Opinión

La dignidad de lo pequeño: a propósito del 0.0001 %

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Carlos Iván Orellana

Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.

El presidente se inventó un 0.0001 % que representa a quienes protestaron en la calle contra su forma de hacer política. Una minoría que movió a la burla al mandatario porque, en este país, el presidente, confirmando su madurez personal y su estatura política, le parece normal mofarse de ciudadanos que expresan sus opiniones y ejercen sus derechos.

Por Carlos Iván Orellana*

La conflictividad política en el país se verifica también en la magnitud que adoptan las cosas. Exceso: Una alfombra roja interminable. Una larguísima caravana presidencial. Sueldos desmedidos. Miles de millones en paradero desconocido. Un gobierno que siempre tiene la razón y cree sabérselas, de todas, todas. El –supuestamente– mayoritario “97 %” que apoya al gobierno. Escasez: El inexistente hospital “más grande de Latinoamérica”. Recesión económica, endeudamiento público histórico y la peor caída del PIB en la región. El–supuestamente– minoritario “3 %” que rechaza al gobierno.

La bandera “más grande de Centroamérica” no se rompió. Se habría inmolado al viento en protesta patriótica consumida por la decepción y la tristeza. Hay una belleza poética en el gigantesco lienzo que se hace girones a la vista de todos. Un Titanic de tela. Una metáfora de la insostenibilidad de tanto absurdo disfrazado de patriotismo. Un augurio del país que nos espera si continúa el despilfarro de dinero y de cordura cuando urge sensatez y decencia. Quizás la bandera tenía vocación de banderita, de las que caben en las manos de los niños. Quizás habría preferido el humilde destino de convertirse en muchas sábanas, camisas, mascarillas o toldos. 

Entre el vértigo de lo desproporcionado y lo minúsculo que marea al país, fruto de esa pugna polarizante entre las ficciones porcentuales a favor y en contra del gobierno, el presidente se inventó un 0.0001 % que representa a quienes protestaron en la calle contra su forma de hacer política. Una minoría que movió a la burla al mandatario porque, en este país, el presidente, confirmando su madurez personal y su estatura política, le parece normal mofarse de ciudadanos que expresan sus opiniones y ejercen sus derechos.

A finales de los 60s, en un momento en el que el peso del grupo dominaba la discusión académica de la psicología social, el psicólogo social rumano, Serge Moscovici, abordó la llamada influencia minoritaria. Mientras las mayorías presionan y someten a sus miembros, las minorías convencen y persuaden. Su presencia constituye una innovación, cuestionan el estado de las cosas y confirman el espejismo de unanimidad mayoritaria. La minoría echa en falta membresía, pero sobresale en existencia incómoda, argumentos, consistencia y evidencias. 

Todo lo grande comienza por algo pequeño: un espermatozoide aguerrido; una gota de nitroglicerina; un “basta ya”, un “renuncio” o un “quédate conmigo”; una semilla; una mujer negra que no se levantó de su asiento; un desconocido frente a los tanques de Tiananmen; una abuela de Plaza de Mayo o una madre de Guarjila que insistieron en que sus nietos y sus hijos existían. Una minoría lo es contra todo pronóstico porque lo fácil siempre ha sido ser uno más del montón. Una minoría es un patito feo, una oveja negra adrede que sabe que los rebaños, como los lobos, se visten con una misma piel blanca de oveja. 

En realidad, ni los muchos son tantos como creen, ni los menos son tan pocos como quisieran. La evidencia que los señala se acumula, las excusas se agotan y los argumentos son insostenibles. Hacen falta mucha imaginación y propaganda para justificar a un gobierno al que ya en junio el 72.3 % de la gente le pedía transparencia en el uso de fondos usados contra la pandemia y a Nuevas Ideas como un partido diferente cuando, solo año y medio después, un 45 % de la población le otorga poca o ninguna confianza y una tercera parte le atribuye algún grado de corrupción

Considerando que la sumisión y la complicidad abundan y se anticipa una hegemonía legislativa compuesta por autómatas en espera del chasquido de dedos del presidente, la existencia de esos menos que prefieren –desde la ética, el respeto al Estado de derecho o la transparencia– imaginar desde ya algo diferente, son una buena noticia entre tanta mala nueva que nos circunda. Como dicen por ahí, para qué maldecir la oscuridad cuando se puede encender una luz.

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Carlos Iván Orellana

*Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO-Centroamérica. Investigador y profesor de la Universidad Don Bosco (UDB) de El Salvador. Co-Director del programa de Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, cotitulado UCA-UDB. Cuenta con diversas publicaciones en temas como violencia e inseguridad, migración irregular hacia los Estados Unidos, autoritarismo, anomia, prejuicio y la psicología de los crímenes de odio.

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