Opinión

Los pasos de Bukele hacia una dictadura

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Ezequiel Barrera

Editor de GatoEncerrado.

Bukele usurpa la silla de la presidencia de la Asamblea, el 9 de febrero, tras haber ingresado al Salón Azul con militares. Foto/Emerson Flores

Por Ezequiel Barrera*

La dictadura no es un régimen político con el que un país amanece un día cualquiera. Es un proceso que se construye en un periodo de tiempo, en el que hay señales inequívocas de que una persona peligrosa para la democracia intenta acaparar el poder para sus intereses y el de su círculo cercano. En el caso de la historia reciente de El Salvador, esa persona es el presidente Nayib Bukele, quien hasta bromea con ser un dictador en potencia. 

Solemos pensar que las dictaduras inician con golpes de Estado y con un caos en el país. Pero la realidad latinoamericana y la salvadoreña nos demuestra que el camino hacia la dictadura inicia con una persona que sabe aprovechar el descontento de la población con la corrupción de los partidos políticos tradicionales, como Arena y el FMLN. Esa persona conecta con las masas, utiliza las palabras que sabe que la población quiere escuchar y dirige el descontento a su favor, para hacerse presidente de la República por la vía democrática. En la campaña, como si fuera una acción ensayada y de cajón, hace creer que duda de las elecciones libres, pero no hace mayor escándalo porque termina ganándolas.

Luego viene su primer año de gobierno, que es crucial para su proyecto autoritario y en el que académicos, economistas, periodistas y defensores de derechos humanos y ambientales, advierten que no tiene un verdadero plan de nación, sino que improvisa sobre la marcha, a pesar de lo que dice la publicidad oficial. Ese señalamiento lo toma como si fuera un ataque y construye una narrativa en la que se posiciona como héroe de la República y califica a los críticos como villanos que no le permiten gobernar. En su narrativa, los intelectuales se suman a esos políticos que deben ser despojados de todo poder e influencia, para que él pueda trabajar sin reproches. 

En su discurso, que es asumido por sus seguidores, los periodistas que descubren y publican casos de corrupción son desinformadores y tienen el interés de afectar su gobierno. Al verse señalado, corre a refugiarse en su siempre confiable narrativa de buenos y malos, donde los malos son todos los que no son él. Pero, cuando su discurso deja de tener sentido para algunos de sus seguidores, acude al desprestigio, al ataque y a las burlas en contra de los periodistas. Incluso, como ya ha sido documentado por reporteros, acude a seguimientos con vehículos del Organismo de Inteligencia del Estado, a intervención de teléfonos y amenazas. 

Para evitar que su discurso caiga, ya que la ficción nunca logra sostenerse ante la realidad, también asume como prioridad crear un aparato mediático masivo, con un periódico y un noticiero televisado, e invierte grandes sumas de dinero público para levantar su imagen presidencial, a pesar de que el mundo esté en recesión económica y en medio de una pandemia. 

Cuando ya no se siente cómodo con la Constitución de la República, porque lo limita en sus intenciones autoritarias, crea un equipo que busca reformas. Ese equipo hace la pantomima que escucha a diferentes sectores de la sociedad, pero las primeras y más claras propuestas de reformas solo favorecen al proyecto del presidente: alargar el periodo presidencial y plantear que el ministro que dirige las Fuerzas Armadas pueda participar en partidos políticos. 

La Fuerza Armada y la Policía Nacional Civil son, para el dictador en potencia, sus aliados más estratégicos. Por eso protege a los funcionarios que dirigen estos cuerpos armados y ofrece apoyos económicos a los del nivel básico. Esto con el fin de que no titubeen cuando tengan que saltarse la Constitución para acompañar al presidente en sus invasiones a otros poderes del Estado, como ocurrió el 9 de febrero de 2020 en la Asamblea Legislativa.

A la dictadura también le precede un irrespeto y desprecio hacia las víctimas de la historia y del presente. Un desprecio que luego será normalizado en contra de las víctimas que la la dictadura vaya dejando a su paso. El presidente con aspiraciones dictatoriales, se atreve a calificar de “farsa” los procesos que llevaron al cese del conflicto armado en el que más de 75,000 personas fueron asesinadas. Y también dice, con ligereza y echando mano de teorías de conspiración en su contra, que las víctimas de violencia política del presente son parte de un autoatentado de los opositores para afectar su imagen presidencial. 

El desprecio no es solo hacia las víctimas, sino también contra aquellos que representan algún tipo de autoridad en la que su discurso no hace efecto, como magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) sobre quienes ya dijo que si fuera dictador los hubiera mandado a fusilar. 

Bukele, a estas alturas de la historia y pasando por el 9 de febrero de 2020, ya avanzó un gran tramo hacia una dictadura. La situación, cuando menos, merece la mirada atenta de la comunidad internacional y que la población salvadoreña no permita que las dictaduras históricas resurjan. La democracia que El Salvador estaba construyendo, desde los Acuerdos de Paz, era imperfecta y con muchas cosas por mejorar, pero los pasos de Bukele hacia una dictadura nos han hecho perder lo poco que habíamos logrado. 

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