El Diablo viste de policía

Ilustración/ Patricia Urbina

Elías no tenía nada de lo que El Diablo buscaba durante aquel crepúsculo de 2022: algo que lo vinculara a pandillas. Pero ese agente policial era portador de la más poderosa arma que pueda tener en estos días un uniformado en El Salvador: el régimen de excepción. La conducta de El Diablo retrata el extremo al que pueden llegar el abuso, la violencia y la ilegalidad cometidas contra personas inocentes por parte de quienes con placa de policías olvidaron su deber de prevenir y combatir el delito y hoy creen tener licencia para cometerlo.

Por Karla Arévalo | Febrero 21, 2024

Edición Ricardo Vaquerano

El sol comenzaba a esconderse el viernes 15 de julio de 2022 cuando Elías volvía a su casa luego de 12 horas de trabajo en un restaurante de comida rápida en las afueras del Área Metropolitana de San Salvador. La motocicleta que había comenzado a pagar un par de meses antes iba rengueando por una calle rural que lo llevaba a un cantón a solo 8 kilómetros al sur de la capital salvadoreña. Elías zigzagueaba y alternaba acelerones con frenazos para esquivar los cráteres de aquellas ruinas de pavimento. El joven de 24 años se conducía con la tranquilidad de quien nada debe, pero poco después de pasar por debajo del arco que saluda “Bienvenidos a Nazareth” se inquietó cuando a un lado del camino distinguió una silueta que levantó la mano para ordenarle alto. Era El Diablo vestido de azul oscuro y le acompañaban otras dos siluetas que vestían de verde olivo.

 Aquel trío estaba ahí oficialmente dedicado a buscar tatuajes, armas de fuego o un documento único de identidad (dui) que delatara un pasado pandilleril de aquellas personas a quienes retuviera. Extraoficialmente también cabía la posibilidad de que solo buscara llenar la cuota de capturas que el gobierno del presidente Nayib Bukele ha estado exigiendo a la Policía Nacional Civil desde cuando inició el régimen de excepción en marzo de 2022, sin importar si la persona a quien se detiene es pandillera o no. El Diablo y sus acompañantes tenían su retén en un territorio disputado históricamente por la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 y, dada la intensa actividad de pandillas en la zona, aquel era quizás un buen punto donde intentar pescar algún “terrorista”.

El punto donde El Diablo retuvo a Elías, en el cantón Nazareth, de Huizúcar. Foto/Karla Arévalo

La primera parte de la inspección policial terminó sin novedad: Elías no tenía tatuajes alusivos a pandillas y su número de dui no llevaba a ningún historial delictivo por el que detenerle. Todo parecía ir bien hasta que El Diablo comentó que le parecía sospechoso que uno de los dos celulares de Elías estuviera descargado. Ese fue todo el motivo por el que decidió que se lo decomisaría y le prometió devolverlo después de que lo revisara y constatara que el teléfono no contenía información incriminatoria. Elías no estuvo de acuerdo, pero sabía que en esos días abundaban los agentes arbitrarios que por menos que el reclamo de un celular podían enviar a prisión a cualquiera. Y aunque Elías se sintió robado, pensó que por lo menos podría continuar su camino a casa. Y eso hizo.

Al siguiente día, Elías denunció ante la Policía Nacional Civil a El Diablo por hurto agravado. No tenía cómo saber que acudir ante la institución responsable de prevenir y combatir el delito supondría para él no solo el fin de su tranquilidad, sino también su destierro. Porque El Diablo, furioso, llegaría un día después a anunciar a la madre de Elías su propósito de acosarles y amenazarles a tal punto que el joven no tendría alternativa: “Se va a tener que ir a la mierda de aquí”, sentenciaría.

El cantón Nazareth es casi invisible entre las colinas cubiertas de bosque de cafetal en el municipio de Huizúcar y tiene una riqueza hídrica que codician quienes levantan decenas de residenciales y centros comerciales en los municipios vecinos. En Nazareth no faltan el agua ni la energía eléctrica, pero conseguir señal de internet o de teléfono es poco menos que un milagro. 

Al hacer una búsqueda en Google del “cantón Nazareth”, la información de los últimos diez años es mayormente sobre extorsiones, desapariciones, desplazamiento forzado, asesinatos y pandillas…

En la alcaldía de Huizúcar nadie sabe decir con certeza cuántas personas habitan el lugar. En palabras de los nazarenos, es un lugar que solo le importa a quienes viven ahí y que hoy, con el régimen de excepción, la amenaza a la vida de sus habitantes sólo cambió de bando: migró de las pandillas hacia los uniformados. 

Elías es quizá el típico joven que porta injustamente el estigma del potencial pandillero. Y para los criterios de El Diablo, Elías no puede ser otra cosa que pandillero: tiene 24 años, con el agravante de que porta dos celulares. Y con un agravante más: uno de los celulares está descargado. Elías carece de tatuajes, de un talante violento o iracundo y de un perfil en la Policía Nacional Civil que lo identifique como pandillero o simpatizante de pandillas. Y ahora, dos días después del encuentro en la calle, Elías vuelve a escuchar la voz de El Diablo:

Dígale que salga, si no, yo lo voy a tener bien taloneado y se va a tener que ir a la mierda de aquí.

La amenaza la recibe en su casa la madre de Elías la tarde del 17 de julio de 2022 de boca del agente José Roberto Amaya Zelaya, a quien algunos habitantes de la comunidad apodaron El Diablo porque lo consideran perverso y abusivo. La madre de Elías ha salido a tratar de contener aquel torrente violento vestido de policía y se para en el vano de la puerta de su casa, como si fuera una barricada de carne y huesos, desafiante, confiada en que la ley que aquel hombre debería cumplir y hacer cumplir está del lado de su hijo y de ella.

El agente reclama que Elías lo haya denunciado por haberse llevado arbitrariamente su teléfono celular. Y como la mujer resiste, El Diablo, pistola a la cintura, decide mostrarle el arma más poderosa que un agente policial inescrupuloso porta en estos días de régimen de excepción: si el joven no sale escribirá un perfil con información falsa para presentar a su hijo como pandillero y capturarle.

El vecindario semirrural donde vivía Elías. Foto/Karla Arévalo

La amenaza

La comitiva que busca a Elías el 17 de julio es la misma con la que se halló el día del retén: El Diablo y dos soldados que se transportan en una todoterreno que ahora está aparcada en la calle. El Diablo detuvo la marcha del vehículo frente al sendero que lleva hasta la casa de Elías y caminó un par de metros entre piedras. Aunque los perros alertaron sobre la presencia desconocida, El Diablo se metió a la fuerza como si aquella propiedad le perteneciera o como si llevara orden judicial de allanamiento y se encaminó entre alambres de púas y tablones. 

Con la alerta de los perros, quien salió a ver qué pasaba fue la madre de Elías y de inmediato comprendió lo que pasaba.

Dígale a su hijo que salga -le insiste, y la mujer, que teme una captura arbitraria, le responde que no.

La madre de Elías refuerza la barricada humana con un sillón roto que alguna vez pensó para evitar el ingreso o salida de los perros. Ella sabe que su hijo denunció a un policía, y hoy es ese hombre garante del respeto de la ley quien viene a amenazarle. Como la amenaza de forzarlo a marcharse de Nazareth no da frutos, El Diablo, desafiado por la resistencia de la mujer, sube la apuesta:

Si no sale le voy a sacar perfil y lo voy a meter preso junto con todo y el teléfono le advierte.

Así explica El Diablo aquella potestad que algunos policías creen tener en medio de la atmósfera de suspensión de derechos ciudadanos y de estimulación de abusos policiales generada bajo la sombra del régimen de excepción.

“Sacarle perfil” a un ciudadano significa montarle un expediente policial con información falsa que hable de la pandilla o de la organización criminal a la que pertenece para así justificar su captura. Elías está a una nada de que El Diablo le cree esa biografía falsa.

El teléfono no se lo estoy robando, pero no se lo voy a dar mientras él no salga… 

El policía no piensa en otra cosa que no sea en lograr que Elías salga de su casa y ahora intenta persuadirlo con el anzuelo de recuperar el celular. Pero tiene que salir a traerlo él mismo, en este lugar solitario donde no hay cerca personas que puedan ayudarle a él o a su madre. 

Elías no saldrá. Sabe que salir significaría la cárcel y probablemente la muerte en prisión, pero aquel hombre uniformado es persistente. Elías no soporta la tensión y rompe en llanto oculto detrás de la puerta, recostado sobre el quicio.

Después de largos minutos de insistencia, El Diablo se resigna a que, por esta vez, su prepotencia no saldrá victoriosa, pero advierte con claridad que Elías no podrá vivir ahí nunca más.

Yo sé que lo voy a volver a ver… o si no, que se vaya a la mierda de aquí… 

El Diablo se dispone a marcharse cuando escucha a un Elías lloroso, quien ha tomado valor para desafiar aquella lógica perversa:

No me puede llevar porque yo no he hecho nada.

El Diablo sabe que Elías tiene razón, pero le expone inmediatamente cómo funciona un mecanismo plagado de arbitrariedades que, probablemente, sea el mismo gracias al cual el gobierno de Nayib Bukele ha apresado a uno de cada 100 habitantes de El Salvador en esta cruzada antiterrorista que para febrero de 2024 ya dura casi dos años y que para agosto de 2023 ya admitía el encierro de al menos 7 mil personas inocentes.

Si yo quiero, aunque no tenga perfil ahorita, yo lo meto preso, porque yo sé bien lo que hago.

Cuando dice que él sabe bien lo que hace, no está diciendo que hace lo correcto, sino lo que su capricho le ordena. Y añade unos detalles que sugieren que las piezas del sistema están diseñadas para que toda la ilegalidad funcione como una máquina eficiente:

Yo hago un informe dirigido al jefe de la DIC (División de Investigación Criminal) y él rápido, en el instante, me apoya. 

“Si no sale, tendrá que irse a la mierda”

Este es un resumen de lo que el agente José Roberto Amaya Zelaya dijo a la madre de Elías la tarde del 17 de julio de 2022. Por petición de las fuentes se ha recortado la voz de otra persona que intervino en este encuentro pero que no aparece en el relato.

Transcripción

El Diablo: Mejor te voy a hacer un perfil. Dígale que salga. Igual, si no, yo lo voy a tener taloneado y se va a tener que ir a la mierda de aquí. Vos sabés bien. 

 
Joven: Yo no he hecho nada.

El Diablo: Lo voy a meter preso junto con todo el teléfono. Lo voy a sacar el perfil primero. Yo sé todo lo que hago y si yo quiero, aunque él no tenga perfil ahorita, yo lo meto preso, porque yo soy bien lo que yo hago. Yo hago uniforme dirigido al jefe del DIC, que él rápido, en el instante me apoya. La forma de actuar de él no es la correcta. El teléfono no se lo estoy robando, pero no se lo voy a dar mientras él no salga. Y yo sé que lo voy a volver a ver, y sino que se vaya a la mierda. Porque yo sé que se va a ir a la mierda. Porque él sabe lo que tiene pendiente.

Esta especie de confesión fue demasiado para los oídos de Elías, porque ya para entonces se conocía un sinnúmero de denuncias ciudadanas de procedimientos arbitrarios de la PNC en nombre del régimen de excepción: un decreto legislativo modelado por el presidente Bukele que ha servido para amparar malos policías que usan a su antojo la ficha policial, que muchas veces no detalla pero sí señala la pertenencia de una persona a pandillas. 

La creación de las fichas policiales está a cargo de Inteligencia Policial con base en el expediente delictivo de las personas sospechosas, pero en días de régimen de excepción comenzaron a abundar fichas basadas únicamente en la apariencia de las personas o en el estado de ánimo de los agentes. Algunas ni siquiera tienen fecha de creación. En todo caso, ahora la Fiscalía incluye entrevistas con los policías captores como prueba. Esos policías que, como El Diablo, pueden ser los artífices de fichas sin sustento. 

Una gran parte del éxito del régimen de excepción descansa en esa metodología que le ha permitido a la Policía capturar a más de 75 mil personas acusadas, en su mayoría, de ese delito llamado agrupaciones ilícitas. En agosto de 2023, el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, reveló que hasta entonces 7 mil personas habían sido liberadas después de que el sistema concluyó que no había pruebas de vinculación con pandillas. Tácitamente el régimen admitió que tuvo encerradas durante meses a miles de personas inocentes acusadas de ser pandilleras. Si Elías no se hubiera resistido a las exigencias de El Diablo aquella tarde de julio de 2022, quizás no habría tenido la oportunidad de escoger el camino que al final tuvo que tomar: el exilio forzoso.  

El dilema en que el régimen de excepción ha puesto a miles de personas acosadas por policías y militares es que están obligadas a elegir entre dos desgracias: o ir presas sin ningún tipo de garantía legal o irse. Es decir, arriesgarse a terminar olvidadas y morir en las mazmorras de Bukele, o simplemente desarraigarse. 

Como han constatado tanto la prensa como organismos de derechos humanos, la sentencia contra una persona inocente que se tropieza con el régimen de excepción empieza en la calle, cuando se enfrenta al “juez de la calle”, el policía. Un apelativo acuñado por el director de la institución, Mauricio Arriaza Chicas, en febrero de 2023, para referirse a los agentes policiales.

Arriaza es un jefe policial cuyo trabajo no necesariamente se ha caracterizado porque ofrezca garantías de respeto a los derechos humanos o de imprimir corrección en el desempeño de las unidades bajo su mando. Por ejemplo, entre 2016 y 2018 estuvo bajo escrutinio como jefe de las Áreas Especializadas de la Policía, cuando varios de sus subordinados fueron señalados de integrar grupos de exterminio. Uno de los agentes del Grupo de Reacción Policial asesinó a una compañera agente, Carla Ayala, y varios de sus compañeros fueron procesados porque no hicieron nada por evitar el feminicidio o por detener al feminicida, o porque le facilitaron la huida.

Hasta el 31 de octubre de 2023, la organización defensora de derechos humanos Cristosal documentaba 5,495 abusos policiales desde marzo de 2022, cuando inició el régimen de excepción. Más de la mitad de esos casos eran capturas arbitrarias. 

El 14 de septiembre de 2023, un equipo de GatoEncerrado acudió al puesto policial de Huizúcar, al sur de San Salvador, para intentar conversar con el agente José Roberto Amaya Zelaya. Atendió el jefe del puesto. Cuando se le explicó el motivo de la visita, preguntó si esos “problemas en Nazareth” sobre los que este periódico quería cuestionar al agente policial se relacionaban con la ocasión en que El Diablo había estado preso. Una información nueva para el equipo periodístico, aunque el jefe no brindó detalles de ese caso. Luego explicó que ese día José Roberto Amaya Zelaya estaba en día libre, pero sí facilitó que el equipo pudiera comunicarse con el agente, por si este accedía a dar declaraciones.   

A raíz del caso del celular de Elías, El Diablo tiene una mancha en su expediente, según consta en la denuncia que está en la Unidad de Asuntos Internos de la Policía. 

La Unidad de Asuntos Internos pertenece a la Secretaría de Responsabilidad Profesional de la Dirección General de la Policía. De esta secretaría dependen también las unidades de Investigación Disciplinaria, Control y Derechos Humanos. Si un policía ha cometido una falta disciplinaria su caso es remitido a la Unidad de Investigación Disciplinaria, pero si el caso es de índole penal le corresponde investigarlo a la Unidad de Asuntos Internos en coordinación con la Fiscalía.  

Una fuente de la PNC aseguró a este medio que este caso llegó a la Fiscalía. GatoEncerrado preguntó a la oficina de la Fiscalía en Zaragoza por el caso de El Diablo, donde respondieron que no podían dar información. Lo que sí mencionaron es que el agente tiene ya varias denuncias por situaciones similares a la que denunció Elías.

Acta de denuncia del hecho ante la unidad de Asuntos Internos de la PNC.

En un intento por obtener información sobre el avance del caso contra El Diablo, GatoEncerrado hizo una visita y dos llamadas telefónicas al jefe de la Unidad de Patrimonio de la Fiscalía de La Libertad Sur, en Zaragoza, Ricardo Emilio Cruz, pero las tres gestiones fueron infructuosas.

Y hasta finales de 2023, El Diablo continuaba trabajando e inquietando a la comunidad de Nazareth.

El Diablo vuelve

 Transcurridos tres meses desde cuando el agente José Roberto Amaya Zelaya irrumpió en la vivienda de Elías y su madre, su acoso y amenazas continuaban. El Diablo es persistente. A mediados de octubre volvía a amenazar, pero esa vez ya no a Elías.

¿Ya vino tu hermano? —pregunta El Diablo a una joven mujer esta tarde del 15 de octubre de 2022.

El hermano por quien pregunta es Elías, y la mujer es Ana. Ana guarda silencio. 

¿No vas a hablar? Si no decís nada, a vos te vamos a llevar presa.

Ana se atreve a musitar una escueta respuesta.

—Aquí no está. La vez pasada usted le dijo que se fuera… y se fue.

Aquellas palabras que le cuentan del desplazamiento forzoso de Elías tal vez deberían bastar a El Diablo para celebrar su victoria. Pero no. Ni eso sacia su sed. Posiblemente lo que quiere que le diga es dónde exactamente se encuentra hoy el joven.

—¿Ah?… Entonces te vamos a llevar a vos. ¡Dame el dui!

Ana siente que un frío recorre su cuerpo y enmudece por unos segundos. El hombre armado le exige que le muestre su documento único de identidad y le anuncia que la capturará. Porque sí. Porque puede hacerlo.

Tres meses antes su hermano había elegido el exilio por sobre el riesgo cierto de la cárcel y ahora es ella quien sufre la amenaza. La historia se repite. 

Ana no puede recordar ese día sin que la voz se le arrastre. Y cuando hace el relato de aquel encuentro, su hija, quien apenas ha comenzado a ir a la escuela, corre a esconderse porque le aterroriza. 

Ana quería explicarle a El Diablo que la voz de Elías ya no se oía más en esa casa. Que no se asomaba ni a hurtadillas. Que si revisaba la casa constataría que solo quedaban de él su cama, un par de trapos y el recuerdo de cuando volvía en la noche, exhausto, después de sus extensas horas de trabajo. Ana quería decirle que Elías había huido. Que para salvaguardar su vida, su hermano había renunciado a todo lo que en realidad constituía su vida.

El Diablo finalmente deja de refunfuñar, pero no de amenazar. Le devuelve el dui y le dice: “Voy a volver”. 

 La conducta de El Diablo parece reflejada en lo que en esos mismos días estaban señalando en sus informes algunas organizaciones de defensa de los derechos humanos. “Las amenazas constantes son consideradas actos de tortura (…)”, exponía Johanna Ramírez, abogada y coordinadora del área de Atención a Víctimas del Servicio Social Pasionista, una oenegé que vigila el estado de los derechos humanos en El Salvador. A pesar de las voces que denuncian torturas de parte del Estado, el gobierno continúa evadiendo ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de Naciones Unidas (ONU). 

Elías tuvo que borrarse del mapa de Nazareth y olvidarse de la calidez de su familia y del aire con olor a campo de su casa. Ya no se queja de la oscuridad con la que tenía que llegar a Nazareth ni de la calle en mal estado. Elías se fue a rentar la soledad: una minúscula habitación en cierta ciudad donde no habla con nadie más que con él mismo. Teme que aquel diablo bíblico encarnado en un agente policial lo aceche y lo acabe. Autoprotegiéndose vive una vida nueva que le separó del beso de su madre por las mañanas y de los días de descanso pleno en su vieja hamaca. Ahora los días pasan a través del teléfono: videollamadas con los que ha dejado atrás. Imágenes. Un te amo distorsionado por la bocina. De la vida de Elías se puede decir que todo ha quedado en suspenso. 

Y hay centenares de casos documentados que, como sucedió a Elías, suponen el desarraigo de cientos de personas por causa del régimen de excepción. Solo el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) registró 233 casos (algunos casos incluyen más de una persona) de desplazamiento forzado interno durante los primeros 18 meses de régimen de excepción, de marzo de 2022 a septiembre de 2023. Los verdugos fueron policías y militares. 

El Diablo de Nazareth es chele, dicen en el cantón. Le calculan unos 40 años de edad. Y lo consideran un pendenciero y con predisposición a la violencia y a buscar bronca. 

Hasta finales de noviembre de 2023, El Diablo de Nazareth aún tenía su base oficial en la zona rural de Huizúcar, cerca del cementerio. GatoEncerrado hizo a El Diablo dos llamadas telefónicas, una el 15 y otra el 27 de septiembre de 2023, para consultarle sobre su caso abierto en la unidad de Asuntos Internos de la PNC. 

Durante la llamada del 15 de septiembre, de su boca fluyeron frases como “desconozco todo eso” y “bien raro, la verdad”. Cuando El Diablo se cansó de escuchar preguntas sobre lo que hace a diario en el cantón Nazareth y su relación con la comunidad, decidió hablar de su familia: “Yo tengo cuatro hijos, esposa… mi familia. Si ustedes ven a un policía como un animal, no, no somos así, tenemos familia. Y si me van a hacer leña… pues con eso me hacen leña… espero que no lo hagan…

En esa primera conversación negó acosar a persona alguna ni amenazar la libertad de nadie. Dijo no recordar haber amenazado con crear un perfil falso de ningún poblador. Más aun: sostuvo que ni siquiera ha tenido una discusión amenazante con alguien de la comunidad.

 El 27 de septiembre, durante la segunda llamada, volvió a negarlo todo, pero su impaciencia estalló más pronto: 

—Buenos días, Roberto. Queremos conversar nuevamente con usted. Sabemos que en Nazareth usted ha amenazado con crear perfiles de pandilleros sin que las personas tengan un historial delictivo previo.

—Bien raro, la verdad… Esas situaciones… La verdad que allí son cosas que la gente… la gente… ¿qué le podría decir yo con esta situación de la gente?

—Bueno, sabemos que hay un caso por hurto agravado en manos de la Fiscalía. Y que no es el único expediente abierto en su contra…

—Yo desconozco que yo tenga así, pues, pendientes, como si yo fuera un delincuente. Hay gente que quizá se siente mal por las situaciones, pero son cosas que suceden. Hay gente que quizá no le gusta la forma de trabajar de uno. 

—La denuncia tiene su nombre completo e incluye su ONI (un número de identificación que cada agente policial debe portar visible en su uniforme concebido como garantía de buena conducta y para que la ciudadanía pueda identificar y denunciar a un policía en caso de un abuso, de un acto indisciplinario o de violación a la ley). 

—Ajá, sí, bien raro. (…) Mire, le respondo sus llamadas porque… bueno, yo no tendría que recibirle llamadas porque los policías no andan dando información ni platicando nada… si yo quisiera a la m (mierda) la mandaría… 

Oficialmente, 7,000 personas no pudieron librarse de los diablos en los primeros 16 meses de régimen de excepción. En promedio casi 15 personas fueron detenidas injustamente por diablos como el de Nazareth, en constante acecho. Cifras para jactancia del presidente Bukele, ajeno al sufrimiento de la madre de Elías y de las miles de madres de otros Elías.

 Un año y medio después de que El Diablo al servicio de Bukele llegara a amenazar a Elías a escasos 15 kilómetros del centro de San Salvador, el presidente aparece en público con una sonrisa amplia. Es la noche del 4 de febrero de 2024, y el presidente se dirige a una multitud reunida en la Plaza Gerardo Barrios, del centro de San Salvador, para celebrar lo que en unas elecciones amañadas se cerró con una votación favorable para que desempeñe un segundo quinquenio prohibido por la Constitución.

Las miles de personas congregadas en el centro capitalino gritan y corean “¡Bukele, Bukele, Bukele!” y le celebran cada frase. Ahí está el hombre que les ha resuelto, en apariencia, el problema de inseguridad que han sido las pandillas desde finales de los años 90. Un problema que, según el gobierno, está a las puertas de resolverse tras una guerra sangrienta que, como toda guerra, provoca daños colaterales como encarcelar a miles de personas inocentes, decenas de las cuales han muerto en prisión y no pocas con señales de haber sufrido golpizas o torturas atribuibles a agentes policiales o a custodios de centros penales. Al menos 200 personas han muerto bajo estas condiciones en las cárceles de Bukele. 

Este 4 de febrero de 2024, Bukele, quien predica que los derechos humanos son un estorbo para sus planes, está por hacer una especie de consulta en medio del más auténtico populismo que él dice defender: “Democracia es el poder del pueblo”, comenta, para deleite de sus seguidores, que le celebran aquellas palabras como si se tratase de una revelación divina. La multitud ha entrado en éxtasis y Bukele sabe cómo llevarles a donde quiere. “Por ahí dicen algunos que ni siquiera conocen El Salvador que los salvadoreños viven oprimidos y que no quieren el régimen de excepción…” Y aquella multitud de miles de potenciales Elías ruge eufórica en favor de Bukele y de más régimen de excepción.

*Los verdaderos nombres de Elías y Ana se mantienen bajo reserva por petición de las fuentes.

Epílogo

Tres meses después de que GatoEncerrado acudiera a la Fiscalía de Zaragoza, en La Libertad, para preguntar por qué al agente José Roberto Amaya Zelaya no había sido presentado ante un juez por una denuncia que llevaba 15 meses en proceso, la institución ordenó su captura. El 26 de enero de 2024, Elías reconoció al agente policial frente a un juez, en la primera audiencia en la que El Diablo fue acusado por los delitos de hurto y limitación a la libre circulación en perjuicio de Elías. Asimismo, está acusado de extorsión y limitación a la libre circulación en perjuicio de una segunda víctima, no identificada en este relato. Hasta el 20 de febrero de 2024 el agente se encontraba detenido en las bartolinas de Conchalío, La Libertad, mientras continuaba su proceso.

Esta investigación fue realizada gracias al apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).