GatoEncerrado

Consolidación de la dictadura

Bukele promete "sanar" la economía y exige obediencia incondicional

 Foto/Bladimir Nolasco

Nayib Bukele se quedó en el poder para un segundo mandato, a pesar de que la Constitución prohibe la reelección presidencial continua. En su primer discurso, como dictador consolidado, se vendió como el “Doctor Milagro” que puede curar de todos los males a su paciente El Salvador. Dijo que ya sanó “el cáncer de las pandillas” y ahora arreglará la economía. Pidió a sus seguidores, que son mayoría en el país y en la diáspora, que le juren obediencia incondicional y no lo cuestionen. Además, los incitó a defender sus decisiones “a capa y espada” y que no escuchen a los críticos. En el acto de investidura, la Fuerza Armada se vistió de gala y se puso a la disposición del nueva dictadura salvadoreña.

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Por Cristian Meléndez y Guillermo Cartagena

Junio 1, 2024

En su primer discurso como dictador consolidado —ya que se quedó en el poder luego de controlar a la Asamblea Legislativa y descabezar a la Corte Suprema de Justicia para conseguir la reelección presidencial a pesar de que era inconstitucional— Nayib Bukele se vendió como el único “doctor” que puede “curar” todos los males que sufre El Salvador. Aseguró que ya se ocupó del “cáncer de las pandillas” y que ahora “sanará” la economía. A cambio, sólo espera que el pueblo salvadoreño confíe en su palabra, que no se queje de la “medicina amarga” que va a seguir recetando, que no pida transparencia, que no cuestione sus decisiones y que las defienda “sin titubear” de aquellos que son “enemigos del pueblo”.

La multitud que lo escuchaba en la parte de atrás del parque Gerardo Barrios, eufórica y acalorada bajo el sol ardiente de San Salvador, levantó su mano en señal de haber jurado lealtad y como muestra de someterse dócilmente a su voluntad. 

En 35 minutos, Bukele reiteró su mensaje a la nación con dos ideas simples y claras, presentándolas de manera que cualquier persona, incluso las más despistadas, pudiera entenderlas. Primero, empleó una analogía en la que se autoproclamó como el “Doctor Milagro” capaz de sanar a su paciente: El Salvador.

“Ahora que ya arreglamos lo más urgente que era la seguridad, vamos a enfocarnos de lleno en los problemas importantes, empezando por la economía. Y quizá en este nuevo tratamiento para sanar la economía, quizá también haya que tomar medicina amarga”, sentenció y agregó la segunda idea: Para lograrlo se necesitan tres cosas: “La guía de Dios, el trabajo incansable del gobierno y que el pueblo vuelva a defender a capa y espada cada una de las decisiones que se tomen, sin titubeos; porque la oposición es numéricamente insignificante, pero rabiosa”. 

Insistió en defenderlo y no explicó cuál es su plan o propuesta para “sanar” la economía salvadoreña, que es la preocupación más urgente de resolver para la población, según diferentes encuestas recientes. 

En su mensaje, recordó a los expresidentes que le precedieron y aseguró que ninguno pudo resolver el “cáncer de las pandillas” y afirmó que por eso tuvo que hacerlo personalmente, como si fuera un doctor que aplica medicina amarga, pero efectiva.

“La sociedad salvadoreña es como una persona enferma aún, ha tenido múltiples enfermedades desde que nació. Problemas en economía, en salud, en educación, en infraestructura, en empleo, en vivienda y en una larga lista. Pero hace más de 30 años apareció una enfermedad más grave y más urgente: el cáncer de las pandillas, que se volvió en ese momento lo más urgente de resolver. Y todos recordamos eso. Ningún gobierno pudo combatirlo. Es más, la medicina que los gobiernos dieron sólo empeoró la enfermedad. La hizo más grave y más dolorosa”, agregó.

Lo que el dictador no dijo es cómo logró esta histórica reducción de asesinatos, aunque diversas investigaciones han mostrado que negoció con las diferentes facciones de las pandillas a cambio de bajar los índices de violencia. Incluso, funcionarios de su gobierno ayudaron a escapar del país a los principales líderes de la Mara Salvatrucha (MS-13) que estaban encarcelados, tenían condenas pendientes y que Estados Unidos estaba solicitando su extradición para juzgarlos por crímenes cometidos en Norteamérica. Algunos de los funcionarios que les concedieron favores e incluso los ayudaron a huir son el director de Tejido Social, Carlos Marroquín, y el director general de Centros Penales, Osiris Luna. El presidente de facto tampoco dijo que sus negociaciones con las pandillas se truncaron y que entonces tuvo que declararles la guerra a través de un régimen de excepción, que sigue vigente desde hace dos años, para desarticularlas. Bajo excusa e impunidad del régimen, la Policía y la Fuerza Armada han cometido una serie de graves violaciones a los derechos humanos, han capturado arbitrariamente a personas inocentes y han perseguido a las voces que piden justicia y transparencia a Bukele.

“Finalmente, cansado, pero todavía con un poquito de esperanza, esta persona fue con un octavo doctor, y este último le dijo que sí había cura, le dijo desde el primer día que tal vez iba a tener que tomar medicina amarga, pero que lo iba a curar de ese cáncer. El doctor le dio el tratamiento y el paciente siguió las instrucciones al pie de la letra, hasta que el cáncer desapareció. El cáncer había desaparecido prácticamente por completo, el paciente estaba curado”, prosiguió Bukele en su discurso. 

Al igual que el pasado 4 de febrero, cuando ganó ilegalmente las elecciones presidenciales, Bukele pronunció su discurso desde el balcón del Salón Rojo del Palacio Nacional. Pero esta vez, en las ventanas de la izquierda era escoltado por el vicepresidente Félix Ulloa, mientras que a la derecha aparecía el Rey de España, Felipe VI. En el resto de las ventanas estaban los presidentes y jefes de Estado que llegaron a la investidura inconstitucional, desde Marruecos, Belice, Guinea Ecuatorial, Ecuador, Argentina, Kosovo, Paraguay, Honduras y Costa Rica.

En el balcón Nayib Bukele y en las ventanas los jefes de Estado que asistieron a la investidura. Fotos/Bladimir Nolasco

Terminó su discurso pidiendo un juramento de lealtad que pidió a sus seguidores, que habían llegado desde las 5:00 de la mañana a la plaza Gerardo Barrios en autobuses proveídos por el partido oficialista Nuevas Ideas. Todos esos miles de seguidores fueron ubicados, de pie, en la parte trasera de la plaza. Mientras que en la parte delantera y de frente a la fachada del palacio, en elegantes sillas transparentes, fueron ubicados algunos funcionarios como los magistrados del Tribunal Supremo Electoral y la procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, además de aliados y exfuncionarios de Bukele como el exsecretario de Juventud y locutor de radio, Salvador Alas “La Choly”.     

Dentro del palacio —que fue remodelado para la investidura sin seguir un proceso para garantizar la conservación del patrimonio cultural—, fueron ubicados en sillas elegantes y transparentes los diplomáticos que asistieron al evento, los invitados especiales como el fiscal general y el presidente de la Corte Suprema de Justicia, los directivos de su partido Nuevas Ideas, sus amigos y la familia presidencial. Para llegar a esas sillas, los diplomáticos caminaron sobre una alfombra roja hasta que encontraron su asiento frente a la tarima donde el presidente de la Asamblea Legislativa tomó protesta a Bukele para declararlo oficialmente como “presidente constitucional de El Salvador” para el periodo 2024-2029. 

Lo de “constitucional”, sin embargo, es falso. Bukele ha violado, al menos, seis artículos de la Constitución de la República que prohíben explícitamente la reelección presidencial continua y se ha aferrado al poder desobedeciendo a la Carta Magna, está controlando las instituciones públicas y persiguiendo a sus opositores y críticos. En ese sentido, contrario a lo que afirmó Castro en la juramentación, Bukele en realidad es un presidente inconstitucional, alguien que usurpa la presidencia y un dictador que instrumentaliza a la Fuerza Armada al estilo de los dictadores del siglo pasado, como Maximiliano Hernández Martínez quien también controló las instituciones, manipuló la Constitución para quedarse en el poder por 13 años y mantuvo un régimen de excepción bajo excusa de brindar seguridad a la población y liberarla del comunismo, pero en realidad sirvió para perseguir a sus críticos.

Una obra teatral con aviones y militares

Antes de ser juramentado, Bukele se hizo esperar 15 minutos después de que todos los diplomáticos, invitados especiales y su vicepresidente Félix Ulloa se habían ubicado en el interior del palacio. Entre tanto, la voz oficial del gobierno interrumpía el silencio para soltar frases rimbombantes para exaltar la imagen del mandatario. Algunas de esas fueron: “El presidente electo se ha convertido en el más popular e influyente de América Latina” y “Hace cinco años, Nayib Bukele se comenzó a conocer como el presidente millennial y el presidente más cool, gracias a sus ideas que rompieron el esquema de lo tradicional”.

Cuando finalmente llegó, en su caravana presidencial, bajó de una camioneta negra vestido con una jubba, que según El Diario de Hoy, es una prenda exterior larga que se asemeja a un abrigo abierto, que tiene mangas largas y que se usaba antiguamente en los países musulmanes, especialmente por funcionarios públicos y profesionales. La prenda también recuerda al vestuario militar que se utilizaba en el siglo XVIII y que se le vio usar al francés Napoleón Bonaparte y al general salvadoreño Gerardo Barrios. 

Al bajarse del vehículo, el mandatario caminó, junto a su esposa Gabriela, por la alfombra roja hacia la entrada principal del palacio, mientras sonaba de fondo la orquesta que tocaba lo que parecía ser el soundtrack o canción del evento: “Wild colonial boy (joven colonial salvaje)”, una melodía tradicional de Irlanda.

En su caminata por la alfombra roja, los militares vestidos con un traje elegante que incluía una capa le hacían un pasillo. El vestuario de los militares también recuerda al dictador chileno Augusto Pinochet y a la vestimenta de algunos soldados imperiales de la saga cinematográfica de Star Wars. 

Aclamado por la multitud, como si fuera una estrella de rock, entró al palacio y fue ubicado en un pasillo arriba de todos los invitados, encima de la diplomacia, familia y amigos. La escena parecía marcar que Bukele estaba por encima de todos y que en segundo plano estaban los invitados especiales, su familia y directivos de su partido. En tercero, los militares que estaban por todos lados rindiéndole reverencia. En cuarto, los invitados que estaban sentados bajo el sol ardiente afuera del palacio. En quinto, los diputados que estaban encerrados en la sala principal del Teatro Nacional, como actores de relleno en este montaje con tintes de obra teatral llamada “sesión solemne para la investidura presidencial”. Y en último plano, los miles de ciudadanos que llegaron, hasta la parte trasera de la plaza Gerardo Barrios, para jurar lealtad a su líder, repitiendo: “Juramos defender incondicionalmente nuestro proyecto de nación, siguiendo al pie de la letra cada uno de los pasos, sin quejarnos, pidiendo la sabiduría de Dios para que nuestro país sea bendecido de nuevo con otro milagro. Y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo”. 

Luego de su juramentación, salió al balcón, saludó a la multitud eufórica y luego presenció el desfile de dos mil efectivos militares que le rindieron honores por ser el comandante general de las Fuerzas Armadas. Abajo, frente al balcón, los militares desfilaban, arriba seis aviones pasaban sobre el palacio expulsado humo de color azul y blanco para dibujar en el cielo la bandera de El Salvador y al costado sur del palacio los artilleros explotaban unos cañones en una plaza llamada “Centroamérica”. El acto parecía una puesta en escena, en toda regla, de tipo cinematográfica con efectos especiales para congraciarse con el nuevo dictador salvadoreño, en un país que tiene una historia de crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares que fueron instrumentalizados por los gobernantes de turno con fines político partidarios y para el clientelismo político.

Los militares rinden honores al nuevo dictador. Fotos/Bladimir Nolasco

La censura de siempre

Mientras el acto de investidura se desarrollaba, decenas de periodistas nacionales e internacionales documentaron el evento, pero en los términos que el Gobierno de Bukele dictó. No los dejó entrar al palacio y tampoco les permitió llegar por cuenta propia a la cobertura. Instruyó que para cubrir el evento, tenían que solicitar una acreditación y una vez aprobados tenían que llegar a la Universidad de El Salvador para ser registrados y enviados en autobuses hasta los andamios habilitados para fotógrafos y videógrafos. 

Los periodistas de GatoEncerrado siguieron el proceso. Llegaron al portón 8 de la universidad antes de las 5:00 de la mañana y subieron a uno de los autobuses para periodistas que fueron escoltados por patrullas motorizadas del Viceministerio de Transporte hacia el Centro Histórico de San Salvador. 

En el centro, fueron bajados sobre la 3a Calle Oriente y la avenida Monseñor Romero, justo en la esquina donde está el antiguo edificio de la Lotería. Ahí fue necesario pasar por cinco cercos de seguridad hasta llegar a la plaza Gerardo Barrios, donde cientos de personas ya esperaban el inicio de la investidura.

Cuando el reloj marcó las 8:05 de la mañana, el presidente de la Asamblea Legislativa, Ernesto Castro, dio inicio a la sesión solemne en el Teatro Nacional, una joya arquitectónica que también fue intervenida para este evento. En la sala principal, las butacas fueron sustituidas por sillas y escritorios para los 57 diputados oficialistas y sus aliados, ya que los tres diputados de la oposición no asistieron. 

El único punto de agenda que Castro sometió a aprobación fue pedir la autorización para moverse a tomar la protesta de Bukele y Ulloa en el Palacio Nacional. De forma unánime, los 57 diputados presentes aprobaron la solicitud. 

La sesión solemne de la Asamblea tampoco pudo ser documentada por los periodistas. La entrada al Teatro Nacional también era un espacio restringido. Los únicos que tenían autorización de entrar a estos lugares eran los empleados de comunicaciones del Gobierno de Bukele.

Tras la votación, Castro se trasladó hasta la fachada del Palacio Nacional donde también caminó por la alfombra roja hasta el interior del edificio. 

Al final del evento, los periodistas fueron trasladados en los mismos autobuses de regreso a la Universidad de El Salvador. 

Los periodistas en uno de los andamios habilitados para la cobertura. Foto/Bladimir Nolasco

Los fieles de Bukele

Atrás de los andamios en que estaban los periodistas, en la parte trasera de la plaza Gerardo Barrios estaban los fieles de Bukele, a quienes pareciera que no les importaban las altas temperaturas de ese sábado 1 de junio. Tampoco les importó caminar varias cuadras, incluso con niños en brazos, para acercarse al palacio, en los términos que también dictó el gobierno. 

El dispositivo de seguridad fijó puntos específicos de acceso, lo que generó largas filas y la desesperación de algunos que ya no querían esperar para acercarse al palacio: “Avancemos, yo veo que todos se salieron de la fila”, comentó una señora con sombrilla al resto de personas que le acompañaban en una de las filas.

El ingreso hacia la Plaza Gerardo Barrios, según corroboró esta revista, era lento y complicado. Muchas personas optaron por quedarse en la Plaza Libertad y escuchar desde ahí el evento. Los que decidieron continuar en las filas y acercarse debían pasar por unos detectores de metal, pero esto también retrasaba el ingreso a la plaza. 

—Está difícil llegar hasta allá, ¿nos metemos? —le dijo un hombre a otro, entre la multitud.

—Démosle pues, si a ver hemos venido —contestó el otro y luego se lanzaron a abrirse espacio para llegar lo más cerca posible hasta el corta que impedía el paso a la fachada del palacio.

Eran tantas las personas que querían acercarse, que algunas se dieron por vencidas y se conformaron con ver el evento desde las pantallas que fueron colocadas en las afueras de la plaza. 

Algunos de los que triunfaron y lograron avanzar hasta los separadores a mitad de la Plaza Gerardo Barrios, mostraron desilusión al enterarse que el acto de la investidura era en el interior del palacio a puerta cerrada. 

“Para verlo por pantalla mejor me quedo en mi casa”, dijo una señora, mientras que otros asistentes parecían tener el compromiso de estar en el lugar porque así se los habían pedido. 

 —Al menos ya cumplimos —dijo un alumno vestido con el uniforme de su escuela. —Sí, cabal —respondió el profesor, sentado en la acera y tapándose el rostro del sol.

—Al menos para la foto —remató el estudiante.

Un factor común entre todos los asistentes fue la búsqueda de sombra para resguardarse del sol y hacer frente al sofocante calor. Los abanicos, repartidos por colaboradores del gobierno, fueron un objeto muy apreciado, a tal punto que algunas personas recogían los que se encontraban tirados en la calle.

Tampoco faltaron las vuvuzelas, esa especie de trompeta que los asistentes hicieron sonar a la llegada de Bukele y durante distintos momentos de su discurso, aunque no con la misma efusividad que al principio. También, algunos de los asistentes mostraron su asombro cuando pasaban los aviones de la Fuerza Aérea dibujando la bandera de El Salvador: “Sí están chulos esos aviones”, le comentó una mujer a su esposo, mientras que alguien más gritaba: “¡Yeah, mi presidente!”

Muchas personas se retiraron cuando apenas comenzaba el discurso de Bukele, probablemente por cumplir una hora ya establecida de partida con aquellos buses que debían retornar hasta departamentos más lejanos de la capital. Otros que se quedaron a escucharle tampoco es que prestaran especial atención, pues se encontraban más concentrados en el celular o platicando con otros acompañantes. 

Los lideres religiosos que, en complicidad con la dictadura, oraron por Bukele y El Salvador. Fotos/Bladimir Nolasco

Los dos únicos momentos cuando la muchedumbre prestó atención fue cuando Bukele les pidió jurar que lo iban a seguir sin quejarse y que iban a defender cada decisión. Asimismo, guardaron silencio cuando el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, y el pastor argentino Dante Gebel, cómplices religiosos de la dictadura, elevaron una plegaria para que Dios bendiga a Bukele.

La multitud que llegó para apoyar a Bukele y verlo en pantallas, bajo el calor y el sol.  Fotos/Bladimir Nolasco

Para cuando el evento concluyó, las personas que estuvieron más de tres horas de pie empezaron a caminar de nuevo las cuadras que fueron cerradas por el dispositivo de seguridad.