Columnista. Ha escrito artículos de opinión sobre diversidad sexual y derechos humanos en El Salvador y el Triángulo Norte para medios nacionales e internacionales.
Es fácil prever que la criminalización de opositores por la administración Giammattei es la aspiración de Bukele, que el despojo de lo público a la usanza hondureña es lo que actualmente imita.
Por Virginia Lemus*
Vivir en Centroamérica es como alquilar una pieza en un mesón: a pesar de contar con tu propio espacio, todo, desde la pobreza hasta la insalubridad, es un problema colectivo. Estás en tu pieza y escuchás patente cómo en la de al lado susurran con angustia que la cosecha de frijol se perdió casi entera; del otro, gritos, golpes, sangre.
Mientras, al centro de todo, tu país-pieza piensa que nada de eso es asunto suyo mientras se angustia porque ahora dan solo tres tortillas por la cora, pero se siente aliviado porque al menos en esta pieza hay cable y podés ver los partidos del Real Madrid, no como tus vecinxs muertxs de hambre.
Algo así es vivir en El Salvador.
Eso de creerse ajeno a las circunstancias que nos rodean se llama excepcionalismo y es muy engañoso: por muy particulares que resulten a primera vista las circunstancias de El Salvador, ni su destino ni su historia pueden comprenderse de manera individual, aislada del resto de la región. Un país con una derecha obsesionada con Venezuela a niveles absurdos no pudo reconocer en Nicaragua, en Honduras, el referente más cercano cultural y geográficamente a su propio autoritarismo. Un país racista que se creyó completa la mentira del mestizaje universal no es capaz de ver que la criminalización de las personas defensoras de la Hacienda La Labor es la misma que la sufrida por la gente maya q’eqch’i en El Estor, Guatemala, y en su referente se anuncia ya el devenir de quienes defienden ecosistemas y fuentes de agua en El Salvador. Tampoco nota, ya que estamos, que en el apellido de al menos una de las personas criminalizadas en La Labor se anuncia su linaje nahua.
El Salvador es un país demasiado pequeño e impotente para tratar de entenderse como excepción en su región. Su destino ha estado siempre atado al de sus vecinos. Su mejor apuesta ante el presente y el futuro es aprender a reconocerse en ellos, sí, pero para ello le es indispensable aprender a reconocerse en sí.
Ambas apuestas son, aunque no parezca, menos difíciles de lograr de lo que aparentan. Si bien la historia reciente de Guatemala y Honduras, nuestros vecinos inmediatos, resulta opaca, en realidad no lo es tanto. El primer obstáculo para reconocerse en ella es reconocer la propia y nombrarla como tal. Esa es la mayor dificultad.
La corrupción dentro del Estado ha sido una constante durante toda la historia republicana de El Salvador, Honduras y Guatemala. Lo es tanto que se asume normal incluso cuando esta es obscena. Es normal que en los caminos hondureños sean las comunidades quienes llenen de ripio los baches en las calles y cobren peaje al conductor porque no existen las obras públicas. Es normal que en Guatemala no haya una sola carretera en forma al norte de Xelajuj No’j. Es normal que durante décadas enteras en La Unión haya sido más fácil buscar servicios de salud en Honduras que en El Salvador. Por separado, estos asuntos pueden atribuirse a diversos motivos. Vistos juntos, todos ellos responden a una misma lógica de desfalco, mal manejo de lo público, racismo y desinterés por lo que ocurra lejos de los grandes centros urbanos, donde el Estado no existe.
Durante las especulaciones sobre el ridículo proyecto de Bitcoin City, una iniciativa de gobernanza en inglés y criptoactivos dentro de un país que habla en español y merca en dólares, una de las principales debilidades de la discusión era lo desvinculada que estaba esta de su contexto regional. Honduras tiene proyectos similares, las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico, cuyo fracaso es devastador para las comunidades destruidas en su nombre. Además de ello, las dinámicas mismas de la zona de Puerto de La Unión y Conchagua son culturalmente lejanas a San Salvador, desde donde se han formulado una serie de proyectos de desarrollo económico para la zona que fracasan porque justamente no entienden que la particularidad geopolítica del Golfo de Fonseca requiere centrar las dinámicas socioeconómicas que la zona tiene con Nicaragua, Honduras y con El Salvador insular.
Las amenazas actuales a la soberanía nacional de Honduras, Guatemala y El Salvador vienen en forma de extractivismo extranjero: son la minería y los sembradíos de palma africana que destrozan y contaminan fuentes de agua vitales para los tres países; es la minería de criptoactivos que no inyecta ingresos al fisco salvadoreño, es la creación de zonas libertarias en comunidades precarizadas lejos de los centros económicos, la prueba fehaciente de un estado que se reconoce incapaz de gobernar. Para entenderlas en su complejidad es necesario reconocerse pieza en un mesón, habitante de un espacio que presume propio, pero que en realidad está vinculado irremediablemente con sus vecinos y a la merced de que le son necesarios para tener una vida digna.
Aprender a ver en las piezas de al lado el anuncio del futuro por venir es una habilidad que nos urge desarrollar. En Guatemala, la persecución penal de manifestantes pacíficxs y personas defensoras del medio ambiente aunado a la satanización de su papel por parte del gobierno central ha conducido a la prisión política, exilio y asesinatos de decenas de liderazgos indígenas y sociales durante los mandatos de Morales y Giammattei.
Las dinámicas de contaminación de fuentes de agua y desalojo de poblaciones en pos de un falso desarrollo son comunes en Guatemala, El Salvador y Honduras. Lo son, también, sus políticas de olvido, la negación de los derechos sexuales y reproductivos de su población y la expulsión masiva de refugiados por causa de hambre y crimen organizado en narcotráfico y pandillas. Ninguno de estos países puede efectivamente hacer frente a estas problemáticas por sí mismo ni mucho menos pensando únicamente desde Ciudad de Guatemala, Tegucigalpa/San Pedro Sula y San Salvador.
Durante una de las entregas del documental The Houses Are Full Of Smoke (Francovich, 1987), un agente de inteligencia guatemalteco dice con contundencia que cuando Guatemala tiene gripe, El Salvador estornuda. Se refería entonces a la organización de grupos armados de izquierda, pero en términos prácticos podría haber estado hablando de cualquier otra cosa.
Es fácil prever hoy que la criminalización de opositores por la administración Giammattei es la aspiración de Bukele, que el despojo de lo público a la usanza hondureña es lo que actualmente imita. En las piezas de al lado, lxs vecinxs tienen gripe. El Salvador va a estornudar.
Columnista. Ha escrito artículos de opinión sobre diversidad sexual y derechos humanos en El Salvador y el Triángulo Norte para medios nacionales e internacionales.