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En escala de grises: 1932 y sus actores sociales

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Cristina Hernández

Historiadora. REDIA El Salvador

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Redia

REDIA El Salvador es un equipo de investigadores muldisciplinarios en la región del Triángulo Norte centroamericano. Sus trabajos se centran en el estudio de la relación sociedad-naturaleza y se sustenta desde tres ejes: la investigación científica, el trabajo comunitario y la educación ambiental.

Imagen del archivo del Museo la Palabra y la Imagen (MUPI) sobre la masacre de 1932.

El escenario

La concentración de la propiedad de la tierra y el agotamiento de la frontera agrícola en la década de 1920 provocó la considerable migración del campo a la ciudad. De hecho, para 1929, solo el 28.7 % de los habitantes de San Salvador eran originarios del municipio. Es este nuevo uso del factor tierra el que cambió las dinámicas de trabajo y la visibilidad de ciertos sectores. Según Alberto Masferrer, este escenario convirtió al campesino en un trabajador asalariado. 

La crisis económica en los Estados Unidos de 1929 causó un efecto dominó en las economías de América Latina y del mundo. En El Salvador, las consecuencias fueron notables. Para esos años, el café representaba el 90 % de las exportaciones. Aunque los impuestos a la exportación eran mínimos, la baja en las exportaciones incidía negativamente en los ingresos y en el consumo. A nivel local, los finqueros redujeron los salarios para compensar pérdidas y, en algunos casos, optaron por dejar de recolectar el grano. El desempleo y la pobreza en zonas rurales aumentaron considerablemente.

En la década de 1920, a nivel social se había percibido una ligera libertad de asociación y de organización, que diez años después fue limitada y bloqueada de forma total. Las promesas incumplidas por parte del expresidente Arturo Araujo y el fraude electoral ocurrido en diciembre de 1931 preparó el terreno para los acontecimientos del siguiente año.

Los hechos

El 20 de enero de 1932, la toma violenta de las municipalidades por parte de algunos pueblos del occidente del país estuvo acompañada por asesinatos de cafetaleros y de alcaldes, y destrucción de alcaldías, puestos de policía y oficinas de telecomunicaciones. Cuatro días después, la respuesta por parte del Gobierno central se hizo manifiesta.

Lo que en el presente se conoce como una masacre, no se efectuó en unos pocos días. Desde el 24 de enero de 1932 inició la persecución de posibles rebeldes señalados de ser comunistas. Esta acechanza duró aproximadamente tres meses, según investigaciones históricas.

Mientras las guardias cívica y nacional cuerpos de seguridad incipientes y poco organizados, conformado por civiles— se dedicaban a rastrear a los posibles “comunistas”, se fracturaron tejidos sociales significativos. En la actualidad se mantiene la idea que desde 1932 se terminó con lo indígena. Pero las personas de este grupo social no desaparecieron ni fueron asesinadas en su totalidad, sino que ocurrió una transformación en sus patrones culturales y de comportamiento, provocando así lo que algunos historiadores han denominado un proceso ladinización forzada.

En la actualidad, hay suficientes investigaciones históricas para llegar a puntos de acuerdo comunes entre especialistas. El primero es el mito de lo comunista. Y es que este no fue un levantamiento con tales características o con esa bandera ideológica, ni siquiera se han podido comprobar conexiones fuertes con Rusia o con el Partido Comunista Salvadoreño. 

El expresidente Maximiliano Hernández Martínez, ante la presión internacional, tuvo que referirse al hecho y lo catalogó de naturaleza comunista. Posteriormente, no se volvió a hablar del levantamiento hasta los años de 1960, bajo la administración del PCN, cuando el tema de tierras volvió a ponerse en discusión. Lo retomaron como un ejemplo del castigo que reciben los “rebeldes”, con el fin de intimidar a campesinos y a la oposición que hablaban de reforma agraria. Los periódicos de amplia circulación nacional se convirtieron en los espacios de difusión del oficialismo, en las décadas de 1960 y 1970.

Por otro lado, Virginia Tilley y Erik Ching han demostrado —con estadísticas— que no hubo un exterminio sistemático de la población indígena. Con esto, dejaron claro que el etnocidio es un mito

Blancos y negros

La clase dominante cafetalera resintió la crisis de 1929. Las medidas económicas que tomó el presidente Hernández Martínez —ley moratoria, creación del Banco Central de Reserva (BCR) y el Banco Hipotecario—, hicieron que los cafetaleros se resintieran en alguna medida con el Gobierno, pero después de tres años retomaron su apoyo a la administración Martínez. La homogeneidad en este grupo fue solo aparente. Con el correr del siglo XX hay una diversificación productiva que aumentó las divisiones: cañeros, ganaderos, algodoneros e industriales. Para mediados de siglo, se da el fenómeno de la división en dos vías: una vertiente muy tradicional, ligada a la agricultura; y otra progresista y modernizante que se vinculó con los proyectos de industrialización y con las reformas. Este último sector es el que impulsó la integración económica regional y las ISI´s en 1960.

Los indígenas se llevaron la parte más dura de la represión. Perdieron sus tierras y el acceso al poder local frente a los ladinos. Esto fue un recurrente estira y encoge étnico. Las categorías: campesino, indígena e indio hacen referencias a grupos sociales diferentes y diferenciados entre sí. Esto lo han dejado claro Alfredo Ramírez, Carlos Gregorio López Bernal, Eric Ching y Héctor Lindo Fuentes en sus múltiples investigaciones. 

A los campesinos, el mercado y el poder político los colocó en desventaja frente a los gobernantes y los terratenientes. Los campesinos tuvieron menos tierra y menos trabajo, y hubo más migración a la ciudad de su parte. Este último factor los convirtió en los “paria”, según Masferrer.

Grises: actores emergentes

El paulatino ascenso de la clase media al poder político y económico aumentó durante la gestión de Hernández Martínez. Además, se convirtió en el sector que durante el reformismo se cimentó de mejor manera y tuvo mayor protagonismo. 

La Universidad de El Salvador (UES) comenzó a perfilarse como uno de los principales centros de desarrollo y pensamiento político autónomo, con actores sociales emergentes e importantes: los estudiantes.

El magisterio se convirtió en la base social ilustrada de los gobiernos militares reformistas. Estuvo conformado en su mayoría por empleados del Gobierno; su completa afinidad con los partidos oficiales (Pro Patria, PRUD, PCN, PDC) volvió su participación mucho más notable e importante. Con el paso del tiempo, y entre escenarios represivos y convulsos, este sector pasó de la ilusión al desencanto, pues de sus filas salieron fuertes líderes de oposición como Mélida Anaya Montes y elementos de la guerrilla de 1970.

Los militares, al ser el bastión que le hizo “justicia a la patria”, se convirtieron en actores políticos de primera línea, condición que mantuvieron hasta 1992, con la firma de los Acuerdos de Paz.

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REDIA El Salvador es un equipo de investigadores muldisciplinarios en la región del Triángulo Norte centroamericano. Sus trabajos se centran en el estudio de la relación sociedad-naturaleza y se sustenta desde tres ejes: la investigación científica, el trabajo comunitario y la educación ambiental.

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