Foto/Emerson Flores

“Yo tuve justicia, pero fue una justicia mediocre”: Aldo Peña

Los recuerdos de la noche en la que fue brutalmente atacado por agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) y todo el proceso a cuestas para alcanzar una pizca de justicia aún le duelen a Aldo Peña, pero está decidido a seguir luchando por sus derechos y los de sus compañeros.

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Por Xenia Oliva

Este domingo 27 de junio de 2021 se cumplieron seis años del cruel ataque que sufrió Aldo Peña por parte de un grupo de policías. De al menos 10 agentes que lo agredieron con saña, solo siete enfrentaron un proceso judicial y al final solo dos de ellos recibieron una risible condena de cuatro años de prisión. La condena fue por el delito de agresión y ni siquiera se incluyó el delito de intento de homicidio, mucho menos el de crimen de odio. Tres de esos años fueron por la golpiza propinada a Aldo y un año más por las agresiones contra S. H. P., una amiga que lo acompañaba esa noche.

Aldo está seguro de que los dos agentes condenados ni siquiera pasaron los cuatro años completos en prisión y que la mayoría de los involucrados siguen laborando en la Policía, como si nada ocurrió. De hecho, el principal agresor e instigador del ataque, L. J. Rivera, fue absuelto antes de la fase de vista pública.

“Creo que el tiempo me ha ayudado bastante. La fe que tengo en Dios me ha ayudado bastante para ir sanando, pero esos recuerdos todavía duelen, todavía dañan, sobre todo darme cuenta el motivo”, comentó Aldo a GatoEncerrado.

Las burlas por su orientación sexual y por su identidad de género iban a la par de los golpes que Aldo recibió esa noche. Apenas horas antes, ese 27 de junio de 2015, Aldo aún iba con buen ánimo y humor por haber participado en la Marcha del Orgullo de ese año.

Todo comenzó cuando Aldo reclamó al motorista de un microbús que no se detuvo en una parada, donde necesitaba bajarse. Tras los reclamos, el motorista llevó el vehículo, con todos los pasajeros, hacia la subdelegación policial de Ciudad Delgado. Cuando los policías salieron a ver la situación, se dirigieron hacia Aldo y uno de ellos lo agarró y lo bajó a la fuerza.

Aldo recordó que varios de los policías ya lo conocían, en más de una ocasión lo habían parado cuando él caminaba por ahí. Desde la primera vez que los policías vieron que en el Documento Único de Identidad (DUI) de Aldo aparecía un nombre que no coincidía con su expresión, lo hostigaron: a veces le preguntaban si en el Cuerpo de Agentes Metropolitano (CAM), donde Aldo trabaja, lo tenían “¿como hombre o como mujer?”.

Cuando la amiga de Aldo intentó acercarse para ayudarlo y defenderlo de los policías, uno de los agentes la golpeó, lo que hizo que Aldo reclamara y forcejeara aún más con los policías que tenía encima. Aldo recordó cómo L. J. Rivera se sentó sobre él y comenzó a apretarle el cuello con una mano mientras lo golpeaba con la otra. El resto de los policías se unió para darle patadas a Aldo.

En el microbús también iba una mujer trans que vio todo lo que estaba ocurriendo y salió del lugar a poner la alerta a las organizaciones de sociedad civil que velan por los derechos humanos.

Aldo describió cómo lo llevaron a él y a su amiga al interior de la subdelegación. Sintió que pasaron horas de tortura hasta que vio la esperanza cuando llegaron Karla Avelar, en ese entonces directora de Comcavis Trans, y Sebastián Cerritos, en ese momento director de HT El Salvador.

Los policías insistieron que Aldo y su amiga los habían agredido primero. Los acusaron con cargos de resistencia y agresión. Pero Aldo aún recuerda cómo mientras le golpeaban le decían que esa noche iba a morir.

Por presión de las organizaciones, la primera dama de ese entonces, Vanda Pignato, se comunicó con el exdirector de la Policía, Mauricio Ramírez Landaverde, quien supuestamente llamó a la subdelegación, pero le habrían dicho que no había nadie detenido ahí, contó Aldo.

Poco tiempo después entró una delegada de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDDH), quien antes de presentarse o pedirle permiso le tomó una foto a Aldo, que luego circuló por distintos medios de comunicación. En ella se le ve con el rostro ensangrentado, el ojo izquierdo completamente cerrado de la hinchazón y la piel ya morada.  

Finalmente, los policías accedieron a llevar a Aldo al Seguro Social y a su amiga al Rosales. Aldo lamenta que, primero la PDDH haya permitido que quienes los custodiaban hayan sido los mismos agentes que los estuvieron atacando y amenazando, además que no hubo acompañamiento de la PDDH a su amiga, quien sufrió acoso de los policías en el Rosales.

Pese a que Aldo seguía en una situación convaleciente, los médicos del hospital permitieron que los policías se lo llevaran. Aldo aseguró que la meta de ellos era que Aldo tuviera que pasar una noche en la bartolina.

Solo lo sacaron para ir a los juzgados de Ciudad Delgado, donde se hicieron las diligencias y reconocimientos iniciales. A pesar de que los agentes querían mantenerlo en custodia, el juzgado ordenó que Aldo tenía que ser procesado en libertad. Aldo aseguró que gracias al apoyo de Pignato lo pudieron llevar a un hospital privado, donde le dijeron que corría el riesgo de perder su ojo.

Mientras tanto, la madre de Aldo presentó una denuncia contra los policías y los policías también presentaron una en contra de Aldo y su amiga. Para el jueves 2 de julio de 2015 ya estaba programada la audiencia inicial en contra de Aldo y su amiga.

La cuenta de Twitter de la Fiscalía General de la República (FGR) publicó ese día una fotografía de Aldo como imputado, en silla de ruedas aún con la pulsera de datos de un hospital, con el rostro amoratado e hinchado, uno de los ojos aún entrecerrado y enrojecido por la sangre acumulada. “Aldo Alexander Peña (agente del CAM), en audiencia inicial por lesiones en Juzgado 3ro de Paz de Ciudad Delgado”, decía el tuit.

“Ellos hicieron su denuncia el sábado. La mía el domingo. La mía como imputado despegó rapidísimo, pero como víctima estuvo lentísima”, lamentó Aldo.

Entre los testimonios que los agentes presentaron en contra de Aldo estaban que él fue “muy agresivo y logró doblegar a L. J. Rivera”.

“Decían que primero cinco policías no pudieron contra mí, después que fueron 15. Que me había golpeado el ojo al caerme contra la acera”.

A Aldo le ha dejado un sinsabor el haber sido testigo de cómo todo el sistema de justicia está interrelacionado para protegerse entre sí y no al bienestar de las víctimas.

El proceso en contra de Aldo y con los policías como víctimas duró apenas cinco meses. En la audiencia final, Aldo quedó inocente de todos los cargos, pero no recibió ninguna compensación. El abogado de la Procuraduría General que acabó representándolo en la vista pública saludaba alegremente a los policías y a los fiscales antes de que comenzara la audiencia. Además vio cómo Medicina Legal le había extendido un documento a L. J. Rivera por un raspón en la rodilla, como una de las pruebas en contra de Aldo.

Su proceso como víctima duró más de un año y tuvo que lidiar con tener que presionar constantemente a la Fiscalía para que avanzaran las diligencias.

“Cuando yo era imputado a ellos los protegían mucho, no los podía ver. Cuando yo era víctima, a ellos los tenía que tener a la par en las audiencias”.

La fiscal que fue asignada finalmente a su caso incluso llegó a recibir burlas de sus otros compañeros fiscales. “Me contaba que cuando llegaba un caso LGBTI le decían tome, aquí uno de los casos que le gustan, a usted le gusta defender esta gente”, recordó Aldo.

Además, el juez de instrucción suspendía constantemente las diligencias. Pese a que este mismo juez había informado que L. J. Rivera pasaría a la fase de vista pública, en el acta final ya no aparecía y quedó absuelto.

Al final solo dos de todos los policías fueron condenados.

“Yo tuve justicia, pero fue una justicia mediocre, con la cual no estoy conforme. No estoy conforme porque pude percibir todo lo que el juez hizo y las autoridades. Pero por lo menos esa justicia mediocre pude alcanzar, otros compañeros no han podido”, dijo Aldo.

Aldo expresó que el proceso fue muy duro, que habría sido muy fácil aceptar las conciliaciones que le ofrecieron, pero él estaba decidido a alcanzar aunque sea un poco de justicia.

“Espero que esto sea un ejemplo para que no agredan a otros compañeros y otras compañeras. Yo tengo la suerte de que alguien avisó, sino mi historia fuera otra. Muchos callan lo que les hacen por miedo. Por estar cubiertos con uniforme pueden hacer y deshacer”.

Aldo lamentó que también muchos de sus compañeros trans no tienen el mismo apoyo de su familia, lo que hace aún más difícil que denuncien al ser agredidos o que sus casos alcancen justicia.

“Tuvimos el caso de un hombre trans que lo encontraron en sábanas. Fuimos a su funeral, pero no pudimos estar mucho tiempo porque en la caja habían puesto una foto de él con vestido, y la mamá decía que ella tuvo la culpa por disfrazarse de hombre”.

De igual forma, en varias ocasiones han tenido que ser ellos como compañeros trans quienes hagan colectas para comprar las cajas y hagan los procesos para retirar los cuerpos de Medicina Legal ya que las familias los han abandonado.  

Su familia y sus amigos querían sacarlo del país, pero Aldo no aceptó. Aunque siempre le persigue la sombra de lo que ocurrió y la posibilidad de que se repita un ataque similar solo por ser un hombre trans, Aldo no sueña con irse del país.

“Pudiera estar allá tranquilo, pero mi lucha está acá, creo que hablar de esto es parte de mi lucha y si me voy, quién va a hablar de todo esto, quién va a contar todo lo que me pasó, quién va a denunciar de este sistema corrupto, de todo lo que me hicieron pasar los jueces, los fiscales, la misma sociedad de mi país”. 

Este trabajo se elaboró con el apoyo del International Center for Journalists (ICFJ).

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