Relato

El dictador en el balcón

Bukele subió al segundo nivel del Palacio Nacional y salió al balcón principal para celebrar, junto a sus fieles seguidores, que permanecerá en el poder otros cinco años más, a pesar de que es inconstitucional. Desde arriba, y sin resultados oficiales, dijo que pulverizó a la oposición y que el pueblo salvadoreño habló fuerte y claro a través del voto. Aseguró que en toda la historia del mundo, nunca antes hubo un pueblo que democráticamente eligiera, de forma contundente, que un solo partido lo controlara todo. Este es el relato de lo que dijo la noche del 4 de febrero y las acusaciones que lanzó en contra de quienes lo critican por violar derechos humanos y saltarse la Constitución.

Bukele en su primer discurso como dictador, en el que atacó a la prensa nacional e internacional. Foto/Bladimir Nolasco

Por Cristian Meléndez

Febrero 6, 2024

La noche en la que Nayib Bukele debutó como dictador, salió al balcón principal del Palacio Nacional de El Salvador, emulando la presencia de un monarca en su cúspide y saludó a la multitud que lo aclamaba con fervor en la Plaza Cívica. Hasta principios del siglo XX, este edificio era la sede de los tres poderes del Estado, pero en la actualidad es una atracción turística por su estilo renacentista francés con detalles barrocos, al que cualquier salvadoreño puede entrar si paga un dólar.

Arriba, la presencia de Bukele en ese balcón evoca los viejos tiempos de este edificio, con la diferencia de que este hombre delgado, cabello engominado y barbón representa en sí mismo los tres poderes del Estado que se atribuyó luego de controlar la Asamblea Legislativa y decapitar a la Corte Suprema de Justicia. 

Abajo, en la Plaza Cívica, la muchedumbre eufórica lo aplaude y se entretiene con un show de fuegos artificiales bajo un cielo nocturno despejado, drones que forman figuras publicitarias del partido oficialista Nuevas Ideas y un sistema de sonido perfecto para conciertos que reproduce en bucle lo que parece ser el soundtrack de la dictadura: “It's The End Of The World As We Know It (And I Feel Fine)”, de la banda de rock alternativo R.E.M. y que traducida al español sería: “Es el fin del mundo tal como lo conocemos (y me siento bien)”.

Desde el balcón y frente a su congregación de fieles seguidores, el dictador besó a su esposa Gabriela y luego se tocó el pecho a la altura del corazón para saludar a la masa. Allá arriba, a sus espaldas y fuera de la vista del gentío, lo acompañaban su familia, las personas que forman parte de su círculo de confianza, algunos miembros de la cleptocracia en la que devino su gobierno y fotógrafos.

Show de drones sobre el Palacio Nacional, antes del discurso de Bukele. Foto/Bladimir Nolasco

Cuando el reloj marcó las 10:15 de la noche, la música comenzó a desvanecer y el dictador pidió su micrófono para ofrecer su primer discurso oficial ante la multitud que él mismo había convocado para las 9:00 de la noche, a través de sus redes sociales donde se proclamó ganador indiscutible de las elecciones presidenciales, a pesar de que el Tribunal Supremo Electoral no tenía resultados preliminares y de que la reelección continua es inconstitucional.

Aunque sus fieles seguidores esperaban sus palabras, como religiosos con ansias de un sermón, su discurso de 24 minutos no fue para la multitud, sino para justificar sus medidas y violaciones a la Constitución, además de atacar a periodistas nacionales y extranjeros, a organismos internacionales y, en realidad, a cualquiera que opine distinto o lo cuestione.  

Sin datos oficiales, Bukele comenzó su monólogo jactándose de que “El Salvador ha roto todos los records, de todas las democracias, en toda la historia del mundo, desde que existe la democracia”. Aseguró que su victoria fue tan aplastante que la oposición, toda junta, quedó  “pulverizada” y afirmó que “democráticamente” la población hizo que el país tenga un partido único en la Asamblea Legislativa con 58 de 60 diputados.

Al escucharlo, su congregación estalló en algarabía. Primero se unieron en una sola voz: “¡Bukele!, ¡Bukele!” y luego: “¡Sí se pudo!, ¡sí se pudo!”. Desde el balcón, sonrió para los miles de celulares con cámara encendida que apuntaban en su dirección y luego se unió: “¡Claro que se pudo!”. 

Enseguida, se atribuyó haber hecho historia en el país por segunda vez consecutiva. Sobre la primera, recordó que venció al bipartidismo y luego consiguió el control de la Asamblea para expulsar —bajo amenazas— a los magistrados de la Sala de lo Constitucional e imponer en su lugar a abogados afines al oficialismo. Ese mismo poder legislativo le sirvió para quitar, por la fuerza, al fiscal que ya tenía en sus manos, al menos, 12 casos de corrupción en contra de su gobierno que la extinta Comisión Internacional contra la Corrupción e Impunidad de El Salvador (CICIES) había investigado. 

“Y si el pueblo salvadoreño quiere esto, ¿por qué va a venir un periodista español a decirme lo que lo que los salvadoreños tenemos que hacer? ¿De qué democracia hablan? Él (el periodista) habla de la democracia que le dicen sus jefes”, dijo Bukele, desde el balcón, contra el corresponsal del periódico El País de España que había venido para cubrir las elecciones.

Nayib Bukele y su esposa Gabriela en el balcón del Palacio Nacional. Foto/Bladimir Nolasco

Los datos matan el relato del balcón

En los meses anteriores a las elecciones, Bukele mantuvo un perfil bajo, casi como si hubiera desaparecido. No salió a hacer campaña electoral, no hizo ningún evento para presentar su plan de gobierno ―de hecho, ni siquiera presentó ni una sola propuesta―, no concedió una sola entrevista para medios independientes y no participó ni promovió ningún debate presidencial. Sin embargo, se mantuvo presente en la millonaria publicidad del gobierno y en sus redes sociales, desde donde insistió en utilizar varias veces la frase “el dato mata relato” para referirse a lo que él denomina sus logros en el quinquenio. 

La aparición en el balcón representó para sus seguidores la única oportunidad que tuvieron de estar en un mitin relacionado con las elecciones. Y como en cualquier mitin, el político hace afirmaciones y su público aplaude sin cuestionar. 

Una de las afirmaciones que hizo Bukele aquella noche, desde el balcón, fue que El Salvador se convirtió en el país más seguro del hemisferio occidental bajo su presidencia. Lo declaró, no para sus fanáticos que gritaban eufóricos abajo en la plaza, sino para que lo escucharan los periodistas, los organismos de derechos humanos y sus críticos. Pero como “el dato mata relato”, lo que omitió decir es que para bajar la tasa de homicidios tuvo que negociar una paz mafiosa con las pandillas, según reveló el periodismo salvadoreño y los registros de las autoridades estadounidenses en el caso que tienen contra Elmer Canales Rivera, alias “Crook”, uno de los líderes más poderosos de la Mara Salvatrucha (MS-13). 

La investigación estadounidense evidencia que el “Crook” no sólo fue liberado ilegalmente de la cárcel de máxima seguridad por orden del Gobierno de Bukele, cuando aún tenía una condena pendiente, sino que también recibió un arma de fuego y ayuda de funcionarios para escapar de El Salvador y evadir la solicitud de extradición que el país norteamericano había enviado. Cuando esta información fue del dominio público, el periodismo reveló que el Gobierno de Bukele intentó recapturar al “Crook” en México antes de las elecciones y para hacerlo estuvo dispuesto a pagar un millón de dólares al Cártel Jalisco Nueva Generación, la estructura de narcotráfico más peligrosa de ese país. Los planes se frustraron cuando las autoridades estadounidenses lo encontraron primero.

“Yo les digo a los periodistas que nos acompañan esta noche, aquí en el país más seguro del hemisferio occidental, el pueblo salvadoreño ha hablado. No me crean a mí, yo solo soy un político. Creánle al pueblo salvadoreño que se los está diciendo aquí en esta plaza, en todas las encuestas nacionales e internacionales y por si no lo creían se los dijo hoy en las elecciones. El pueblo salvadoreño habló, no solo fuerte y claro, sino que habló de la manera más contundente en toda la historia de la democracia en el mundo entero. Si eso no los convence señores periodistas, señores de las oenegés, de los organismos internacionales, de la ONU, de la OEA. Si eso no los convence, nada los va a convencer. El pueblo salvadoreño dijo: ‘¡Queremos continuar el camino que llevamos!’”, afirmó, mientras abajo todos volvían a gritar con fervor: “¡Bukele!, ¡Bukele!”.

Seguir el mismo camino implica, según explicó desde el balcón, mantener vigente el régimen de excepción que solo ha sido posible gracias a que el oficialismo domina la Asamblea Legislativa y no tiene que debatir con nadie las órdenes que le llegan desde la Presidencia de la República.

“¿Se imaginan lograr ese consenso en la Asamblea anterior, con los maletines negros? Nos hubiera costado todo el Tesoro Nacional pagando a esos diputados ladrones para que votaran por lo que necesitaba el pueblo y capaz ni aun así votaban por eso”, aseveró. 

Lo que excluyó decir es que el régimen también ha sido una herramienta de persecución y amenaza en contra de gremiales, sindicatos, comunidades organizadas, líderes religiosos, periodistas, exfuncionarios de gobiernos anteriores y que hay miles de denuncias de capturas arbitrarias, torturas y hasta muertes de personas inocentes en las cárceles bajo la tutela del Estado.

La multitud que aclamaba a Bukele abajo, en la Plaza Cívica, celebró que Bukele ganó las elecciones sin tener resultados oficiales y en clara violación a la Constitución. Fotos/Bladimir Nolasco

Desde el balcón, y teniendo a su costado derecho la nueva e iluminada Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), donada por el gobierno chino, Bukele dijo que no pide nada a otros países, ni su dinero, ni donaciones ni ayuda internacional. 

“No les pedimos nada, lo único que les pedimos es respeto. Nada más. Nosotros los respetamos a ustedes, respetamos su monarquía hereditaria, pero ustedes están en la obligación de respetarnos a nosotros. El Salvador quiere hacer comercio con todos, quiere que todos vengan a visitarnos, queremos ser sus amigos, sus aliados, sus socios, lo que no vamos a ser es sus lacayos”, espetó.

Haciendo las veces de un maestro, aunque según sus docentes fue un estudiante promedio y nunca terminó una carrera universitaria, explicó lo básico: que la palabra democracia se formó de dos palabras griegas, “demos” que significa “pueblo” y “kratos” que se traduce como “poder” y que juntas significan “poder del pueblo”. Para cerrar su clase afirmó: “La democracia es que los salvadoreños decidimos cómo los salvadoreños nos queremos autogobernar”.

Bukele explica lo que para él es democracia. Foto/Bladimir Nolasco

El sermón del balcón

Antes de despedirse, y como si el balcón sirviera de púlpito o se asemejara al monte que ocupó algún profeta para hablar desde lo alto con su pueblo acerca de Dios, el dictador aseguró que los resultados de las elecciones fueron un milagro.

“Ahora que nos vieron hacer un milagro, la verdad es que hay que darle la gloria a Dios. Porque, qué somos nosotros, sino herramientas de Dios. Y Dios quiso sanar nuestro país y lo sanó a través de un pueblo unido”, exclamó. 

Luego, con una retórica populista, volvió a arremeter en contra de los periodistas asegurando que hasta la creencia en Dios le quieren quitar a la gente.

“Ya veo los titulares diciendo: ‘Bukele menciona a Dios y el país debe ser laico’. Es que hasta eso nos quieren imponer, que seamos ateos (...) Déjennos creer en Dios y déjennos darle la gloria si así lo queremos. ¿En qué les molesta, en qué les afecta?”, soltó. 

 Para rematar y metido en su papel profeta, el dictador auguró desde el balcón: “En nuestros próximos cinco años, esperen a ver lo que vamos a hacer”. Y de pronto, volvió a sonar la canción de R.E.M.: “Es el fin del mundo tal como lo conocemos (y me siento bien)”.  

En el círculo cercano de Bukele, que lo acompañó esa noche, está la canciller Alexandra Hill Tinoco. Foto/Bladimir Nolasco