Es periodista de la sección de género de GatoEncerrado. Es productora audiovisual especializada en temas de desigualdad y violencia de género. Es becaria del programa Exprésate de la International Women’s Media Foundation y autora del blog de periodismo de opinión con enfoque de género, La Palabra Incómoda.
En El Salvador hay periodistas y medios que tienen predisposición y rechazo a que las mujeres que se dedican al periodismo se nombren feministas. Hay un machismo enraizado en muchas redacciones; sin embargo, las periodistas cada vez están haciendo más sólida su apuesta por transformar al periodismo del país con un enfoque de género y diversidad sexual. Sobre esta situación va este texto.
«Ser feminista y periodista es, aunque duela, joda […] pagar precios siempre: la subestimación profesional [no sos, no valés, no te creás, no podés, quién te creés, no pidás, no reclamés, no te animés, sos suerte de época]»
Luciana Peker
Por Mónica Campos*
En el círculo periodístico de El Salvador, el enfoque de género, ese que implica manejar términos específicos y correctos para abordar la violencia contra las mujeres y la comunidad LGBTI+, es altamente cuestionado. La crítica a las profesionales que hacemos este tipo de periodismo se agudiza si quien escribe se autodenomina feminista. Algunos colegas corren a asegurar que el feminismo es incompatible con el ejercicio periodístico y para desacreditar el trabajo de las periodistas feministas, las tildan de activistas. Pero la acusación de activista no se aplica de igual manera a los colegas que escriben para tratar de comprender a profundidad temas de memoria histórica, pandillas y migración. Extrañamente, para ellos el ejercicio solo está viciado cuando nos preocupamos por explicar la exclusión social y las circunstancias que enfrentan las personas a causa de su género o diversidad sexual.
Hay críticas y recelos para las periodistas abiertamente feministas, pero no para los abiertamente machistas. Hay desconfianza y a veces hasta censura para quienes somos conscientes de la desigualdad social que implica el machismo, una desigualdad que hemos vivido en carne propia toda nuestra vida, desde nuestros cuerpos, desde las herramientas que la vida nos dio para comprender el mundo y relacionarnos con él, desde donde escribimos. Pero, en lugar de nublar nuestra vista, haber sufrido la desigualdad solo nos da más herramientas para comprender la violencia de género. Lo hemos visto todo, lo entendemos mejor que ellos.
Soy una feminista abiertamente periodista. Ya sé que esperaban que lo dijera al revés, pero no. Ya me han increpado lo suficiente sobre la concordancia entre mi profesión y el feminismo. Y es que para muchos, aunque no la tengan del todo clara, «feminista» es una palabra sucia, fuerte, incómoda. El periodismo, en cambio, es una profesión idealizada, sublime y sacrificada; y lo es, pero no se puede negar que el periodismo en El Salvador ha contribuido a la construcción de estereotipos de género y vicios machistas sumamente dañinos para esta sociedad tan desigual y violenta.
Desde titulares como «Matan a hombre vestido de mujer», para referirse a una persona trans, hasta la popularización del término «pasional» para referirse a los feminicidios, el periodismo salvadoreño ha influido en la manera de hablar y pensar de los salvadoreños y en su forma de ver la relación de poder entre géneros. A pesar de esto, aún hay quienes se atreven a decir que una feminista no debe ser periodista, que nuestra visión está contaminada, que llevamos puestos unos lentes que no nos dejan ser «objetivas» —aunque en el periodismo la objetividad no existe—, que no tenemos nada que hacer aquí. Por eso vengo a plantear la relación práctica entre la profesión y la teoría que me definen, en parte, como persona.
El periodismo busca la verdad, busca cuestionar al poder. El feminismo tiene mucho en común con todo esto. Dejando de un lado la teoría y para los amantes de la RAE, la definición de feminismo en el Diccionario de la Lengua Española es «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre». Un principio aplicable al activismo, desde luego, pero también a muchas otras formas de trabajo. Cuando se usa la palabra «activista» para calificar nuestro trabajo, como diciendo que llevamos una causa a cuestas, dejan de lado que el periodismo también lleva consigo la gran causa de la verdad.
Y sí, las periodistas feministas llevamos también la causa de «visibilizar» ciertas realidades desde nuestro trabajo, pero esto no quiere decir que faltemos al principio más importante de nuestra profesión: la veracidad. En contraposición a este principio, es precisamente el periodismo machista del último siglo el que ha ocultado la realidad de las mujeres, de las pobres y marginadas, de la población LGBTI+.
En las salas de redacción lo que muchos llaman «corrección política» y lo que yo defino como la correcta aplicación de términos sobre la diversidad sexual y temas sobre mujeres, apenas se está discutiendo. En el abordaje de temas como el trabajo sexual, por ejemplo, aún sigue usándose la palabra «prostitución» o se sigue confundiendo el trabajo sexual con la trata de personas. Estos deslices lingüísticos invisibilizan el trabajo que por años han realizado las mujeres trabajadoras sexuales en busca de la dignidad que nuestra sociedad les ha negado. Insisto, lo que no se puede es ser periodista y con el enfoque, el método o la aplicación del lenguaje, ocultar realidades por el simple hecho de no querer comprenderlas.
Desde hace más de un siglo, los medios de comunicación masivos en El Salvador han estado en manos de grupos de poder y de ellos han adquirido una visión excluyente. Los medios de comunicación han abonado a la cultura machista ya muy bien arraigada en la población con menos acceso a la educación, pero también a la de las generaciones de quienes lograron llegar a la educación superior y, peor aún, a las generaciones de quienes en su título de educación superior tienen escrita la profesión de periodistas o comunicadores. Los periodistas en El Salvador tienen vicios machistas que han adquirido de generación en generación y que a veces no se atreven a cuestionar. Y precisamente cuestionar es una de las prioridades de nuestra profesión. En este sentido, cuestionarnos a nosotros mismos sería el ejercicio ético más noble y transparente. ¿No es acaso la transparencia la que exigimos a toda voz en nuestros titulares? Ya es tiempo de cuestionarnos.
A veces, cuando estoy en una conferencia de prensa y se oye un comentario machista de parte de un colega, no puedo evitar poner en duda su trabajo. Y no me refiero a su especialización, porque sé que hay muchos que a pesar de ser muy «antifeministas» realizan una labor admirable en temas muy concretos, pero no puedo evitar dudar de su capacidad de ver más allá de sus preconceptos. Porque el machismo es odio, segregación, desigualdad, un juego de poder, una ínfula de superioridad, el culto a la fuerza, al sometimiento. Y no, colegas, no vale asumir desconocimiento. El machista que no cambia es porque está arraigado al privilegio, y claro que hay privilegios en las redacciones. Pero en pleno 2020 hay muchas maneras de informarse, mucha teoría al alcance de un clic, muchas organizaciones realizando talleres de especialización en enfoque de género para periodistas.
Las periodistas se han esforzado. Detrás de cada publicación sobre mujeres o personas de la diversidad sexual en medios que rechazan que sus reporteras se nombren feministas hay una periodista que han debido defender su tema con uñas y dientes. Esta lucha por el cambio de enfoque en las salas de redacción a veces ha generado discusiones con compañeros y hasta con editores y jefes de redacción. Esto muchas veces implica separarse de la visión de su propio equipo de trabajo.
Pero no todo es desalentador. Fuera de redacciones que perpetúan el sistema machista, han nacido en El Salvador medios conformados por mujeres que se declaran abiertamente feministas y se especializan en periodismo con enfoque de género. A estos medios yo les llamo dos veces independientes.
Alharaca [que nació en febrero de 2018] y Revista la Brújula [que se lanzó en septiembre de 2019] son ejemplo de esto. Estos medios, conformados en su totalidad por mujeres, se especializan en el abordaje de temas de género y diversidad sexual. Nacieron abiertamente feministas para abrirse paso entre una buena cantidad de medios que no se atreven a ponerse esta etiqueta que considero necesaria. Ambos proyectos germinaron en este país conservador como respuesta a la desinformación. Su creación se puede circunscribir dentro del más reciente boom del movimiento feminista a nivel mundial.
A mis 27 años he pasado por cuatro salas de redacción de medios históricos de gran circulación e independientes y ninguna ha estado libre de acoso sexual y violencia de género. No esperemos llevar palabras sobre verdad y justicia a nuestras audiencias si no convivimos con estos principios en nuestras bases de operaciones. Es hora de despertar.
Espero que estas palabras lleguen a cada una de mis compañeras feministas: las descalificadas, las cosificadas, las que deben validarse ante sus compañeros de profesión dos veces. Tenemos en nuestras manos la gran causa de hacer un mejor periodismo, uno que trate con respeto a todas las personas sin importar raza, clase social, identidad de género y orientación sexual. Y el deber de resistir ante la crítica, ante el señalamiento: el deber de no callar. Hoy más que nunca somos necesarias.
Este artículo fue originalmente publicado el 6 de mayo de 2020 en la revista mexicana Kaja Negra.
Es periodista de la sección de género de GatoEncerrado. Es productora audiovisual especializada en temas de desigualdad y violencia de género. Es becaria del programa Exprésate de la International Women’s Media Foundation y autora del blog de periodismo de opinión con enfoque de género, La Palabra Incómoda.