La Mosca Azul

Collage de portadas de Goodreads.

Sabemos quiénes son los que siempre sobreviven

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Jeannette Cruz

San Salvador, 1987. Licenciada en comunicaciones y especializada en marketing. Ha sido publicada en El territorio del ciprés, la Revista Cultura de la Dirección de Publicaciones e Impresos (Secretaría de Cultura de la presidencia de El Salvador), y en Tierra breve: antología centroamericana de minificción. Coautora de La soledad de los errantes.

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La Mosca Azul

La Mosca Azul es un colectivo literario que tiene por objetivo la creación y difusión de la literatura, además de la promoción de la cultura salvadoreña y centroamericana en diferentes espacios.

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Melitón Barba nos dibuja, desde sus cuentos, la realidad que se vivía en el conflicto armado (1980-1992). ¿Cómo no iba a estar marcada su literatura por este hecho social si justo estaban inmersos en él? ¿Cómo no iba a tratarlo en su obra, siendo un hombre preocupado por la realidad del momento?

Una mirada subjetiva a la literatura de Rafael Menjívar Ochoa.

Preguntale a cualquier amigo tuyo, especialmente a aquellos que no acostumbran a leer, qué nombres de escritores salvadoreños conocen. Seguramente escucharás: Salarrué, Álvaro Menen Desleal, Claudia Lars, Roque Dalton… es decir, los autores que son leídos, en algún momento de la vida, por placer o por tareas escolares.

Nuestros autores clásicos son nuestros rockstars: los hayamos leído o no, sabemos de ellos. ¿Pero qué pasa con aquellos que son más bien cantantes ocultos tras el humo de un bar a medianoche? Esos autores conocidos por los parroquianos de siempre (los lectores que trafican libros y críticas), pero no por los que leen libros por accidente o tropiezo.

Rafael Menjívar Ochoa es uno de esos cantautores. Su voz oscura, ágil y desafiante, se levanta de la generación del desencanto para escribir temas profundamente latinoamericanos como la violencia y la corrupción, pero también humanos, como la lealtad y la terrible desilusión de estar vivo.

Ganador del Premio Latinoamericano de Novela “Ramón del Valle Inclán” en 1990, y del premio Latinoamericano de Novela Educa en 1984, Ochoa es el máximo representante de la novela negra en El Salvador.

Murió en 2011, pero han quedado sus textos y su legado como mentor. Fundó en 2001 el proyecto La Casa del Escritor, un espacio donde jóvenes escritores aprendieron del oficio. De aquí surgen muchos de nuestros poetas y narradores contemporáneos.

Era un entusiasta de los blogs. En su cosa personal define: “uno escribe porque es lo único que sabe hacer, y haría lo mismo en las mismas circunstancias siquiera por pasar el tiempo, siquiera porque es lo oportuno”. Leer este blog es encontrar la humanidad de Ochoa, su amor por las paletas de sombrillita, sus prejuicios al leer poesía, sus opiniones sobre los libros en las distopías, en fin, leerlo como persona. Es saberlo humano y vivo.

Sus novelas

Pero si he de convencerte de leer su obra, voy a platicarte de sus novelas.

Escribió ocho. En ellas, una de las ideas centrales resulta categórica: los héroes no existen, o al menos, no sobreviven; sólo son héroes aquellos que tienen una inclinación idiota a que los maten. Los cobardes y los pendejos, por otro lado, siempre encuentran el modo de seguir vivos.

Las narraciones suceden únicamente en el ámbito urbano, podría decirse que en cualquier ciudad latinoamericana. La ciudad misma es un personaje secundario, una jaula, una jungla opresiva.

La corrupción, la injusticia y la impunidad son inevitables. La clandestinidad se ejerce en un plano paralelo donde los personajes actúan y cometen toda clase de crímenes, y sufren sus infiernos personales sin que ningún civil se entere. Son personajes que podrían ir pasando a la par tuya mientras tomás un café o vas al cine.

Al contrario de lo que podría adivinarse, en este universo alternativo no ganan los más fuertes ni los más machos, sino los más poderosos, los astutos, los mancos, los escondidos de la luz pública. Ganan los que tengan la pistola en mano, los que mandan a otras manos a halar el gatillo.

Ochoa creía que la novela, como género literario, tiene que ser bonita, equilibrada, efectiva: debe tener las cosas en el lugar correcto. Creo que lo logra.

Suele usar un lenguaje directo, irónico y concreto. Un lenguaje donde el personaje que narra se permite adivinar los motivos de los otros y preguntarse por las posibilidades y las consecuencias de sus acciones.

El sarcasmo es su mejor arma. En Los años marchitos (1991) el personaje comenta: “En general, sus pláticas eran deliciosamente frívolas, pedazos de nada dichos con una voz maravillosa”. En Cualquier forma de morir (2006): “Todo el mundo se suicidó ese año. Morirse se puso de moda”.

Sus personajes

Leer una novela de Ochoa implica atestiguar el viaje de un personaje que busca ganar, como sea, a pesar de que ya sabe que perderá. Y a veces lo que quiere ganar es la vida propia. Un personaje que lleva a cuestas la resignación de saber que seguirá fallando, que la realidad no dejará de rebalsarse de sus manos, que le hizo falta ser más fuerte, más astuto, más traicionero, menos humano.

De Trece (2003): “’Vivir la vida’. Así se le llama a hacer cosas desesperadas que tampoco tienen finalidad: ruido en las discotecas, drogas para ser inmortal, alcohol para no sentir ni la borrachera, velocidad en la carretera para tomar conciencia del poder que da la fragilidad ajena, que es la propia”.

¿Acaso no has pensado vos también en algo como esto, en la soledad de las noches, en la soledad de las multitudes?

Su escasez

Leer a Ochoa es también un reto de cacería: aunque la Dirección Nacional de Publicaciones e Impresos ha publicado Los héroes tienen sueño, y que la Biblioteca Florentino Idoate SJ tenga un par de ejemplares de sus novelas, encontrarlas es una tarea difícil, casi clandestina.

Pero si de algo quiero persuadirte es de que vale el esfuerzo: la narrativa de Ochoa es poderosa, oscura, ágil, y a veces visceral. Leer sus novelas es acercarse al lumpen y encontrarnos reflejados en los charcos de las cunetas, es reírnos de nosotros mismos, es sobrevivir como sea. Es recordar que los héroes no existen porque fueron los primeros en morir. 

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Jeannette Cruz

Licenciada en comunicaciones y especializada en marketing. Ha sido publicada en El territorio del ciprés, la Revista Cultura de la Dirección de Publicaciones e Impresos (Secretaría de Cultura de la presidencia de El Salvador), y en Tierra breve: antología centroamericana de minificción. Coautora de La soledad de los errantes.

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