Opinión

Inverosímil

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Ricardo Castaneda Ancheta

Economista salvadoreño graduado de la Universidad de El Salvador. Posee un máster en Gobierno y Gestión Pública en América Latina de la Universidad Pompeu Fabra/IDEC Barcelona y una maestría en Política Mediática, Mapas y Herramientas de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor universitario. Autor de múltiples investigaciones sobre política fiscal, niñez y adolescencia, desarrollo rural, pobreza y desigualdad. Actualmente es economista sénior y coordinador de país para El Salvador y Honduras del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi).

Las consecuencias económicas y financieras ya se empiezan a notar y muy pronto se pueden agravar si el escenario no cambia. Cualquier político maduro e inteligente prestaría muchísima atención a lo que han provocado, incluyendo las históricas marchas del 15 de septiembre, no por el número de personas sino por la diversidad que hubo.

Por Ricardo Castaneda Ancheta*

Para muchos, especialmente las generaciones de la posguerra, es inverosímil que dar tu opinión técnica pueda provocar que un día lleguen a capturarte las fuerzas del Estado como sucedió con Mario Gómez un especialista en informática y, sobre todo es inverosímil lo que le tocó vivir a Elena de Gómez, su madre. También es inverosímil que se usen montajes desde cuentas oficiales, incluyendo la del presidente de la República para atacar a la prensa como sucedió con William Gómez, directivo de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES). Asimismo, es inverosímil que la Policía Militar llegue a acosar a un juez, como sucedió con Juan Antonio Durán. 

Es inverosímil que los empleados públicos tengan temor de hacer su trabajo correctamente, porque eso puede incomodar a alguien y por lo tanto eso implique el despido. Es inverosímil que el debate político se haya sustituido por insultos, que en algunos casos incluso deben ser leídos porque hay políticos que pareciera que no son capaces de articular su propia opinión sin antes recibir una orden. 

Es inverosímil que un presidente tenga más tiempo para fungir como el soporte estrella del servicio al cliente de una empresa privada, literalmente, que para hablar de políticas públicas o para rendir cuentas, incluyendo el uso del dinero público. 

Es inverosímil que mientras la mitad de la población haya estado en inseguridad alimentaria, es decir que no haya comido lo suficiente o, incluso, no haya comido alimentos comprados con recursos públicos, estos se hayan usado para cometer actos de corrupción. 

Es inverosímil que, si un ciudadano exige rendición de cuentas o solo cuestiona una decisión gubernamental, inmediatamente se le llama oposición, enemigo, incluso terrorista desde quienes gobiernan. 

Nuestras generaciones teníamos que saber de estas cosas porque las leímos en los libros de historia no porque fuéramos nosotros quienes las escribiéramos. 

Nuestras generaciones tendríamos que estar concentradas en luchar contra el cambio climático, contra las injusticias sociales, no preocupados por las decisiones autoritarias que toma un grupo de personas, que entienden el poder como un fin, dispuestos a quemar todos los barcos si es necesario y no como un medio para resolver los problemas de las personas.  

Esto va más allá de si usted tiene simpatía o no con un partido político u otro. Esto va de humanismo. No sé si desde quienes tienen el poder han dimensionado lo que han provocado, pero también lo que han perdido. Hasta ahora, han perdido la oportunidad de construir, a través del diálogo democrático, verdaderos planes de desarrollo que permitan avanzar hacia un Estado donde no sobre nadie. 

Han perdido la oportunidad de ser un ejemplo para el mundo, donde más allá de la ideología que cada quien tenga es posible encontrar acuerdos de país, por el bien de las grandes mayorías.  Han perdido la oportunidad de construir un modelo económico diferente, uno que respeta y protege el medio ambiente, pero también que asegura que todas las personas tienen un mínimo de bienestar. 

Han perdido la oportunidad de construir una administración pública basada en méritos, con personas altamente calificadas en sus puestos, que entienden que la rendición de cuentas y la obtención de resultados son intrínsecos al ser empleados financiados con impuestos que provienen de toda la población. 

Pero también han perdido la oportunidad de avanzar hacia una reforma fiscal integral que asegure no solo la sostenibilidad sino la suficiencia, que permita financiar los derechos de toda la población independientemente donde viva, la edad que tenga o el género al que pertenezca. 

Para algunos esto puede parecer sin importancia, pero las consecuencias económicas y financieras ya se empiezan a notar y muy pronto se pueden agravar si el escenario no cambia. Cualquier político maduro e inteligente prestaría muchísima atención a lo que han provocado, incluyendo las históricas marchas del 15 de septiembre, no por el número de personas sino por la diversidad que hubo. 

El gobierno tiene la opción de acelerar un proyecto político autocrático, creyéndose que cuenta con las suficientes herramientas para lograrlo o hacer lo que no ha hecho hasta ahora: corregir. Por primera vez se encuentra en un escenario que no esperaba. La propaganda no es suficiente para gobernar. En los planes del presidente Bukele seguramente estaba llegar al bicentenario como el próximo Morazán, pero solo le alcanzó para llegar como el alumno adelantado de Ortega. ¿inverosímil? Ya no. 

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Ricardo Castaneda Ancheta

Economista salvadoreño graduado de la Universidad de El Salvador. Posee un máster en Gobierno y Gestión Pública en América Latina de la Universidad Pompeu Fabra/IDEC Barcelona y una maestría en Política Mediática, Mapas y Herramientas de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor universitario. Autor de múltiples investigaciones sobre política fiscal, niñez y adolescencia, desarrollo rural, pobreza y desigualdad. Actualmente es economista sénior y coordinador de país para El Salvador y Honduras del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi).

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