@Recasta
Economista salvadoreño graduado de la Universidad de El Salvador. Posee un máster en Gobierno y Gestión Pública en América Latina de la Universidad Pompeu Fabra/IDEC Barcelona y una maestría en Política Mediática, Mapas y Herramientas de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor universitario. Autor de múltiples investigaciones sobre política fiscal, niñez y adolescencia, desarrollo rural, pobreza y desigualdad. Actualmente es economista sénior y coordinador de país para El Salvador y Honduras del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi).
El objetivo es personal, familiar o de élite; tener el poder total o mantener su cuota de poder, porque a eso se ha reducido la política: el poder como fin y no como medio para mejorar la vida de las personas. Ya nadie defiende un proyecto de país, porque nadie lo tiene.
Por Ricardo Castaneda*
Eran casi las 11 de la noche, del último día de julio, cuando el recién estrenado ministro de Hacienda pedía el micrófono para anunciar que abandonaba el diálogo, en la Comisión de Hacienda y Especial del Presupuesto. Con ello daba por cerrada, aparentemente, la posibilidad de aprobar un nuevo préstamo, con condiciones muy favorables para el país: una tasa de alrededor de 2.0 % y 5 años de periodo de gracia –hace apenas unos días, se había colocado USD1,000.0 millones a una tasa del 9.5 %–, pero con demasiadas dudas sobre cómo se distribuyen esos recursos, sin ninguna certeza sobre los resultados del uso de ese dinero y con el compromiso que el país deberá hacer un ajuste fiscal (incremento de ingresos y/o recortes de gastos) para en los próximos años reducir los niveles de deuda. Luego, confirmó que ese performance había sido directriz del Presidente y él solo cumplió la orden.
Pero cuando todo parecía perdido, las cámaras y las luces se volvieron a encender el domingo 2 de agosto, y el performance continuó. De manera casi milagrosa se alargaron los tiempos, el préstamo no se perdió y se logró un acuerdo. Esto a pesar de que las dudas sobre el préstamo nunca se despejaron. Eso sí, en el marco de esa negociación el nuevo ministro de Hacienda advirtió que la dinámica iba a cambiar y su vínculo solo sería con el presidente de la Asamblea Legislativa y con el presidente de la Comisión de Hacienda, por lo que ya no iba a responder dudas de las fracciones legislativas. El diálogo político, quizá, para el gobierno ha dejado de ser necesario.
Por cierto, apenas hace unos días se había dado el cambio del titular de la cartera de Hacienda, cuando la situación fiscal es sumamente crítica. No se explicaron las razones de la salida del anterior ministro, y tampoco se despejaron las dudas sobre la posible participación del nuevo ministro en actos de corrupción. En cualquier país serio, esto hubiera sido inaudito, pero está claro que este país no lo es.
Esto en medio de una de las crisis más graves de toda la historia del país. Pero donde ya se puso por encima las elecciones del 2021. Ahora lo que importa son los votos, no las vidas. En esa clave es que se discuten los temas de país. Un Ejecutivo que quiere llegar cuanto antes a unas elecciones, para obtener una posible mayoría que le permita el poder total. Y una oposición que ve en el mal manejo de la crisis la oportunidad para sobrevivir y todavía tener alguna relevancia –aunque sus propios demonios sean sus acciones–.
Lo sucedido la última noche de julio fue la puesta en escena de una nueva función del circo en el que se ha convertido la política. El show era patético. Algo que no es novedoso para un público que se ha acostumbrado a aplaudir la mediocridad, la corrupción, el matonismo y ahora también la vulgaridad política. La política se ha vaciado de contenido económico, ético e incluso político. El objetivo es personal, familiar o de élite; tener el poder total o mantener su cuota de poder, porque a eso se ha reducido la política: el poder como fin y no como medio para mejorar la vida de las personas. Ya nadie defiende un proyecto de país, porque nadie lo tiene.
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Y eso es muy evidente en el tema fiscal. El Salvador, es el país donde más caerá la recaudación de impuestos de toda la región centroamericana, donde más se ha incrementado el gasto público sin tener certeza en qué se va a utilizar, donde más se incrementará el déficit fiscal y donde la deuda podría superar el 92.0 % del PIB; es decir, de cada dólar que se produzca en el país noventa y dos centavos ya se deberían. Pero, eso no es el peor problema de la política fiscal: su peor problema es la baja cobertura y calidad de los bienes y servicios públicos y su incapacidad de reducir la pobreza y la desigualdad, por la forma como están diseñados, donde cualquier deuda o mal uso de los recursos públicos les terminará afectado proporcionalmente más a quienes peor la están pasando en esta crisis.
Ante la carencia de un plan, los funcionarios celebran y se sienten tan satisfechos cuando una encuesta les dice que el presidente es el más popular del mundo. Parece que ese es su indicador de éxito. Y los partidos de oposición, lastrados por su mala gestión gubernamental, se han quedado a esperar si las encuestas dicen que el gobierno bajó un punto su popularidad y eso les satisface. Será inevitable hacer cambios a la política fiscal, pero hasta ahora ni uno ni otro tienen una propuesta de qué cambios hacer. Porque no es lo mismo aumentar el IVA que poner un impuesto a la riqueza, no es lo mismo reducir el gasto en publicidad que recortarle el presupuesto a salud.
Por ello, es en la política fiscal, donde se define quién paga los impuestos y quién no, quién se beneficia del gasto público y quién no, es ahí donde se establecen los mecanismos de transparencia, rendiciones de cuentas y participación ciudadana. Es en la política fiscal donde se concreta el tipo de país en el que queremos vivir. Sin cambiar la política fiscal, no podemos aspirar a vivir en un país democrático y desarrollado, y solo nos conformaremos con vivir en un eterno: luces, cámara, ¡crisis!
@Recasta
Economista salvadoreño graduado de la Universidad de El Salvador. Posee un máster en Gobierno y Gestión Pública en América Latina de la Universidad Pompeu Fabra/IDEC Barcelona y una maestría en Política Mediática, Mapas y Herramientas de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor universitario. Autor de múltiples investigaciones sobre política fiscal, niñez y adolescencia, desarrollo rural, pobreza y desigualdad. Actualmente es economista sénior y coordinador de país para El Salvador y Honduras del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi).