Opinión

Hemos poblado el mundo: hemos de hacernos cargo

Ramiro Guevara

Ramiro Guevara

Nace en la ciudad de San Salvador, El Salvador, Centroamérica, el 11 de diciembre de 1997. Pertenece a la generación conocida como hijos de la guerra, debido a que su llegada al mundo sucede en el periodo histórico que precedió al bélico conflicto armado de poco más de 12 años que sufrió El Salvador. Es ilustrador, periodista, divulgador cultural y actor de teatro. Ha sido alumno de la actriz Dinora Cañénguez, la editora Susana Reyes y la galardonada dramaturga Jorgelina Cerritos. Guevara ha contribuido en artículos para medios como La Prensa Gráfica (LPG), Informativo In Tempo, la revista universitaria Comunica, y el portal Sivar Media Magazine. En 2015 presentó su primera obra de teatro en el Teatro Luis Poma de San Salvador, que llevó por título El cisne soviético. Del mismo modo, algunos de sus poemas han sido recopilados en la antología Torre de Babel, del autor Vladimir Amaya. En el 2021 recibe una mención de finalista en el certamen de letras hispánicas auspiciado por la editorial independiente Nueve Editores de Colombia, en la categoría de Novela Latinoamericana. Actualmente está por acabar la licenciatura en comunicación social en la universidad jesuita Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).

El ataque de la Covid-19 hacia las sociedades modernas y todas sus implicaciones, reveló y recordó la fragilidad de la especie. También nos hizo repensar el futuro de forma drástica. Esto, bajo una perspectiva evolutiva, es tan natural como esperanzador.

Por Ramiro Guevara*

(…) Los apocalipsis, yo suelo creer, tienen una característica común, que es que nunca se realizan.” -Martín Caparrós. 

La fascinación por los Apocalipsis, oh Lord, es enorme. -Así empezaría esto si fuera un blues. -Nos interesa muchísimo encontrar respuestas ante la insondable idea del fin del mundo. A lo largo de la historia antropológica, hemos sido espectadores e incluso participantes, de las provocaciones que causan las historias o mitos fundacionales, relacionados al fin de los tiempos. 

Textos teológicos, leyendas urbanas, temas literarios y demás documentación, puede demostrar que desde tiempos de profetas, el día del juicio final, es un acontecimiento inminente y altamente crucial. 

Douglas Dixon es un escocés que además fue paleontólogo y divulgador científico. Es conocido por atreverse a imaginar qué sería del planeta después del fin del humano, es decir, luego del apocalipsis. 

Después del hombre: Una zoología del futuro es un libro ilustrado y publicado en 1981. En sus páginas, las y los lectores se encontrarán con el planteamiento de un mundo 50 millones de años después de la era del homo sapien. Dixon nos describe y sistematiza la evolución de la fauna que habitaría ese mundo sin personas. 

El señor Douglas realizó este manuscrito echando mano del sci-fi y sus conocimientos técnicos en geología, zoología y paleontología. El resultado es un interesante bestiario que nos recuerda a las enciclopedias de animales prehistóricos o antecesores a nuestra era. 

La excusa o el motivo de esta zoología futurista, es principalmente por la necesidad de hablar sobre la evolución. Evolución como proceso, como idea, como reconocimiento del orden natural de las cosas. Movimiento o devenir evolutivo, para ser más preciso. 

En 1990, Dixon volvió a publicar otro de sus ejercicios de biología especulativa. Esta vez, con ayuda del ilustrador Philip Hood, se aventuró en la contraparte antropológica de su antecesora enciclopedia zoológica. 

El hombre después del hombre: Una antropología del futuro explora las civilizaciones primitivas que se han desarrollado en un planeta cuya humanidad ha sido desplazada por otras especies terrícolas, sintientes e inteligentes. 

Entonces, ¿imaginar el fin del mundo nos obliga a repensar la idea de evolución?, ¿O es acaso más conveniente reconocer la necesidad no de un fin del mundo, sino de un proceso de evolucionar ante la hostilidad del mundo (que constantemente nos recuerda al fin)?

En el 2020 esta idea se asomó con espanto. El ataque de la Covid-19 hacia las sociedades modernas y todas sus implicaciones, reveló y recordó la fragilidad de la especie. También nos hizo repensar el futuro de forma drástica. Esto, bajo una perspectiva evolutiva, es tan natural como esperanzador. 

La devastación puede ser un hecho que existe y exige de nuestra atención, de nuestras manos a la obra, pues con esa idea, no sólo somos los únicos que podemos preservarla en la conciencia colectiva, sino también, somos íntimamente causantes de una deriva ambiental que se observa desde el derretimiento de los polos en el último siglo, hasta la construcción de escenarios propicios para una pandemia. 

Si el acontecer presente es una distopía, no nos queda otra opción que pensar en lo que pasará después, en la reconstrucción de nuestras sociedades y nuestras vidas propias. Pensar en el futuro como excusa para encargarse del presente. Pensar en el futuro para cultivar y alumbrar las sombras de la actualidad. 

Así como estudiamos el pasado, precisa estudiar ese futuro que deseamos. Y eso me parece, no debe realizarse sin las claras lecciones que nos puede brindar el presente. Lecciones de humanidad transatlántica e híper conectada. 

Desde que fuimos nómadas hasta que nos asentamos y volvimos sedentarios, tuvimos el enorme y egocéntrico deseo de poblar el mundo, hacerlo nuestro, dominarlo a través del conocimiento, de la ciencia, la creatividad y la supervivencia. 

Si aquel deseo de evolución, reflejado en los ojos brillantes de un Neandertal o ancestro pre-humano, que creyó en el poder del fuego y las estrellas, y vio las más puras y primitivas apariciones de Dios, sirvió de motor para fundar la diversa y compleja historia de la humanidad, pues supongo que la tarea está dada desde el principio: pensar o generar futuros. 

Y a este punto, la lección a lo mejor va por un sentido, ya no de inmortalidad ni de permanencia de la especie (por más obsesionados y preocupados que estemos), sino de pura ética global. Redención natural y hacer las paces con nuestra propia casa. 

Hemos poblado al mundo. Ese fue nuestro deseo. Ahora, hemos de hacernos cargo. 

(Escrito en Diciembre 28 del 2020. El año de la pandemia.)

Ramiro Guevara

Ramiro Guevara

Nace en la ciudad de San Salvador, El Salvador, Centroamérica, el 11 de diciembre de 1997. Pertenece a la generación conocida como hijos de la guerra, debido a que su llegada al mundo sucede en el periodo histórico que precedió al bélico conflicto armado de poco más de 12 años que sufrió El Salvador. Es ilustrador, periodista, divulgador cultural y actor de teatro. Ha sido alumno de la actriz Dinora Cañénguez, la editora Susana Reyes y la galardonada dramaturga Jorgelina Cerritos. Guevara ha contribuido en artículos para medios como La Prensa Gráfica (LPG), Informativo In Tempo, la revista universitaria Comunica, y el portal Sivar Media Magazine. En 2015 presentó su primera obra de teatro en el Teatro Luis Poma de San Salvador, que llevó por título El cisne soviético. Del mismo modo, algunos de sus poemas han sido recopilados en la antología Torre de Babel, del autor Vladimir Amaya. En el 2021 recibe una mención de finalista en el certamen de letras hispánicas auspiciado por la editorial independiente Nueve Editores de Colombia, en la categoría de Novela Latinoamericana. Actualmente está por acabar la licenciatura en comunicación social en la universidad jesuita Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).

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