Foto/Emerson Flores

Mujeres en lista de espera: (sobre)vivir al octavo día de una cuarentena

La cuarentena domiciliaria las agarró por la espalda. Habían escuchado del coronavirus, pero nunca pensaron que estaría tan cerca de El Salvador. Más de una lo pudo haber visto por las noticias, pero acostumbradas a líos y padecimientos cotidianos, en sus cabezas no estaba la idea del golpe que estaban por recibir. 

La noche que el Gobierno decretó la emergencia nacional por el COVID-19, tenían productos que debían vender al día siguiente o se echarían a perder. Lo único que les quedaba de dinero tal vez solo aguantaría una semana, igual que la poca comida que tenían almacenada.

La medida —al que casi todo el país fue sometido, desde el 21 de marzo pasado para evitar la propagación del COVID-19—, no tenía marcha atrás. Así que muchas de ellas cumplieron. Encerraron a sus familias y se encerraron ellas.

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MARTA AGUIRRE

Marta no tiene horario de trabajo. Su día a día lo gana vendiendo frutas en el Puente de Oro de San Marcos Lempa, Usulután. En 2008, fue madre adolescente. No alcanzó a entrar al bachillerato. Nueve años después, recibió una beca para estudiar. Se graduó de bachillerato. Hoy quiere estudiar un técnico, ser maestra o enfermera o sobrecargo. 

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MARTA AGUIRRE

Marta no tiene horario de trabajo. Su día a día lo gana vendiendo frutas en el Puente de Oro de San Marcos Lempa, Usulután. En 2008, fue madre adolescente. No alcanzó a entrar al bachillerato. Nueve años después, recibió una beca para estudiar. Se graduó de bachillerato. Hoy quiere estudiar un técnico, ser maestra o enfermera o sobrecargo. 

MARGARITA PEÑATE

A finales de 2019 fue despedida de la ANDA. Margarita quedó desempleada a sus 50 años por un despido arbitrario. Desde entonces, vende almohadas que ella misma confecciona. Aprendió en el camino y “por necesidad”. Junto a su hija, y dos mujeres más, han sacado adelante la producción de almohadas.

AMALIA LÓPEZ

Su tienda es un punto de abastecimiento en la colonia que vive. Lleva más de 14 años operando. Amalia desde que era niña aprendió del negocio, de hacer cuentas, de buscar el precio justo. Es una pequeña empresaria. 

REYNA

No le tiene miedo a nada, ni a la muerte. Trabaja desde los 11 años, desde que la lanzaron por primera vez a curilear. Conoce perfectamente el estado de las mareas y del negocio del curil. Si algo le preocupa es que no hay tanto curil como antes. Y si no hay curiles, tampoco hay qué comer. De eso vive. 

SANDRA AMAYA

Trabaja de mesera en un comedor cerca de 12 horas diarias. Sandra fue madre joven y no cursó más allá del sexto grado. Se movió a San Salvador junto a su abuela siendo una niña. En su vida solo son ella y sus dos pequeños. Con los $7 que gana a diario, les cuida y alimenta.

Las mujeres en El Salvador son de las más afectadas, entre los más afectados económicamente por las medidas para prevenir el COVID-19. Empresas o maquilas, donde trabajan, han advertido que no les pagarán salarios por la poca producción durante la cuarentena domiciliar. Algunas forman parte del sector informal, por lo que viven y comen de lo que venden día a día.

Defensoras de derechos humanos vaticinan un escenario muy complejo y duro a causa de las desigualdades que ya se viven y economistas advierten que quienes asumirán la mayor parte de los costos de esta crisis serán, una vez más, las mujeres.  

GatoEncerrado buscó a salvadoreñas de lugares diferentes, con edades, situaciones y complejidades distantes, pero similares en el fondo, para conocer cómo sobrellevan los primeros días de cuarentena domiciliar. Son mujeres que habitan en la urbe, o cercanas a ella, y otras donde la cotidianeidad es menos visible a las políticas estatales.

Marta Aguirre es una de ellas. El día que el Gobierno comenzó a implementar la entrega de los $300 para enfrentar la crisis, ella ni siquiera pudo entrar a la página, ya que el sistema había colapsado en las primeras horas. Era el octavo día de cuarentena. Al preguntarle qué haría en caso de no recibir el beneficio, Marta soltó un suspiro largo. “Si no tengo nada, mejor que me lleven a albergar”. 

Maternidad por dos 

Liam y Daniela juegan dentro de una pequeña casa. Son hijos de Sandra Amaya. Liam es un bebé y Daniela tiene siete años. Ambos están inmersos en una dinámica a la que no están acostumbrados, como usar mascarillas, estar en el encierro y ver a su madre todo el día. Sandra es madre soltera, tiene 23 años y gana $7 diarios en un comedor de Mejicanos. Trabaja casi 12 horas continuas.

Con la cuarentena teme haberse quedado sin trabajo. El comedor en el que llevaba apenas un par de semanas laborando cerró por las medidas. Ella no recibirá paga mientras se encuentra en su casa. Eso le dijeron los dueños.

Como tampoco cuenta con seguro social, trata la manera de que ni sus hijos ni ella se enfermen. Solo Liam tiene un poco de tos. Sandra lo llevó con miedo a la Unidad de Salud de la zona. Lo mandaron con medicamentos a su casa. “No es coronavirus”, aclara de inmediato. Algo que sí le preocupa es que la comida que guardó, como arroz, frijoles y sopas empaquetadas, solo durará unos días más. Después nada.

Un par de parientes viven cerca, pero están en las mismas: sin mucha comida ni dinero. Ninguno, a excepción de su abuela, entraron en el beneficio de los $300. Sandra rompe en llanto cuando piensa cómo le hará para darles de comer a los niños. Daniela se acerca y le pide le deje cargar a Liam. Se lo lleva a jugar un rato mientras Sandra continúa la entrevista. Se acuerda de una de estas últimas noches en la que no tenía nada qué comer. De no haber sido por una vecina que le llevó frijoles, no habrían cenado. “Mis hermanas me dicen que no me preocupe, que no me ponga mal”. 

Sandra Amaya, de 23 años, es mamá de Daniela y Liam. Es madre soltera. No cuenta con ingresos económicos por el momento. El comedor para el que trabaja en Mejicanos, en San Salvador, ha tenido que cerrar por la cuarentena. Sandra no fue beneficiada con los $300 para enfrentar la crisis por Covid-19. Foto/ Julia Gavarrete

Marta Aguirre, así como Sandra, es madre soltera que cría a una hija. Tiene 27 años y Fátima, su hija, 10. Sus estudios quedaron en pausa por nueve años cuando salió embarazada. Hasta hace unos meses logró terminar el bachillerato. En el centro de su pequeña casa, luce con orgullo la fotografía de su graduación. Le costó, pero con una beca lo logró.

Buena parte de sus años los ha dedicado a la venta de fruta sobre el puente de San Marcos Lempa, en Usulután. Vende mango dulce o sazón, jocotes, penino y hasta semilla de marañón. Pelar fruta es de todos los días. 

Cuando escuchó por primera vez del COVID-19, recuerda, fue después de la declaratoria de emergencia nacional emitida por el presidente Nayib Bukele, el 11 de marzo de 2020.

Ahí comenzó a ver sus ventas venirse a pique: nadie quería detenerse a comprarle fruta por miedo a enfermarse. “La gente se tomaba la foto en el puente y se iba”, relata Marta. Cuando se declaró la cuarentena nacional, Marta tenía un par de dólares ahorrados. Para el octavo día de cuarentena había acabado con lo último. Lo poco que le quedó servirá para unos días, pero se reduce a frijoles y tortillas.

La casa de Marta se rodea de algunos árboles de jocotes. Cada vez que sale a su patio los observa. “A veces he estado pensando que me dan ganas de ir a traer mangos y comerme estos jocotes que tengo en mi casa. Con mangos y jocotes uno, más o menos, la va pasando”. Luego se contiene. Sabe que no es una comida que nutrirá a Fátima.

El golpe en las mujeres es inminente con respecto al desempleo generado por la crisis. Sobre todo, en aquellas que deben sostener a sus familias solas, sostiene Morena Herrera, líder feminista y presidenta de la Agrupación Ciudadana para la Despenalización del Aborto. 

Herrera asegura que es predecible un escenario de mayor desigualdad, dado que no existe una visión de parte del Gobierno ni de la Asamblea Legislativa en cuanto a sus políticas y medidas para la equidad de género.

“La gente se los está diciendo: ‘es la vendedora de mangos, la que está vendiendo pupusas’. Las medidas no están siendo capaces, porque no tienen esa visión para afrontar estas dificultades”, expuso Morena a GatoEncerrado

En el Bajo Lempa las historias de madres solteras se repiten: como Gloria Sosa, de 31 años, y  Fátima Maradiaga, de 21 años. Ambas tienen dos hijos. Trabajan en la siembra de caña, lavando ropa o vendiendo fruta. No cuentan con seguro social y probablemente no recibirán un sueldo mientras dure la cuarentena. Gloria recién había chequeado ese día en el sitio web si entraba en el subsidio, pero no. “Hay personas de una misma casa que todos han salido beneficiados. No le encuentro lógica a eso”, expresó extrañada Gloria, ya que en su mensaje, el presidente Bukele sostuvo que solo una persona por familia sería la beneficiaria. 

Fátima está en las mismas, tampoco recibirá el dinero, pero ella piensa que si su única opción es volver a vender frutas, lo hará. 

Tampoco Sandra ni Marta, ni familiares de ellas, quedaron en la primera lista de beneficiarios. Llenaron un nuevo formulario habilitado por el Gobierno. Tal vez a la segunda entran. 

Gloria Sosa es madre de dos hijos. Las medidas para enfrentar el Covid-19 la han dejado vulnerable económicamente. Para aliviar la situación esperaba estar entre los beneficiarios de la ayuda económica, pero no salió. Foto/Emerson Flores

La informalidad 

Reyna y su familia llevaban más de ocho días en el encierro. Su cuarentena comenzó el mismo día de la emergencia nacional, el 11 de marzo. Quedaron sin margen para movilizarse, porque en su comunidad corrió el rumor de toque de queda. Fueron los mismos agentes de la Fuerza Naval de la costa de Usulután quienes les pidieron que se encerraran, dice Reyna.

Cuando Bukele anunció la cuarentena domiciliar en el país, llevaban un poco más de dos semanas sin salir y sin trabajar. Reyna es curilera. Comenzó desde muy pequeña, a los 11 años, y enseñó el oficio a su hijos y nietos. Antes el negocio no era malo, pero este año ha presentado una baja en sus ingresos, porque la producción de curil ha bajado. Así como entran, salen: sin nada. Entre ella y su esposo lo que logran ganar al día son $5.

“No es de ahora que andamos sufriendo”, repite. Reyna convive, en su casa, con nietos. Son al menos cuatro adultos, sumando un par de niños. De todos, solo Reyna logró el subsidio. “¿Y cómo es eso de la elección? Porque lo extraño es que hay familias vecinas que en una misma casa hasta cuatro personas salieron sorteados con los $300”, se preguntó extrañada Reyna. Sabe que es poco, pero intentará que todos coman con ese dinero. 

La economista Lourdes Molina, del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi), dice que las mujeres pertenecen a un sector con alto nivel de informalidad, lo que les limita no solo un salario permanente, sino también el acceso a seguridad social.

Molina describe un poco más el escenario al que ya se enfrentan las mujeres en medio de la crisis: considerando que un 75.7 % de las personas fuera del mercado laboral son mujeres, es muy probable que en ellas recaigan las labores de cuido dentro del hogar.

Yeny Mejía, de 50 años, es ama de casa y no tiene trabajo. La farmacia para la que laboró los últimos 15 años cerró por la delincuencia hace unos meses. Desde entonces, sus ingresos se han limitado a las ventas de arreglos con flores de papel que le piden por encargo sus amigas. Yeny es paciente con insuficiencia renal crónica. A diario se hace diálisis peritoneal. Sabe que es una persona vulnerable al coronavirus, por eso apenas y se asoma a la calle. Además, en su casa vive con su madre de 86 años. Otro perfil vulnerable. 

Yeny todavía maneja reservas que pueden aguantar un par de días más. Pero sabe que de flores no se come, así que no tiene idea cuándo volverán a encargarle un arreglo. En ese momento piensa y, en su condición, sabe que cuando todo lo del coronavirus pase no le será tan fácil tener trabajo

Hay mujeres con menor participación en el mercado laboral, apenas representan el 41.4 % de la población ocupada, sostiene la economista. Yeny, quien tampoco ha entrado en el subsidio de los $300, perdió el ánimo de pensar que entraría en lista de espera, para ser incluida como beneficiaria de la ayuda gubernamental. 

Ante un buen porcentaje de mujeres que podrían verse aún más afectadas en la crisis por el COVID-19, Molina es muy enfática en que la distribución del subsidio tendría que haberse hecho bajo un enfoque de universalidad en la asignación de las transferencias, ya que eso “facilitaría hacer llegar los recursos de la manera más inmediata y posible a los grupos más vulnerables frente a esta situación, incluyendo a las mujeres”.

El enfoque de universalidad fue una propuesta de Icefi, que aseguraba que nadie quedara excluido, sobre todo, quienes requieren urgentemente del beneficio, como el caso de personas que no tienen el privilegio de contar con ahorros ni para comprar alimentos. Se trata de un programa de renta básica universal de $70 por persona, con la que se aseguraba que el dinero llegase a las personas que más lo requieren.

Hasta 2017, 1.3 millones de mujeres se encontraban en situación de pobreza, según un informe de 2018 de la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC). Los datos reflejaron que siete de cada diez mujeres no tienen un trabajo remunerado.

El hecho de que muchas de las mujeres consultadas no hayan entrado en el subsidio, como lo observado en los Cenade el 30 de marzo, para Molina solo confirma que hay fallas de carácter estructural en el diseño, empezando por no tener un criterio adecuado para la selección de beneficiarios, por la forma de comunicar y, finalmente, en el mecanismo no oportuno de entrega, “lo que ha provocado aglomeraciones en agencias bancarias”.  

Magdalena Henríquez es artista de teatro. Cuando no está actuando, hace mil cosas más, como ayudar a su madre en una tortillería de su barrio en Mejicanos. Durante la cuarentena les ha sido imposible parar: si no continúan trabajando, no comerán. Magdalena no entró en el primer listado de beneficiarios del subsidio. Llenó el formulario que luego fue puesto a disposición por el Gobierno para aquellas personas que no aparecieron en la primera ronda. 

Mientras se conoce si entrará entre las 1.5 millones de familias que recibirán el dinero, aunque sea en la lista actualizada, Magdalena continuará ayudándole a su madre. “Al COVID no lo conocemos, pero al hambre sí y no nos gusta”, dice.