Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.
Sabemos, gracias a datos, cálculos y conocimiento especializado y no a revelaciones prodigiosas, que el futuro será desafiante. Asumamos que, para enfrentarlo, necesitaremos más ciencia y profundizar la democracia.
*Por Carlos Iván Orellana
Cada primer jueves de mayo tiene lugar en Estados Unidos el “día nacional de la plegaria”, y el mismo día se celebra el “día nacional de la razón”. Este segundo día surge como respuesta de humanistas, ateos y pensadores seculares ante el primero, considerado como inconstitucional por contravenir la laicidad del Estado, violar la libertad y privacidad religiosa de los creyentes y por erogar recursos estatales en actividades religiosas financiadas por los contribuyentes.
En nuestro país no existe un día nacional de la razón, pero sí contamos con tres días nacionales de la oración: el primero decretado el año 2003, y los dos siguientes este 2020 por la actual administración, los días 24 de mayo y 10 de agosto. En la cadena nacional en la que el presidente decretó este último día, misma en la que banalizó el fusilamiento de los magistrados de la Sala de lo Constitucional, expresó “sentir” que si todos pedían a dios habría una respuesta y quizá los no creyentes creerían si ocurría el milagro. También afirmó que, si millones oraban, dios oiría “más” la oración. Luego dijo que estaba seguro de que vendrían “días mejores”. Al siguiente día, los casos de contagio –cuestionados desde siempre y manejados por el gobierno, no se olvide– comenzaron a desplomarse –para muchos– de forma milagrosa.
Sucede que a la realidad no le importan las creencias personales. La ciencia refuta la efectividad de las plegarias de petición o intercesión. Pero es que los mismos hechos se encargan de hacerlo de forma lapidaria: desde 2003 cuando se decreta el “día nacional de la oración por El Salvador”, organizaciones evangélicas llevan a cabo actividades como una “alternativa” a los problemas del país. Años de incontables plegarias hasta hoy –por aquello que una deidad omnipotente necesita más gente para escuchar– no han evitado miles de homicidios, desapariciones, corrupción, caravanas de migrantes o la agudización de la precariedad de gran parte de la población, entre otros problemas.
El mismo presidente comprobó que tales decretos son tan efectivos como lanzar una moneda al aire pues el primero no disminuyó los casos, al contrario: entre el primer día de oración de mayo, cuando según el mismo sitio del gobierno reportaba 1,983 casos acumulados, y el 9 de agosto, antes de decretarse el segundo día de oración, los contagios ascendieron a 20,872.
Es más, la inefectividad de la oración contra la pandemia también la corroboró nada menos que al Papa Francisco: El 27 de marzo el pontífice llevó a cabo un rito extraordinario sobre el llamado crucifijo de San Marcello considerado milagroso contra las pandemias. Ese mismo día, Italia registró un récord de muertos, encabezaba las estadísticas de casos y la de decesos mundiales por Covid-19. Italia hoy cuenta con más de 278,000 casos y arriba de 35,500 muertes. Si somos objetivos, visto lo visto, parece que pedirle a dios que cambie sus planes empeora las cosas.
La perspectiva científica no puede ser neutral ante penosos actos de ilusionismo que afectan al bien común. De lo contrario, se avalaría tácitamente la instrumentalización política de la religión, la manipulación de los creyentes en favor de intereses particulares, la toma de decisiones basadas en juicios de autoridad y no en evidencia, y se desnaturalizaría la labor ética-social de la ciencia por buscar lo necesario y cierto, en favor de aquello que reconforta, aunque sea falso.
Sabemos, gracias a datos, cálculos y conocimiento especializado y no a revelaciones prodigiosas, que el futuro será desafiante. Asumamos que, para enfrentarlo, necesitaremos más ciencia y profundizar la democracia. El uso de la razón es un imperativo de todos los días, no por decreto, sino por legítima defensa humanista contra el oscurantismo en todas sus formas.
*Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.