Opinión

¿Cómo sobrevivimos a esta relación tóxica?

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Denni Portillo

Docente del Departamento de Periodismo de la Universidad de El Salvador.

Por Denni Portillo*

“Si tus amigos se tiran a un barranco, ¿te vas a tirar atrás de ellos vos también?”. Estoy seguro que todos reconocemos la frase. Invariablemente del rostro detrás de ella, representa a nuestras mamás, quienes siempre nos corregían para no hacer algo solo porque alguien más nos lo decía o pedía.

Creo que hemos llegado a un punto en el que el periodismo necesita hacerse una pregunta similar en relación al presidente Nayib Bukele: “Si Bukele usa sus conferencias como mítines, ¿vamos a escribir las notas detallando todos sus insultos?”. ¿O vamos a tuitearlos, uno por uno? Difícil es seguirle el ritmo a sus declaraciones, porque una vez comienza es una avalancha de descalificaciones que no se detiene hasta que le dan ganas, pero ¿en realidad vale la pena compartir, o inclusive comentar, los desvaríos verbales del presidente?

El presidente ocupa la cabeza del Órgano Ejecutivo. De los tres poderes del Estado, el presidente del Ejecutivo es el único elegido directamente por la población. Al presidente de la Corte Suprema de Justicia lo elige la Asamblea Legislativa cuando nombra la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ); y los mismos diputados elaboran su protocolo de entendimiento para nombrar a su presidente. Jerárquicamente, ningún órgano está por encima del otro. La Asamblea es reconocida como el “primer órgano” porque se juramenta a si misma y juramenta a los otros dos, pero el presidente siempre es la cara más visible del Estado, razón por la cual nos referimos a El Salvador como “presidencialista”, cuando vaciamos en este la principal responsabilidad y las culpas de la situación del país.

Lo que un presidente diga será noticia. Siempre. El problema es cuando el presidente usa ese megáfono para ventilar sus inseguridades, sus conflictos y sus debilidades en lugar de unir a la población en un mensaje que lleve tranquilidad y no ansiedad. Ejemplos hemos visto de presidentes que han optado por educar a la ciudadanía en cuanto a convivir con el virus COVID-19, por concientizar la importancia de seguir las medidas (cerrar los ojos e imaginar a una persona querida muriendo en un hospital no es concientizar) y a hablar con datos concretos sobre la pandemia. En el caso de Bukele, cada presentación es más lamentable que la otra: insulta, divide y, lo peor, tergiversa números que luego no corrige.

No es solo la anécdota de los 575 millones de dólares invertidos en hidroxicloroquina, luego convertidos en 575 mil. O la cantidad anunciada e invertida en bolsas de víveres ($50) para la población y su cada vez menor valor. O la cantidad de albergues que Bukele dijo que tenía disponibles para los afectados por la Tormenta Tropical Amanda (1,000) solo para que al siguiente día su comisionada, Carolina Recinos, dijera que eran 132. O las facturas que muestran el pago de viajes en taxi por $400 mil y viajes por un aproximado de $70 cada uno y que luego el ministro Romeo Herrera dijo que no, que eran a $20 y fichas cada uno. O… mejor sigamos con el punto.

El caso no es que Bukele se haya convertido en un desinformador. Siempre lo ha sido. Desde que asumió la presidencia, ha mentido, escondido información, atacado al Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP), e insultado a todo aquel que no le agache la cabeza y siga sus órdenes. Durante un año como presidente, sus insultos han inundado televisión y radio, medios impresos y redes sociales. Hay un buen número de periodistas que no tuitean sus insultos y optan por dejarlo en evidencia sobre la información falsa que comparte. Aún así, su discurso de odio se sigue colando en todas las plataformas y aunque hay muchos que ya empiezan a mostrar hartazgo del mismo, queda un buen número de seguidores (fuera de los troles) que disfrutan con el mensaje del presidente.

¿Cómo reaccionamos y qué hacemos como periodistas ante los mensajes de odio y las mentiras del presidente Bukele? La pregunta me surgió como reflexión tras una lectura de un artículo de un portal de Periodismo de una Universidad de Estados Unidos (pressthink.org) que anunció en marzo de este año que modificaría su cobertura sobre Donald Trump, dada la enorme cantidad de mentiras que el presidente decía sobre el coronavirus. 

Entre algunas cosas, el portal anunció que no cubriría los discursos en vivo del presidente ni compartiría lo que Trump dijera en estos en sus redes sociales, ya que el riesgo de compartir información falsa era demasiado grande. En lugar de eso, prestarían atención a los datos que dijera y los publicarían solo después de poder contrastar los mismos. Además, no atenderían conferencias de prensa del mandatario estadounidense, ya que —consideraban— podían ver las transmisiones en línea. Este último, aquí aclaro, me parece un yerro; toda vez que una conferencia brinda la oportunidad de hacer preguntas que, en la mayoría de los casos, los presidentes no quieren contestar. Ni Trump ni Bukele son la excepción.

“Entre esas y otras medidas para cambiar la cobertura de la presidencia estadounidense, Press Think señaló que la idea era dejar de cubrir “lo que Trump dice” para comenzar a ventilar más y mejor “lo que su gobierno hace”. Y de nuevo: hay muchos periodistas enfocados en lo segundo, en relación al presidente Bukele, pero eso no resuelve el problema sobre qué hacer con su discurso. 

La pregunta que pretendo provocar —no responder—, y reitero: provocar, es ¿cómo convivimos los periodistas con lo tóxico del presidente y el desgaste que esto genera, y la misma impresión —seguro— que este ya provocó en nosotros? ¿Cómo hacemos para que el rechazo a esa toxicidad no afecte nuestro ejercicio? La respuesta depende de cada uno y de nuestra honestidad con el oficio.

Cierto es, también, que con cada aparición pública de Bukele y el compartir sus amenazas y desplantes significa también mostrar a la gente su verdadero rostro. Pero en un país que parece despreciar el entendimiento (hace unas semanas, un tuitero me decía “si vas a escuchar a los demás y que tomen decisiones por vos, no servís para ser presidente”) y parece gozar el liderazgo del que “más ahueva” al otro, compartir los insultos del presidente o comentar los mismos por el rechazo que nos genera, en realidad, acaba reforzando su imagen entre aquellos que más lo adoran. ¿O no?

Cambiar la manera en que se cubre al presidente Bukele implicaría, obviamente, un cambio total en la rutina de producción periodística de los medios de comunicación. Y no es fácil. La “última hora” no espera a nadie y solemos confiar en que un poder oficial no nos va a mentir. Pero en El Salvador, el Órgano Ejecutivo —no solo Bukele, también sus antecesores: Paco Flores, Antonio Saca, Mauricio Funes, Salvador Sánchez Cerén— ha dejado claro que sí lo hacen. Y con plena conciencia que lo que dicen son mentiras.

Recuerdo otra frase, no de mi mamá sino de un buen docente que tuve en la universidad: “La fuente es responsable de lo que dice, el periodista de cómo lo dice”. Tarde o temprano, Nayib Bukele deberá rendir cuentas de todas y cada una de las mentiras de su gestión. De hecho, cada vez más rápido, las mentiras le estallan en la cara y lo obligan a aparecer en público. Y entonces, le toca y le tocará hacerse cargo de lo que dijo. Y los periodistas tendremos que preguntarnos cómo encaramos este momento de nuestro trabajo, cuando el motor de la desinformación no está solo en entes externos, sino ahí donde ponemos el micrófono o la grabadora todos los días.

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Denni Portillo

Docente del Departamento de Periodismo de la Universidad de El Salvador.

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