Foto/Emerson Flores
—Relato—
Han pasado 29 años desde que Herber M. supo que no volvería a tomar un fusil. La firma de los Acuerdos de Paz en 1992 apagó, de una vez, las armas de la Policía de Hacienda, la Guardia Nacional, los cuerpos paramilitares y la guerrilla. Pero a veces, en la soledad y el silencio de la noche, todavía escucha las detonaciones de aquella época bélica. Y luego viene el insomnio.
Ahora, Herber tiene 63 años y ya no es necesario esconderse, pero “la costumbre se queda”. Tiene una mascarilla para protegerse de la COVID-19, una gorra y lentes de sol, aunque, este sábado 16 de enero de 2021, está bajo la sombra de un árbol. Casi no sale de su casa, pero esta vez lo hizo para sanar y por consejo del psicólogo.
“Mi psicólogo me dijo que es bueno, sabe. Llegar a los lugares, como una terapia para resolverse uno mismo. Pero a esta edad todavía no lo he resuelto”, afirma, frente al Monumento a la Memoria y la Verdad, ubicado en el Parque Cuscatlán de San Salvador, donde un grupo de unos 50 jóvenes, convocados por el Colectivo Salvadoreñxs Construyendo Memoria, conmemoran la firma de los Acuerdos de Paz.
Este año es el vigésimo noveno aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, que pusieron fin a 12 años de conflicto armado. En ese tiempo, más de 75 mil personas fueron asesinadas y otras 8 mil continúan desaparecidas, según documentó la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Comisión de la Verdad “de la Locura a la Esperanza” de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Para Herber, sin embargo, la guerra inició en la década de los 70. Tenía solo 14 años cuando empezó a cuestionarse por qué en las elecciones de El Salvador nunca le daban la victoria a quien ganaba. Su padre, asegura, fue candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 1982, y aunque insistió 10 años en participar y enfrentar el fraude, nunca ganó.
Fue hasta 1984 cuando llegó al poder finalmente José Napoleón Duarte, fundador del PDC. “Pero la represión seguía. Entonces yo creí que la política no era la solución, la política partidaria. Ahí fue cuando ingresé al MERS (Movimiento Estudiantil Revolucionario Salvadoreño), en ese momento era la única alternativa. (…) Vimos que era necesaria otra clase de lucha”, afirma
—Si ustedes no hubieran tomado las armas en ese momento, ¿algo sería diferente hoy?—pregunta GatoEncerrado.
—No, se habría puesto peor, por la represión. Las armas se tomaron por autodefensa en ese entonces. Las manifestaciones, como empezó todo, andaban armadas y aún así habían masacres, pues. Hoy dicen que (todo) inició en el 80, pero en mi memoria eso viene desde el 72, unas grandes masacres que había. Los movimientos campesinos organizados de Morazán…
Herber debe hacer una pausa. Algunas lágrimas le quiebran la voz y prefiere guardar silencio unos segundos. “Todavía oigo los disparos a veces. No me pueden decir que fue una farsa”, susurra, entre la cólera y la tristeza. Se toma un tiempo para seguir contestando. “Uno tiene que trabajar en eso”, dice, al retomar la conversación y tratar de componerse. Escuchar que el presidente de la República, Nayib Bukele, califique la guerra y los Acuerdos de Paz como una farsa es, cuando menos, “indignante”, añade.
“La guerra fue una farsa. Mataron más de 75 mil personas entre los dos bandos –incluyendo los mil de El Mozote- y fue una farsa como los Acuerdos de Paz”, aseguró el presidente el 17 de diciembre de 2020, en el caserío El Mozote, Morazán, donde ocurrió una de las masacres de crueles de Latinoamérica. Al deshonrar los acuerdos, anticipó el rechazo de la oposición y recalcó “sí, los mancillo porque fueron una farsa, una negociación entre dos cúpulas o ¿qué beneficio le trajo los Acuerdos de Paz al pueblo salvadoreño? Si los Acuerdos de Paz fueron tan buenos, ¿por qué no trajeron ningún beneficio para el pueblo? ¡Ah, que se acabó la guerra! ¿Cuál guerra se acabó? 25 homicidios diarios hubo luego de la firma de los Acuerdos de Paz. La gente decía ‘se acabó la guerra’ y empezó la delincuencia”.
A pesar de lo que el presidente afirma, Heber es un sobreviviente. Aún recuerda, por ejemplo, las noches cuando regresaba a su casa y fingía entrar para irse por otra vereda, a esconderse a las montañas. Recuerda que una de esas noches de guinda (en salvadoreño: huida a toda prisa), se enteró de que su hogar fue ametrallado, con sus padres en el interior y el alivio que sintió cuando supo que ellos estaban a salvo, y al mismo tiempo el miedo. Miedo de estar expuesto, de haberlos dejado descubiertos, de que las balas regresaran.
Los Acuerdos de Paz, dice, se llevaron parte de ese temor.
En junio de 1989, el expresidente Alfredo Cristiani asumió la presidencia y anunció la prioridad de su gobierno: negociar la paz. Él fue el primer presidente de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), partido fundado por el mayor Roberto d’Aubuisson, líder de los escuadrones de la muerte. Buscar la paz ocasionó que lo tacharan de “traidor” en los círculos de ultraderecha.
“La paz en El Salvador será para siempre. La violencia está erradicada”, dijo Cristiani el 16 de enero de 1992, en la Plaza Libertad, durante la celebración oficial de la firma de la paz.
La violencia, sin embargo, siguió, aunque con una expresión diferente y con origen en el conflicto armado. “Y en eso tienen razón, pues, no vivimos en paz. Porque hay cosas que no cambiaron, la cúpula del partido FMLN abandonó a la gente de las bases y se beneficiaron unos pocos después. Hay cosas que no se pueden negar”, medita Herber. “Pero esas son las decisiones de la gente dentro de un partido. No se puede deslegitimar la lucha de todos por unos pocos oportunistas”, concluye.
Este 16 de enero de 2021, a casi 30 años de haber dejado las armas, el excombatiente teme que las opciones políticas se agoten de nuevo. “En 40 años, los que están jóvenes ahora podrían estar como yo. Contando las historias de una guerra”, asegura.
El rechazo a la etiqueta de “farsa” despertó a la generación de la paz, los nacidos después de 1992, hijos de los asesinados, torturados, desaparecidos y a los veteranos y excombatientes que lo vivieron. Más de 100 académicos y líderes de organizaciones civiles reclamaron a Bukele su deber como presidente de honrar la memoria histórica; y se pronunciaron, además, instituciones nacidas de los Acuerdos de Paz, como la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) y el Tribunal Supremo Electoral (TSE); así como la Fiscalía General de la República (FGR), la Asamblea Legislativa y a nivel internacional las Naciones Unidas.
El titular de la PDDH, Apolonio Tobar, afirmó que “la guerra y los Acuerdos de Paz no fueron una farsa, y que afirmarlo es una falta de respeto a las víctimas y sus familiares”.
Desde el 11 de enero, además, las historias de sobrevivientes de la guerra y familiares de víctimas invadieron las redes sociales con la etiqueta #ProhibidoOlvidarSV. El hashtag marcó, entre tuits y retuits, más de 24,700 interacciones. Mario Gómez, un desarrollador fundador del Hackerspace de El Salvador, dio seguimiento a la tendencia, en la que se compartieron más de 6 mil historias.
Bukele trató de apropiarse de la tendencia el 13 de enero, durante el vigésimo aniversario del terremoto que provocó un deslave en Las Colinas, Santa Tecla. Quiso cambiar el sentido para que quede prohibido olvidar la corrupción del partido Arena durante la tragedia, cuando se desviaron fondos de Taiwán para las víctimas de la tragedia. No lo logró.
El presidente reculó. “Destapar la farsa de los ‘Acuerdos de Paz’ no es negar a las víctimas, al contrario. Nuestro país debe dejar de celebrar la firma de un pacto de corruptos y empezar a conmemorar a las víctimas del conflicto armado. De ahora en adelante, el 16 de enero será el Día de las víctimas del conflicto armado”, aseguró en Twitter, como dictando un decreto.
“Sus asesinos deben dejar de ser glorificados”, remató. El presidente, sin embargo, se resiste a dar acceso a los archivos militares que prometió abrir ‘de la A a la Z’ para asegurar justicia a sus víctimas.
En El Salvador ya existía un día para conmemorar a las víctimas del conflicto: el 24 de marzo. Ese día, en 1980, se perpetró el magnicidio en contra de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, y es, por decreto legislativo, el día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y la dignidad de las víctimas.
En ausencia de un acto oficial, las organizaciones civiles se adueñaron de la celebración de la paz. Entre ellos, los jóvenes del Parque Cuscatlán, la Coordinadora Salvadoreña de Movimientos Populares frente al Estado Mayor Conjunto (EMC), los veteranos de la Fuerza Armada y excombatientes del FMLN en el centro de San Salvador, las organizaciones de derechos humanos en El Mozote y los peregrinos de la parroquia San Fernando, en Chalatenango, que protestaron contra la militarización de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) al norte del país.
“No me extraña que la gente se reúna, la lucha es de todos”, asegura Herber.