Abogado titulado por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas; defensor de DDHH económicos, sociales, culturales y ambientales; Presidente de la Asociación Ecos El Salvador e integrante del Foro del Agua.
El fundamento de los derechos humanos –usando palabras de Dussel- lo constituye el “inequívocamente otro”, en otras palabras, el individuo o formación social desamparado, débil, vulnerable, empobrecido y despojado de bienes para la producción y reproducción de la vida digna.
Por Alejandro Henríquez*
El 10 de diciembre de 1948, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ahora, en 2021, se conmemoran 73 años de aquel día en que se expide este documento histórico en el que se proclama a los Derechos Humanos como categorías inherentes a la persona humana, irrenunciables y que pertenecen a toda persona como humano, independientemente de las condiciones materiales, sociales, fenotípicas o económicas en las que se desarrolle su vida.
A propósito de esta fecha, tengo el deseo de hacer una breve reflexión sobre el fundamento de los Derechos Humanos, sobre la relevancia de defenderlos día a día y, asimismo, sobre los fetichismos en los que, en la mayoría de casos, incurrimos cuando hablamos de defender algo tan importante que encierra procesos históricos, sociales y culturales; fetiches que nos hacen caer en una explicación reduccionista de lo que es el fundamento de los Derechos Humanos.
Al hablar de Derechos Humanos, la mayoría de nosotras y nosotros, hacemos una referencia directa a los Instrumentos Internacionales, a aquellos documentos históricos transnacionales globalizados en los que los Estados Parte u organismos internacionales han hecho declaraciones para el reconocimiento, desarrollo, regulación, garantía y protección de los Derechos Humanos. Estos Convenios, Pactos, Protocolos o Declaraciones, si bien es cierto, son de suma importancia, por sí mismos, no agotan o abarcan el significado completo de los Derechos Humanos; es más, esta postura –usualmente de personas inmersas en el mundo del Derecho- es granítica, simplista y miope.
Y es que los Derechos Humanos no son únicamente una serie de categorías que gravitan en el universo de Instrumentos Internacionales –que, posteriormente, “bajan” al derecho interno de cada Estado-, no se agotan con estar escritos (“positivados”) en un documento. Este concepto, más que ser de naturaleza abstracta, es histórico, puesto que su realización es de forma cotidiana, es decir, buscan su concreción en la realidad material.
En este sentido, hablar de defender instituciones como “la democracia”, “la Constitución”, “la Ley” o “el Estado de Derecho”; como sinónimo de defender los Derechos Humanos o como si estas nociones fuesen su fundamento, es vaciarlos de contenido, significado y negar la materialidad o realidad histórica que los Derechos Humanos implican. De hecho, en reiteradas ocasiones, estas instituciones provocan, profundizan y prolongan las injusticias y la ausencia de condiciones mínimas que permitan el acceso a los bienes esenciales que permitan la producción y reproducción de la vida digna. Existen sobrados ejemplos de esto, Ley de Amnistía, la inminente Ley General de Recursos Hídricos, la toma de decisiones públicas sin consulta previa a los más vulnerables y empobrecidos, la persecución y criminalización contra los defensores de Derechos Humanos; entre otras situaciones.
Defender estas instituciones constituye un fetichismo, es concebirlas como entidades puritanas, sacrosantas y, en ocasiones, como cuestiones dogmáticas; ajenas -dotadas de imparcialidad e independencia- de intereses económicos y políticos; cuando, en realidad, estas componen formas de dominación, opresión y que expresan los intereses/deseos de un sector dominante.
En este sentido, el fundamento de los derechos humanos no es el Estado, no son las leyes o los instrumentos internacionales; sí, son entidades fictas que han sido creadas por el humano con la finalidad de dar seguridad y “orden” a la convivencia en sociedad; pero no son el absoluto fundamento de los derechos humanos. El fundamento de los derechos humanos –usando palabras de Dussel- lo constituye el “inequívocamente otro”, en otras palabras, el individuo o formación social desamparado, débil, vulnerable, empobrecido y despojado de bienes para la producción y reproducción de la vida digna.
El fundamento de los derechos humanos, entonces, yace en el oprimido, en el explotado o el desfavorecido por un sistema que le ha negado su dignidad y que, además, le ha negado su capacidad de sujeto, de accionar para luchar contra aquello que le socava el desarrollo de una vida en dignidad. Defender estas categorías, en este orden de ideas, debe hacerse reconociendo la capacidad de sujeto de estas personas, luchando contra el sistema que usa el discurso de los derechos humanos de forma ideologizada para negar la negación de los mismos.
Esta defensa debe hacerse diariamente, de manera histórica, sobre todo, en estos momentos en los que el país parece no tener rumbo, que carece de políticas y planes para mejorar la calidad de vida de las y los salvadoreños vulnerables; y que el autoritarismo, la irracionalidad, la violencia y la agresividad, cada vez, se vuelve una forma “normal” del actuar del actual Gobierno. El riesgo de no defender los derechos humanos cotidianamente, a pesar de estar reconocidos y protegidos en diversos instrumentos legales, es que se pierdan, se desconozcan y dejen de existir. Por ello, es menester la lucha organizada y elevar la condición de objeto a sujeto del oprimido y empobrecido; de esta forma, día a día, se fundamentarán los derechos humanos.
Abogado titulado por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas; defensor de DDHH económicos, sociales, culturales y ambientales; Presidente de la Asociación Ecos El Salvador e integrante del Foro del Agua.