Opinión

Cuatro preguntas para reconocer a un dictador

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Jonathan Menkos Zeissig

@jmenkos

Director ejecutivo del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi). Es especialista en desarrollo con enfoque de derechos humanos y en política fiscal. Estudió Economía en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Forma parte del Icefi desde 2006. Coordinó las áreas de investigación sobre Presupuestos Públicos y Derechos Humanos, y de Coyuntura Económica y Fiscal, hasta 2012, momento en que asumió la dirección ejecutiva. Anteriormente, laboró en los departamentos de Estadísticas y Estudios Económicos del Banco de Guatemala. Ha sido consultor de las divisiones de desarrollo social y desarrollo económico de la CEPAL. Es miembro del Advisory Board for the Commitment to Equity (CEQ) y de la Alianza Latinoamericana de Estudios Críticos sobre el Desarrollo. Es escritor y participa en diferentes medios de comunicación con columnas de opinión.

Ningún dictador es para siempre, pero una vez instaurada una dictadura será muy costoso terminar con ella. Mientras tanto, las masas que pusieron su fe en el dictador continuarán teniendo hambre y los que levanten la voz terminarán desaparecidos. 

Por Jonathan Menkos Zeissig*

Un dictador, en términos muy sencillos y sin grandilocuencias, es una persona que abusa de su autoridad. Si el dictador llega a tener suficiente poder público, puede dinamitar, una a una, las bases institucionales de la democracia liberal: acabar con la independencia de poderes del Estado, enturbiar el sistema electoral y de partidos políticos, eliminar los marchamos para un sistema de justicia pronta y efectiva y debilitar las capacidades de la administración pública para conseguir efectivamente el respeto, promoción y protección de los derechos políticos, civiles, culturales, económicos y sociales que, en concreto, son los que garantizan la libertad e igualdad. 

En Centroamérica las bases de la democracia liberal son tan débiles que un aspirante a dictador puede lograr sus objetivos con poco esfuerzo; de ahí que sea motivo de preocupación cualquier acción de quienes nos gobiernan o nos quieren gobernar que provoque un mayor deterioro democrático. 

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de la Universidad de Harvard y expertos en el estudio de la democracia y el autoritarismo, proponen en un reciente libro, Cómo mueren las democracias (Ariel, 2019), cuatro indicadores para reconocer a un dictador. Acá una versión transformada en preguntas para facilitar la evaluación de quienes ejercen el poder público y/o lo desean participar en próximas elecciones.

1. ¿El funcionario/dignatario o candidato a un puesto de elección popular rechaza o acepta débilmente las reglas democráticas?

2. ¿El funcionario/dignatario o candidato a un puesto de elección popular niega la legitimidad de los adversarios políticos?

3. ¿El funcionario/dignatario o candidato a un puesto de elección popular tolera o fomenta la violencia?

4. ¿El funcionario/dignatario o candidato a un puesto de elección popular tiene la disposición o predisposición de restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación?

Al final de esta columna se encuentra un cuadro con información adicional para afinar la reflexión y encontrar la respuesta más acertada. Si una sola de las respuestas es afirmativa al analizar el comportamiento de un funcionario, dignatario o candidato, entonces estamos ante una persona que potencialmente podría convertirse en un dictador o ya lo es. 

Más allá de la pregunta para reconocer a terceros, la otra cuestión necesaria para el análisis es saber si como ciudadano se está apoyando gobiernos o candidatos que tienen características dictatoriales. Existe el peligro de que los ciudadanos consientan con su voto el camino hacia la represión y la dictadura, al tiempo en que las élites económicas y políticas conscienten la pérdida de la institucionalidad democrática con tal de mantener privilegios y conseguir impunidad.  Por ejemplo, en Honduras y Nicaragua, Juan Orlando Hernández y Daniel Ortega llegaron al poder con el consentimiento popular y el apoyo de una parte importante de la élite económica. Después, junto a su gavilla (políticos, empresarios, sindicalistas, entre otros) se dedicaron a destruir las bases democráticas y a enquistarse en el poder. 

Los dictadores triunfan en contextos en donde los beneficios de la democracia liberal solo aparecen en los discursos y en las cuentas bancarias de la élite económica, mientras la percepción de abandono que tienen los ciudadanos va en aumento. El hambre y la precarización de las mayorías, la violencia, la desigualdad social y económica que imposibilita la cohesión y la construcción de una identidad nacional basada en principios de solidaridad y responsabilidad compartida  son el terreno fértil para un dictador.  

En el más reciente informe de Latinobarómetro (2018), solo 4 de cada 10 centroamericanos afirmaron apoyar la democracia. Asimismo, el 54 % de los salvadoreños encuestados afirmó que le da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. Lo mismo respondió el 41 % de los hondureños, el 34 % de los panameños y guatemaltecos, el 25 % de los nicaragüenses y el 18 % de los costarricenses. 

Como muy sabiamente dicen Los Chikos del Maíz, en su No pasarán: «a todo Hitler le llega su Stalingrado». Ningún dictador es para siempre, pero una vez instaurada una dictadura será muy costoso terminar con ella. Mientras tanto, las masas que pusieron su fe en el dictador continuarán teniendo hambre y los que levanten la voz terminarán desaparecidos. Los jueces honestos, los defensores de derechos humanos terminarán muertos o asilados. Incluso, los empresarios que fueron socios dejarán de ser vitales en el marco legal que se diseñe para defender al dictador. De esto sabemos mucho en Centroamérica. No es la primera vez que nos enfrentamos a una ola de dictadores consolidados o en ciernes. 

La última pregunta de este espacio es: ¿Cómo podemos detener el ascenso de nuevos dictadores o la salida de los que ya están consolidados? No hay una respuesta simple pero hay cuatro ideas para considerar. Primero, la toma de consciencia y comprensión de todos los ciudadanos sobre la necesidad de defender el respeto, la promoción y protección de todos los derechos humanos. Si lastiman la libertad de expresión de uno, lastiman la de todos; si un solo niño está fuera de la escuela, nos lastiman a todos. Segundo, la madurez de los movimientos democráticos para lograr un frente común que evite el ascenso del dictador o provoque su salida del poder (como en Nicaragua y Honduras). El reto para sumarse es demostrar una trayectoria basada en el respeto a los principios de la democracia liberal. Por otro lado, todas las exigencias de avance en derechos, en el marco democrático son válidas: desde derechos sexuales y reproductivos hasta el derecho al acceso tecnológico. 

Tercero, contar con un plan de desarrollo serio y concreto y con acuerdos para ejecutarlo y cumplirlo. Aquí es la élite económica la que debe demostrar de qué lado está: si prefiere al dictador que le mantendrá o le dará privilegios mientras la élite le sea de utilidad, o si se sentará con las mayorías y asumirá nuevas responsabilidades para el financiamiento de un Estado democrático en lo político y también en lo económico. Los Estados centroamericanos guardan en su diseño resabios del autoritarismo pasado por lo que deben ser transformados con nuevas políticas de protección social, de transformación productiva, de seguridad humana, con una base congruente en la política fiscal. Cuarto, una estrategia internacional para presionar a los Estados a que tomen, en el marco del derecho internacional, acciones políticas, comerciales y económicas en contra del dictador y su gavilla. 

Debemos trabajar por una democracia que se concrete en la paz, la libertad y la igualdad de todos los centroamericanos.

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*Jonathan Menkos Zeissig

Director ejecutivo del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi). Es especialista en desarrollo con enfoque de derechos humanos y en política fiscal. Estudió Economía en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Forma parte del Icefi desde 2006. Coordinó las áreas de investigación sobre Presupuestos Públicos y Derechos Humanos, y de Coyuntura Económica y Fiscal, hasta 2012, momento en que asumió la dirección ejecutiva. Anteriormente, laboró en los departamentos de Estadísticas y Estudios Económicos del Banco de Guatemala. Ha sido consultor de las divisiones de desarrollo social y desarrollo económico de la CEPAL. Es miembro del Advisory Board for the Commitment to Equity (CEQ) y de la Alianza Latinoamericana de Estudios Críticos sobre el Desarrollo. Es escritor y participa en diferentes medios de comunicación con columnas de opinión.

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