Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.
Por Carlos Iván Orelllana*
La pandemia nos arrebató la familiaridad que teníamos para hablar de las cosas. La infección alcanza el sentido de continuidad de nuestra existencia a través de la impostura de nuevas palabras, hábitos y preocupaciones. El mundo que nos rodeaba, y que ya ofrecía resistencia para ser comprendido, repentinamente se convirtió en otro, uno que desafiaba nuestra capacidad de dotar de sentido al acontecimiento cotidiano.
Parte de la dificultad de lidiar con la realidad inédita de la pandemia radica en que introduce paradojas en la faena diaria de discernir el mundo. En la práctica, la complejidad del fenómeno no se corresponde con la simplicidad de los discursos que en su nombre se generan. La infodemia por exceso y la plétora de incertezas circulantes por defecto (cuándo llegará una vacuna, quién porta el virus, etc.), instigan el esfuerzo por simplificar la comprensión y las formas de enunciar lo que sucede. Y esta necesidad social de hacer inteligible un mundo que se ha tornado (más) amenazante, se ve instrumentalizada políticamente. Después de todo, quien da nombre a las cosas controla las narrativas circulantes y las pretensiones de verdad.
Dicha instrumentalización política se realiza a través de la reiteración de falsos dilemas. Es decir, el empleo intencional de razonamientos engañosos que restringen a pensar en que solo existen dos cursos de acción extremos. Al menos dos falsos dilemas han sido reiterativos como parte de los lenguajes de la pandemia: economía vs. vida; y apoyar a “los mismos de siempre” vs. apoyar al gobierno que trabaja por el bienestar de todos.
El dilema entre economía y vida encubre que la subsistencia vital es fundamentalmente material. Implica cuidar, curar y alimentar cuerpos. La vida que este dilema dice defender se abstrae de la realidad de rebusca diaria e informalidad de buena parte de la población y justifica la solicitud reiterada de cuarentenas coercitivas, amplias y uniformes. El dilema es falso porque existen salidas alternas, como la implementación de aperturas ordenadas, sectorizadas y educación sanitaria permanente.
Apoyar a los mismos de siempre o al gobierno conforma el dilema más claramente introyectado y repetido por buena parte de la sociedad. Activa un juego de suma-cero de amigos y enemigos, de buenos y malos, como si quien critica al gobierno favorece a la vieja política. El dilema es falso porque confunde un señalamiento con un respaldo. Nadie defiende la vieja política sucia, pero tampoco la nueva que reinventa las viejas mañas de aquella. Una crítica justificada o basada en evidencia no debería ser rechazada porque confronte las preferencias ideológicas. Señalar problemas de gestión oficial en situaciones límite constituye un deber ciudadano como escucharlos un imperativo de los gobernantes de turno. Las peores ciudadanías son las que se hacen ciegas y mudas mientras aplauden a gobernantes sordos.
Un dilema subsidiario del anterior “conmigo o contra mí”, es el que contrapone el insulto a la “dignidad del pueblo” contra el apoyo al nuevo Hospital “El Salvador”. Este enreda interesadamente la deuda histórica de los sistemas de salud con una decisión actual ineficiente. Si tu casa ya se encuentra en llamas es absurdo que tu primer impulso sea construir una estación de bomberos. Pero ya es tarde para proponer alternativas pues el hospital -o al menos algo de su primera fase- ya está ahí. El problema del nuevo hospital es que la grandilocuencia de sus motivos y lo que se pudo ver de sus impolutas instalaciones, es que choca con su inoperancia; lo indigno es encontrar pacientes o la moral de los trabajadores de la salud en el suelo en el presente, mientras bucólicamente el aparato publicitario oficial nos enseña hasta la saciedad –y siempre a distancia– unas instalaciones del futuro.
Los dilemas constituyen esfuerzos de ventriloquia con los que el poder pretende hacernos hablar para que repitamos sus palabras y sus ideas. Situarse en ideales extremos artificiosos empuja perversamente a una posición de vileza a la más fundamentada de las disidencias. Pero la vida, la bondad y la salud pública de calidad solo se alcanzan superando crítica y dialógicamente la estrechez discursiva del oportunismo político y sus polarizantes trampas confrontativas.
Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.
Por Carlos Iván Orellana*