Noviembre 27, 2024
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El presidente de facto en El Salvador, Nayib Bukele, confirmó lo que ambientalistas habían advertido sobre el interés de reactivar la minería metálica en el país. En su cuenta de la plataforma X, el mandatario dijo este 27 de noviembre que es “absurdo” ser el único país en el mundo que tiene una ley que prohíbe totalmente la minería metálica e insinuó que extraer el oro sería una oportunidad para “transformar El Salvador”.
Mencionó que existen estudios –sin citarlos– que demuestran la gran cantidad de oro que hay en los suelos salvadoreños y dijo, en mayúsculas, que “DIOS COLOCÓ UN GIGANTESCO TESORO BAJO NUESTROS PIES” para ser “aprovechado de manera responsable” y “llevar un desarrollo económico y social sin precedentes a nuestro pueblo”.
Lo que Bukele omitió decir es que la ley que prohíbe la minería metálica fue el resultado de una larga lucha de personas valientes que defendieron el agua del país y denunciaron a las empresas mineras por contaminar. En medio de esa lucha hubo, incluso, asesinatos de ambientalistas que hasta hoy siguen impunes, tal y como GatoEncerrado lo ha documentado. Los únicos que se beneficiaron de esos asesinatos fueron los representantes de las empresas mineras.
Lo que tampoco dijo es que antes de 2017, cuando la Ley de Prohibición de Minería Metálica fue aprobada en la Asamblea Legislativa, hubo grandes empresas mineras transnacionales en el país que contaminaron, enfermaron poblaciones paulatinamente, se llevaron nuestro oro y nunca transformaron a El Salvador, ni siquiera hubo cambios ni beneficios sociales permanentes en los cantones y caseríos cercanos a las instalaciones mineras. Por lo que es falso que la actividad minera es sinónimo de transformación social y económica para las poblaciones, aunque sí lo es para los grandes inversores internacionales que encontraron en el país, desde inicios del siglo XX, gobiernos que les permitieron explotar los recursos naturales sin pagar impuestos y ocultar los frecuentes accidentes mortales en las minas.
El mandatario oculta que la prohibición de la minería, además de la sangrienta lucha social, también fue una necesidad para evitar que la crisis ambiental creciera tanto que la vida fuera inviable por falta de agua apta para el consumo humano. Por esa misma crisis, en 2010, el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas clasificó a El Salvador como el segundo país con más deterioro ambiental en las Américas, después de Haití.
En 2011, el mismo Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales concluyó, en su evaluación ambiental del sector minero, que “las condiciones de vulnerabilidad en El Salvador suponen una barrera importante a la posibilidad (de) que el país pueda garantizar una minería metálica eficaz en el control de sus riesgos e impactos ambientales y sociales, y lograr una contribución positiva al desarrollo social y económico del país”. En otras palabras, desde 2011, el Ministerio de Medio Ambiente ya decía que la minería metálica no garantizaba una transformación social y económica para el país, como actualmente lo insinúa Bukele.
Por lo tanto, lo que Bukele insinúa con la reactivación de la minería metálica, para decirlo de forma clara, es un suicidio ambiental para El Salvador, en el que la calidad de vida de los salvadoreños empeoraría y el agua apta para el consumo humano sería contaminada de forma irreversible. Lo que Bukele plantea es que el país traspase un punto de no retorno en materia ambiental y, consecuentemente, amenaza la conservación de la vida humana en el territorio salvadoreño. Eso sí es un absurdo.
Lo absurdo no es que el país sea el único en el mundo que prohíbe la minería metálica, lo absurdo es que de la noche a la mañana, y sin un estudio y debate serio, la Asamblea bukelista derogue la ley y permita la actividad minera para extraer oro. Lo absurdo es que por oro el país sea destruido a manos de las empresas mineras, bajo la complicidad del Gobierno de Bukele.
Absurdo también es que la población salvadoreña aplauda una medida tan destructiva que pone en riesgo su propia calidad de vida, solo porque el mandatario finge ser cristiano e insinúa ser un “enviado de Dios” y nos impresiona con luces led de colores.