícola y su sobreexplotación. Tan solo en el continente americano (incluyendo el Caribe) se ha presentado una reducción del 24% de los manglares en los últimos 25 años; estimándose para la región del SAM (donde están situadas las aldeas de San Juan y Barra Sarstún) una disminución del 30% entre 1990 y 2010, lo cual significa una pérdida económica de aproximadamente 602,15 millones de dólares por año, señala el Manual para la Restauración Ecológica de Manglares del Sistema Arrecifal Mesoamericano y el Gran Caribe.
Dados los beneficios que proveen los manglares en cuanto a conservación de la biodiversidad, mitigación del cambio climático y bienestar económico y social para las comunidades, la declaración de la “Década de la Restauración” —lanzada en junio de 2021 por la Asamblea General de Naciones Unidas— considera a la restauración ecológica (RE) como una Solución Basada en la Naturaleza que, a su vez, contribuye a los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).
La RE consiste en el proceso de ayudar a la recuperación de un ecosistema degradado, dañado o destruido con el objetivo de que este desarrolle las características que le son propias y para que también provea los bienes y servicios que las personas valoran.
La recuperación que favorece la RE se efectúa en el corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, en cualquier sitio donde se pretenda efectuar, se deben de tomar en cuenta los aspectos sociales y económicos de las comunidades aledañas, para que este sea socialmente aceptable y económicamente viable.
Por eso, una acción importante para lograr el éxito en la recuperación de ecosistemas es abrir oportunidades de participación a pueblos indígenas y comunidades locales, tanto en el desarrollo como en la implementación de proyectos ambientales, señala el asesor marino costero Carlos Rodríguez Olivet.
En la actualidad, don Norberto sigue participando en jornadas de restauración y reforestación de mangle, así como en patrullajes de control y vigilancia en las zonas recuperadas con esta especie. No es el único.
Rebeca Gisela Tróchez López, una mujer de reconocido liderazgo en San Juan, quien entre otros cargos comunitarios ostenta el de presidenta del comité de pescadores, concuerda con don Norberto al indicar que, luego de ser capacitados sobre el cuidado y conservación de los bosques que los circundan, manglares y bosque tropical inundable, tomaron la decisión de protegerlos.
“Como pescadores, sabíamos que los mangles dan abundancia de peces, jaibas, camarones, aves y oxígeno, pero, al mismo tiempo, los cortábamos; no pensábamos que podríamos acabarlos. Ahora, al reconocer sus beneficios y saber que por cuidarlos podemos obtener otro más (incentivos forestales) estamos motivados a protegerlos”, comenta Rebeca.
“También trabajamos duro hasta que conseguimos la personería jurídica del comité de pescadores, porque solo de esta manera podríamos gestionar más apoyo de otras instituciones en beneficio de la comunidad”, agrega Rebeca.
Con relación a la participación de las mujeres en la conservación de la naturaleza, esta emprendedora y líder comunitaria señala que, en San Juan, las señoras creen que su aporte se limita a preparar los alimentos de su esposo, para que —con el estómago lleno— acuda a las jornadas de restauración y reforestación.
Sin embargo, a Rebeca le gustaría que ellas se involucraran de forma directa en ambas actividades, tal como lo hicieron cuando —a cambio de obtener una estufa ahorradora de leña— participaron en la creación y cuidado de un vivero forestal, del cual salieron las 360 plantas que cada familia sembró en áreas dañadas. Este intercambio de estufas por reforestación lo impulsó EcoLogic como parte del proyecto piloto, y fue una buena forma de involucrar a familias enteras en la conservación de la naturaleza, opina la lideresa.
“Fue una experiencia muy bonita, porque aparte de lo que logramos sembrar, me dejó gratas experiencias como persona. Y, como mujer, sé que tengo un rol importante hacia mi comunidad, hacia la naturaleza y pues ni bien Dios me dé vida, pienso continuar en este proceso y tratar que las mujeres, niñas y jóvenes san juaneras sigan conservando nuestra área y naturaleza”, dice.
Los integrantes del Comité de Pescadores Artesanales Barra Sarstún, aldea próxima a San Juan, tampoco se quedan atrás con su liderazgo en la conservación y restauración del ecosistema manglar. “El mangle da vida y es una barrera contra desastres”, afirma Marco Antonio Milián, presidente del comité de pescadores de esa localidad.
En tanto, Félix Vega, vocal del comité, añade: “el manglar nos ha generado bienestar económico, porque es un ancla de vida. Por eso, a los jóvenes también los involucramos en su cuidado y en la recuperación de las áreas deforestadas”.
Jessica Cutz Leiva y Andy Castro Hernández, ambos de 15 años de edad y estudiantes del tercer grado básico en el Instituto Nacional de Educación Básica de Telesecundaria de Barra Sarstún, representan a los adolescentes que ayudaron a crear un vivero forestal en su comunidad como el de la aldea San Juan.
Ellos también participaron en la siembra de mangle y en las visitas a las áreas reforestadas para ver el crecimiento de las cuatro especies de mangle presentes en la región: rojo (Rhizophora mangle); blanco (Laguncularia racemosa); botoncillo (Conocarpus erectus) y negro o madre sal (Avicennia germinans).
“A mí me gustaron las visitas de campo y aprender cuántas especies de mangle tenemos cerca de donde vivimos”, contó Jessica. Andy también indicó que le gustó aprender cuáles son las especies de mangle que hay en Guatemala y participar en las jornadas de siembra de propágulos.
A su vez, el profesor Rubén Urizar Reyes señaló que, del trabajo de campo realizado, se obtuvieron las ideas para determinar las imágenes que dibujarían en el mural alusivo al ecosistema manglar, el cual, los alumnos de los tres grados del ciclo básico, junto con un artista plástico de la región, plasmaron en la sede del comité de pescadores de dicha comunidad.
Lo que está pasando en Barra Sarstún y San Juan es considerado como un ejemplo exitoso del involucramiento comunitario en iniciativas de restauración, según Rodríguez. Y añade que, basándose en el contenido del manual para la restauración ecológica de manglares, EcoLogic implementó el proyecto en ambas aldeas del AUMURS. Asimismo, contó con el apoyo técnico de la Asociación Maya Probienestar Rural del Área Sarstún (APROSARSTÚN), y con financiamiento del Mesoamerican Reef Fund (MAR Fund) y del proyecto Manejo Integrado de la Cuenca al Arrecife de la Ecorregión del Arrecife Mesoamericano (MAR2R, por su acrónimo en inglés), el cual es ejecutado por la Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo en coordinación con los ministerios de ambiente de los cuatro países que abarca el SAM: México, Guatemala, Belice y Honduras, y con el financiamiento del Global Environmental Facility, a través del Fondo Mundial para la Naturaleza como agencia implementadora.
El AUMURS, un sitio Ramsar situado en el noroeste de la República de Guatemala, constituye la frontera física con Belice y fue declarada como área protegida en 2005 por medio del Decreto 12-2005.
En esa región es donde se ubica el área natural de la aldea San Juan. Detrás del ecosistema de manglar, crece un bosque tropical inundable en el que hay imponentes árboles de maderas preciosas como el San Juan (Vochysia guatemalensis), Santa María (Calophyllum brasiliense), cedro (Cedrela odorata), zapotón (Pachira aquatica) y cahué (Pterocarpus officinalis). A su vez, este es un bosque de protección porque sirve de filtro para reducir el proceso de erosión del suelo y que sus partículas lleguen al mangle y lo afecten, según explica el ingeniero agrónomo Mario De León, oficial de proyecto de EcoLogic.
La duración del proyecto en las dos comunidades costeras fue de 15 meses, entre 2019 y 2021, y además de enfocarse en el mangle, benefició a los hombres, las mujeres, los niños y los adolescentes que las habitan, cuya población total suma 334 personas.
A través de esta iniciativa, también se logró mitigar las principales amenazas que en ambas localidades enfrentan los mangles: la tala para la construcción de viveros acuáticos, leña y producción de carbón, así como la contaminación por los químicos usados en la agricultura y por residuos y desechos sólidos en general. A eso se suma la falta de conocimiento sobre la importancia de los manglares, particularmente por parte de las nuevas generaciones; y su degradación por erosión de las costas y fuertes corrientes, comenta el ingeniero De León.
Para recuperar las áreas degradadas, tanto en Sarstún como en San Juan, se utilizaron dos técnicas sugeridas por César Zacarías-Coxic, responsable de manglares en el Instituto Nacional de Bosques (INAB).
La primera fue el manejo de la regeneración natural de mangle blanco (Laguncularia racemosa C.F. Gaertn), trasladando plántulas de un metro de altura del bosque aledaño al sitio de interés, estableciendo 11 plantas (núcleo) por postura, a un distanciamiento de cuatro metros entre cada grupo. Esta técnica se realiza toda vez exista una abundante regeneración en el bosque, para no poner en riesgo el equilibrio del ecosistema.
La segunda técnica fue una siembra directa de los propágulos (popularmente conocidos como candelillas) de mangle rojo (Rhizophora mangle L.) al suelo, lo cual se efectúa cuando el sitio no ha sido perturbado drásticamente, lo que facilita su recuperación.
“Y el éxito del trabajo de restauración realizado en estas aldeas del Caribe guatemalteco se consiguió al capacitar a las personas para que aprendieran a aprovechar de forma sostenible el mangle y las especies forestales presentes en sus territorios. También ayudó haber tomado en cuenta sus conocimientos ancestrales para fomentar la restauración y desincentivar la tala”, dice De León.
“La participación voluntaria e informada de las comunidades en la conservación de los recursos naturales es imperante, porque cuando se habla de gobernanza forestal y acciones de recuperación de ecosistemas, las primeras que tienen que estar empapadas del tema y convencidas son las comunidades”, afirma Zacarías-Coxic.
El funcionario de INAB está claro en que, como representantes de instituciones, se pueden identificar áreas y trabajarlas, pero el éxito dependerá de cuánto se involucren las comunidades. “Cuando ellas están empoderadas del tema y han colaborado con acciones específicas para beneficio comunitario, ayudan a que no haya tala, ni sobrepesca. De ahí la importancia de tomarlas en cuenta para hacer los procesos”.
De León añade que con el involucramiento de la comunidad en los trabajos de recuperación, restauración y reforestación de ecosistemas se alcanzan resultados a corto plazo. Y las alianzas que sus integrantes concretan con organizaciones ambientales locales contribuye a que puedan seguir obteniendo el financiamiento para continuar protegiendo sus recursos naturales.
A través del proyecto efectuado en el AUMURS, se realizaron 16 talleres sobre conservación de mangle y viveros forestales, en los que participaron 248 personas (147 mujeres y 101 hombres).
También se lograron restaurar cinco hectáreas de manglares en San Juan y 2,09 en Barra Sarstún; mientras que el total de hectáreas destinadas exclusivamente para la conservación fueron 30,77 en San Juan y 18,23 en Barra Sarstún, para un total de 49 hectáreas entre ambas comunidades.
Asimismo, para garantizar la sostenibilidad de esas zonas restauradas y las destinadas a la conservación, el proyecto apoyó la gestión de su arrendamiento ante la Oficina de Control de Áreas de Reserva del Estado (OCRET), requisito indispensable para poder inscribirlas en el Programa de Incentivos Forestales PROBOSQUE del INAB.
El 9 de agosto de 2022, EcoLogic recibió la resolución favorable del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) y el 11 del mismo mes inscribieron dichas hectáreas en el INAB, por lo que, a partir del primer trimestre de 2023, se espera el primer pago de incentivos forestales para cada comunidad, el cual ascendería a US$350/ha/año, durante 10 años.
“Estos son los primeros contratos de arrendamiento de tierras principalmente usadas para la conservación y restauración de bosque tropical y ecosistema manglar que recibirán incentivos forestales en 2023. Con este logro, San Juan y Barra Sarstún corroboraron la importancia de trabajar unidas y en alianza con las instituciones que las apoyan al facilitarles medios de vida alternativos y sostenibles que, a su vez, les permiten salir adelante sin afectar los recursos naturales de su entorno. Prueba de la importancia de estos arrendamientos es que el mismo Presidente de la República de Guatemala, Alejandro Giammattei, vino en octubre de 2022 a entregar los avales de propiedad de la tierra a los representantes de ambas comunidades”, comenta De León con aire de satisfacción por el trabajo realizado.
Eliazar Bo Ché, ingeniero ambiental y técnico de campo de EcoLogic, quien acompañó a ambas comunidades en el aprendizaje de la protección del ecosistema manglar, añade que, al contar estas con la certeza de propiedad de las tierras que están restaurando y conservando, pueden planificar y organizar patrullajes de control y vigilancia para evitar las actividades ilícitas que las dañan.
Y con los pagos que recibirán por parte de PROBOSQUE, las comunidades podrán invertir en otras iniciativas de beneficio comunitario, como el proyecto de ahorro y microcrédito que ya tienen definido en San Juan y que contribuirá con su seguridad alimentaria, salud y educación, porque, concluye Bo Ché, “además de conservar la naturaleza las personas también deben mejorar su calidad de vida”.
Este artículo es parte de la Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta en América Latina. GatoEncerrado es parte de esta red.