
Octubre 17, 2025
Periodista y comunicador social.
Johan Cruyff, aquel mítico exfutbolista y revolucionario entrenador, alguna vez dijo: “Jugar al fútbol es sencillo, pero jugar un fútbol sencillo es lo más difícil que hay”. Esta frase, tan esparcida en el mundo del fútbol, quizá habría sido diferente si el neerlandés hubiera visto jugar a la Selección Mayor de Fútbol de El Salvador. Unos minutos le habrían bastado para darse cuenta de que a los jugadores salvadoreños el fútbol está lejos de resultarles fácil. Este deporte no les fluye; al contrario, se les atraganta.
La evidencia más reciente son los partidos que ha disputado la Selecta en la fase final de la eliminatoria rumbo a la Copa del Mundo de 2026: cuatro jornadas en las que El Salvador suma una victoria, que no fue más que un espejismo, y tres derrotas.
Aquel 4 de septiembre, cuando ganaron por la mínima ante Guatemala en el estadio Cementos Progreso, la afición salvadoreña se ilusionó de nuevo con la posibilidad de clasificar a un Mundial tras 44 años de espera. Movidos solo por la pasión, obviaron que la Selecta no demostró ni propuso un plan de juego convincente. La única “idea” fue mandar pelotazos al delantero de 1.86 metros de estatura, Brayan Gil, y encerrarse atrás con una línea de cinco defensores, como si se enfrentaran a una potencia futbolística llena de grandes figuras.
Por tratarse de un partido en condición de visitante, ese planteamiento podía llegar a entenderse, más allá de lo poco vistoso y desesperante que resultó. Muchos —y me incluyo— pensamos que el escenario sería diferente en los siguientes tres partidos, principalmente porque la Selecta jugaría de local y contaría con el aliento de miles de aficionados con el pecho lleno de ilusión.
Sin embargo, el guion fue el mismo. El director técnico de la selección, Hernán “Bolillo” Gómez, no cambió su estrategia y, ante Surinam, los jugadores mostraron nuevamente sus carencias y su bajo nivel futbolístico. El resultado fue una derrota dolorosa con marcador de 1-2. Y esto fue solo un pequeño adelanto de la catástrofe que se viviría un mes después.
A pesar de ese tropiezo, el cuerpo técnico y los jugadores hicieron un llamado a la calma, asegurando que el boleto al Mundial aún era posible y que, para los próximos partidos en casa, el apoyo de la afición sería crucial. La campaña mediática fue tal que, incluso, las autoridades deportivas salvadoreñas presionaron para que un concierto que se realizaría en el Estadio Cuscatlán —y que obligaría a la Selecta a jugar en otro recinto— se trasladara hacia otro lugar.
De nada sirvió ese cambio. La Selecta recibió a Panamá en un estadio Cuscatlán casi al tope de su capacidad, pero el fútbol simplemente no volvió a aparecer. Los gritos y cánticos de la afición fueron estériles porque en el terreno de juego reinó la desesperación, la falta de ritmo y el desconcierto de un equipo que por momentos parecía no saber a qué juega. Con esos ingredientes, una nueva derrota no fue sorpresa: 0-1 contra la selección canalera, y el sueño mundialista comenzaba a disiparse, aunque el revés más doloroso estaría por llegar.
El pasado 14 de octubre, la Selecta se enfrentó a Guatemala y, con el antecedente de la victoria aún fresco, en el ambiente se respiraban remanentes de optimismo. El “Bolillo” realizó algunas modificaciones en la alineación titular que invitaban a creer en un equipo más ofensivo que llegaría constantemente a la portería resguardada por Nicholas Hagen, portero guatemalteco.
Ilusionaba, principalmente, la titularidad de Nathan Ordaz, uno de los pocos jugadores que sí hace ver el fútbol como algo sencillo. De hecho, de sus botines nacieron las dos acciones de mayor peligro del primer tiempo: un tiro cruzado que alcanzó a desviar Hagen y un tiro libre que terminó en el cabezazo de Ronald Rodríguez que impactó en el travesaño.
Sin un juego deslumbrante, la Selecta se fue al descanso con la sensación de que podía sacar la victoria. Sin embargo, apenas 40 segundos después de iniciado el segundo tiempo, llegó el gol de Guatemala por medio de Óscar Santis. Un baldazo de agua fría. Una parte del Cuscatlán enmudeció; otro sector, destinado para un amplio grupo de aficionados guatemaltecos, gritó el gol con todas sus fuerzas.
Desde ese momento, la Selecta se fue en picada. Los jugadores fueron incapaces de entender qué les pedía el partido y la desesperación se apoderó de ellos, dando como resultado a delanteros sin desborde, un mediocampo partido y desordenado, y una defensa temerosa a alejarse de su área para intentar sumar elementos en campo contrario. Como única respuesta, recurrieron nuevamente al pelotazo largo buscando a Brayan Gil. Las sustituciones del “Bolillo” también llegaron tarde y solamente Rafa Tejada dio frescura al equipo.
Así transcurrieron los minutos hasta el pitido final y la Selecta no reaccionó, lo que no es nuevo, pero que demuestra que pasan los años y no hay cambios en actitud y mucho menos en fútbol, ese que nuestros jugadores hacen ver como una tarea extremadamente difícil de realizar.
En estos partidos, ni siquiera el Cuscatlán fue protagonista, no pesó ni influyó en el juego. Incluso, Panamá fue capaz de romper con su sequía de no haber ganado nunca por eliminatorias mundialistas en el “Cusca”. Poco se puede esperar de una selección que no sacó nada de provecho de su localía y que ahora deberá jugar sus últimas cartas de visita.
No estaría de más que el “Bolillo” arriesgara un poco, de todos modos, no hay otra alternativa. Es entendible que cada entrenador tenga un sistema favorito de juego. También se entiende que la selección pueda jugar a la defensiva si se enfrenta a rivales claramente superiores, pero me resulta inadmisible que se juegue de esta manera ante rivales de características y niveles similares. Si contra estas selecciones se juega así, ¿con quiénes podrá la Selecta mostrar un fútbol ofensivo y ser la que someta y domine al rival?
Sin duda la derrota contra Guatemala ha hecho mucho daño porque dinamitó casi por completo las esperanzas de clasificar al Mundial.
Lo ocurrido no es completa responsabilidad de los jugadores. Sus limitaciones físicas y técnicas son, en buena parte, consecuencia de un sistema paupérrimo que nunca se ha preocupado por darles las herramientas suficientes para desarrollarse. Ha sido así por décadas, y por eso los deplorables resultados obtenidos en eliminatorias mundialistas y en Copa Oro.
Tras el partido contra Guatemala, el “Bolillo” dijo una verdad: “El problema viene muy de fondo y hay que empezar a solucionarlo para poder tener una selección más fresca”. Se ha insistido durante mucho tiempo que el problema es estructural, pero hasta la fecha no ha habido cambios sustanciales que permitan visualizar un proyecto ganador, o al menos competitivo, a mediano o largo plazo.
De hecho, los múltiples indicios de corrupción registrados en este siglo en la Federación Salvadoreña de Fútbol (FESFUT) son el reflejo perfecto de lo manchado que está este deporte a nivel nacional. Se anteponen los intereses de los dirigentes, quienes ven en el fútbol la oportunidad de hacer el negocio de sus vidas, por encima de las necesidades de los jugadores de las distintas categorías.
Para los dirigentes, la única “solución” con respecto a la Selecta ha sido cambiar de director técnico cuando las cosas se complican. Eso explica por qué el combinado nacional ha tenido nueve entrenadores diferentes en la última década. Algunos apenas completaron un año al frente de la selección, mientras que otros, solo unos meses.
El problema no es solo con la Federación Salvadoreña de Fútbol (FESFUT), sino también con la Primera División. Defendida por muchos, quizá por nostalgia o por ser uno de los pocos espacios en el país que les permite disfrutar de su pasión cada fin de semana, es una liga que sigue bastante lejos del profesionalismo. El formato del torneo está pensado exclusivamente para que los equipos subsistan, pero no para premiar la constancia ni el esfuerzo de los jugadores. Y ni hablar del estado de las canchas, en las que resulta imposible practicar un fútbol vistoso, de toque, de control absoluto o, como dijo Cruyff, un fútbol sencillo.
La mayoría de jugadores salvadoreños han tenido que hacer su carrera en estas condiciones adversas. Quienes lograron dar el salto a ligas extranjeras, sobre todo de primera categoría, se toparon con otra realidad: proyectos futbolísticos maduros y estructuras sólidas de trabajo.
Mientras tanto, la Selecta vuelve a estar en la misma situación que en las últimas cuatro décadas: cerca de ver el Mundial por televisión y bastante lejos de lograr, por lo menos, que el fútbol les resulte sencillo.