Foto/Cracky Rodríguez

Gobierno improvisa, rompe su cuarentena y da un portazo a los que buscaban ayuda

Algunos llegaron desde el domingo por la noche y otros en la madrugada del lunes. Se reunieron tantas personas que la cuarentena domiciliar, para evitar la propagación del Covid-19, se rompió. La gente sabía que reunirse en masa era un riesgo para la salud, pero también querían saber por qué no fueron tomados en cuenta por el Gobierno para recibir $300 de ayuda económica ante las medidas que no les permiten salir a trabajar para comer. El esfuerzo de llegar temprano fue inútil. El Gobierno cerró los Cenade antes del mediodía. Luego tuvo que reconocer que falló en la logística para entregar la ayuda económica.

Los que hacen fila afuera del Centro de Atención Por Demanda (Cenade), de San Salvador, le temen más al hambre que al coronavirus. Tomasa, como muchos otros adultos mayores que hacen fila, deberían estar en casa para resguardar su salud, mientras el Covid-19 ronda en El Salvador. Pero no, están aquí porque no tienen casa propia y tampoco tienen qué comer. Así que se amontonan en una columna interminable de gente que espera una oportunidad para entrar al Cenade y pedir que los incluyan entre los beneficiarios de los $300 prometidos por el Gobierno, como alivio económico ante las medidas para prevenir la propagación del Covid-19.

Tomasa es una anciana morena y pequeña. No tiene familia, ni casa, ni comida. Lo único que tiene es lo que anda puesto, unas cremas, unas rasuradoras y unas baterías que venden en el centro de San Salvador para sobrevivir. También tiene un Documento Único de Identidad (Dui), que guarda celosamente en una bolsa plástica, como si fuera su tesoro más grande. Tomasa cuenta que ese Dui es su esperanza, es lo que acredita que es ciudadana salvadoreña y que eso debe ser suficiente para que el Gobierno no la deje morir de hambre.

Así que llegó aquí a las 3:00 de las madrugada y desde entonces, hace unas seis horas, no se ha sentado. Lo único que quiere es avanzar en la fila y llegar hasta las oficinas del Cenade para que le digan si está en la base de datos del Gobierno y así poder cobrar los $300 que le urgen para comer.

Alguien en la fila la escucha y le ofrece su ayuda. Saca su celular, digitan el número de Dui y comprueban que Tomasa no aparece entre los aplicables para obtener la ayuda económica del Gobierno. Así que se frustra.

La situación de Tomasa no es única. De hecho, las más de 5,000 personas que inundan la Roosvelt están aquí porque no aparecen en esa base de datos y están seguros de que son los más vulnerables y de necesitan la ayuda económica. Algunos aseguran que no tienen dinero para cumplir con el llamado del Gobierno de: “Quédate en casa”. Estos días de cuarentena domiciliar han logrado sobrevivir gracias a la generosidad de vecinos.

Tomasa, así como todos los que están en la fila, escucharon en la cadena de radio y televisión cuando el presidente Nayib Bukele presentó la plataforma para conocer quiénes serían los beneficiarios de los $300 de subsidio. Bukele dijo, la noche del 27 de marzo: “si después de haber consultado el Dui de todas las personas de sus vivienda y ninguno aparece en el registro y usted considera que debería ser elegible para el beneficio […] entonces tiene dos formas de reclamar: Una es ir a uno de los Cenade, que están en el país, ahí están las ubicaciones. Va al Cenade y si lo paran dice que va para el Cenade porque no aparecí en la lista de los 1.5 millones que están en la plataforma, y serán atendidos en persona”.

Eso no pasó, el sistema no logró hacer frente a las miles de personas que reclamaban no estar en el sistema. Luego de tres horas de abiertos los Cenade, el Gobierno ordenó el cierre. 

Más tarde, el presidente Bukele publicó en Facebook: “…La mayoría de la gente que llegó a los Cenade iba a traer el dinero, cuando siempre dijimos que ahí no se entregaría dinero. Pero muchos no leyeron. Otros piensan que si llegan primero, le ganarían a los demás”. El presidente también admitió, en su Facebook, que el Gobierno cometió errores y que falló en la logística de la entrega de los $300.

Personas como Sandra llegaron desde el sábado y encontraron las puertas cerradas. Los vigilantes fueron los únicos que estaban en el lugar y les dijeron que regresaran el lunes a las 7:30 am. Sandra volvió a su casa, el sábado, resignada. Ahora es lunes y Sandra hace fila a más de una cuadra de distancia de la puerta del Cenade, desde las 6:00 a. m. Llegó tarde, algunos de los que están aquí, pasaron la noche en vigilia para ser de los primeros en entrar.

Ya son las 9:00 a. m y la gente comienza a desesperarse. Los policías han empezado a dispersar a la gente y sin mayor protocolo cierran las cortinas metálicas del Cenade y solo explican que es la orden del presidente Bukele.

El presidente, minutos después, confirmó lo que decían los policías cuando cerraron el Cenade. En su cuenta de twitter: escribió “Los Cenade están demasiado llenos, las aglomeraciones son un riesgo de contagio para su vida y la de su familia. Llegar temprano, tarde, hoy, mañana o pasado mañana no hace ninguna diferencia, ya que la lista se actualizará hasta el sábado. Así que por la salud de la población, he decidido CERRARLOS. EL RECLAMO PUEDE HACERLO EN LÍNEA, DESDE CUALQUIER CELULAR CON INTERNET, INCLUSO SI ES PRESTADO. Si no puede hacerlo en línea, a partir del mediodía, habilitaremos un número telefónico, gratis e ilimitado, en donde podrá hacer su reclamo sin arriesgarse saliendo de su casa. REPITO: POR SU BIEN, A PARTIR DE ESTE MOMENTO, TODOS LOS CENADE ESTÁN CERRADOS”. (sic)

El tuit, como es lógico, no le alcanza a llegar a la gran mayoría de personas que hacen fila. Así que un policía repite con un megáfono: “Se cierra el centro para evitar aglomeraciones. Por cualquier inconveniente, consulten en línea o revisen por teléfono”. Aunque no dio ningún número. 

La multitud, insatisfecha, se transformó. Las mujeres gritaron y lloraron. Sobre todo las que estaban más cerca de entrar. Vieron la oportunidad a unos metros y de pronto el portazo en la cara.

“¡Yo tengo hijas, yo soy mamá, soy independiente! ¿Quién le da de comer a nuestros hijos?” “Tenemos hambre”, “nos han mentido”, “tenemos desde las 2:00 de la mañana”, “si no nos abren, mañana vamos a trabajar”… Estos fueron algunos de los gritos de la gente, que poco a poco se fue dispersando mientras la Unidad del Mantenimiento del Orden (UMO) de la Policía Nacional Civil (PNC) desfilaba amenazante.

Roberto es uno de los pocos hombres que lograron entrar al Cenade, antes de que lo cerraran. Llegó desde la noche del domingo y esperó en la calle hasta que abrieron. El esfuerzo, en realidad, no sirvió de mucho.

“Me dijeron que me van a llamar en tres días y que si no llaman, que no les llame yo, que ellos se van a comunicar”, dice Roberto, quien es un mecánico de 74 años. “Solo me pidieron mi nombre y me anotaron, les di mi número de Dui y ya”, agregó. No lo anotaron en ningún registro en línea, ni le dieron comprobante de su visita. Salió igual: sin nada. 

¿Quiénes son los que piden la ayuda del Gobierno?

Kaori Sánchez

Kaori es una mujer trans. Vive sola en un espacio que alquila y trabaja como mesera en un restaurante del parque San José. Desde que Bukele decretó el cierre de bares y restaurantes no ha podido trabajar. “Revisé si estaba el sistema, pero no aparezco. Desde hace 15 años que yo vivo apartado de mi familia por ser lo que yo soy. No me llevo bien con ellos así que no sé si alguien de ellos quedó”.  

Wilfredo Rivas

Wilfredo define su trabajo como “cómico”. Es de las personas que se suben a buses, cuentan chistes a cambio de monedas y cuando puede también vende. Vino con sus vecinos del barrio Candelaria de San Salvador, porque casi ninguno de ellos aparece como beneficiario en la plataforma que el Gobierno habilitó. En la colonia se han organizado para comer todos, aunque sea un poco y se organizaron para juntos exigir el dinero que les corresponde, después de escuchar al presidente Bukele decir en cadena nacional que quien no apareciera en el sistema debería acercarse a los Cenade.  “Acá nos apoyamos, y si no tiene uno tiene el otro, y acá vamos a seguir la lucha”. 

Roberto

Roberto tiene 75 años y es mecánico. Fue de los pocos que logró entrar a las instalaciones del Cenade. Su hija lo esperaba afuera. Salió igual que como entró: sin nada. “Nos hicieron llenar un formulario y dijeron que nos van a llamar en tres días y si no nos sale, que me espere, pero que sí me van a  llamar”. No le dieron ningún comprobante, ni nada. Está separado y vive solo. Estos días los ha sobrevivido con la ayuda de sus hijos. Su exesposa sí recibió el beneficio. 

Miguel Ángel Martínez

Miguel está a pocas personas de entrar al Cenade. Con sus compañeros de la Brigada de Incapacitados Civiles se organizaron para llegar a juntos a la 1: a. m. y  solicitar el subsidio de $300. Desde que sufrió un accidente de carro, que lo dejó sin su pierna izquierda, ha trabajado como vendedor de bolsas plásticas en los semáforos. 

Juan Antonio y Margot Peréz

Juan Antonio es una persona con discapacidad visual y vive en San Marcos. Viajó el domingo en la noche a la casa de su hermana Margot para estar juntos a las 5 a. m. y hacer fila. Su situación le ha dificultado encontrar trabajo y vive de la ayuda de su hermana y su Familia. Margot vive sola con su hijo, es empleada doméstica y normalmente gana $300 al mes. Desde que el Gobierno decretó cuarentena no trabaja. “Mis patrones son maestros. ¡Ay cómo me van a poder ayudar!”, dice. Desde que salió el primer caso de Covid-19 confirmado, ambos han visto todas las cadenas de radio y televisón del presidente Bukele y por eso se animaron a llegar y pedir los $300. 

Valeria, María y Sally

Valeria y María se acaban de conocer. Ambas llegaron a las 5:00 a. m. y junto con la hija de Valeria, Sally, llevan casi cuatro horas buscando el final de la fila que es un círculo que parece no acabar. Valeria es una madre soltera de 23 años, vendedora ambulante y vive sola en un cuarto en Santiago Texacuangos. El dueño del cuarto donde vive le ha permitido que los próximos meses no pague los $50 al mes que paga normalmente, pero le preocupa la comida de su hija Sally. María tiene 77 años, es viuda y trabaja de lavar y planchar y vive con su nieta. Ambas revisaron si estaban en el listado de Duis favorecidos y ninguna estaba.