Imagen/Leonel Pacas

Ser acusado de vivir con el demonio de la homosexualidad adentro

Relato

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Por Mónica Campos

Ezequiel creció en la iglesia evangélica siendo un chico gay. El rechazo de su familia y de la comunidad religiosa le hicieron contemplar muchas veces quitarse la vida. Creció escuchando que llevaba un demonio adentro hasta que un exorcismo lo hizo retirarse definitivamente de la iglesia.

“Hablá bien. Sentate bien. Caminá bien. Aquí no estamos criando maricones”. Esas frases tuvo que escuchar Ezequiel una y otra vez en su casa desde que tenía 7 años. Ahora tiene 29 y recuerda muy bien la sensación de “ser maldecido día y noche”.  

Creció al cuidado de sus tíos en el seno de una iglesia evangélica. Su familia se congregaba en dos iglesias, en Asambleas de Dios en Mejicanos y en Misión Buenas Nuevas de Ayutuxtepeque. Antes de irse a vivir con sus tíos, había vivido con su abuela, quien se dedicaba a la santería. Es por esto que su familia evangélica insistía en que el hecho de que el pequeño Ezequiel se expresara de forma más femenina se debía a la brujería. Para sus tíos, estaba poseído por un demonio y era una maldición para la familia.

Ezequiel siempre tuvo la noción de que le gustaban los muchachos. Siempre que sentía esa atracción se preguntaba por qué tenía un demonio adentro. Cuando cumplió los 20 años, siendo ya un estudiante universitario, tuvo su primera relación con un hombre joven. 

Un día llegó a su casa y su tía estaba llorando. “Ella me dijo que había soñado que yo era gay”, relató. Ella insistió en aquello de la maldición y concluyó la plática diciendo: “Te vas de la casa, no podés estar acá”. 

La plática entre ellos se dio un domingo y para el martes ya sabía de su orientación sexual toda la familia. Le dijeron que siempre lo habían sospechado, pero nunca antes lo habían mencionado. Sin embargo, desde hace mucho tiempo hacían oraciones especiales por Ezequiel sin decir explícitamente que lo que querían era revertir su orientación sexual.

Ezequiel se describe en su infancia como un niño con marcadas expresiones femeninas. Esto le valió el acoso de su comunidad, de su familia y la intervención de la iglesia: “Al principio eran solo oraciones, porque creo que la iglesia por no evidenciar que existe alguien dentro de su congregación de que es gay y de que realizan cadena de oración para esta persona, (lo hacen) sutilmente”, recuerda. 

En su comunidad sufría también el acoso de otros hombres. A los 12 años, recuerda haber sufrido acoso sexual. Cuando su familia lo mandaba a comprar a la tienda sabía que tenía que pasar por un espacio donde un grupo de hombres se burlaban de su orientación. “La sociedad es hipócrita, algunos podían estar diciendo cosas colectivamente peyorativas, pero individualmente querían tener una práctica sexual con vos. Querían humillarme colectivamente pero individualmente querían abusar de mí, porque algunos de ellos eran mayores de edad”, relató. 

Ezequiel se sentía acosado en su casa, en la comunidad, en la escuela y en la iglesia. En todo lugar. Constantemente se preguntaba si habría un lugar donde pudiera vivir libre de esas violencias. Los años pasaban, las oraciones continuaban y no cambiaba. Por esa situación, en varias ocasiones contempló la idea de tomar un cuchillo y quitarse la vida. La pregunta recurrente era: ¿para qué voy a vivir?

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Un estudio de COMCAVIS Trans, realizado en 2013 con una muestra de 400 personas LGBTI salvadoreñas, reveló que el 70 % de encuestados pensaron más de una vez en suicidarse. Según el informe, existe un rechazo generalizado hacia las personas debido a su orientación o preferencia sexual en El Salvador. La razón alegada por la mayoría de encuestados fueron las dificultades que afrontan para integrarse a la sociedad. 

Los esfuerzos de reorientación sexual atentan contra el derecho a la vida, según un informe de Asociación Internacional de Gays, Lesbianas, Trans e Intersex (ILGA World) publicado en 2020. “El derecho a la vida se refiere al derecho de las personas a estar libres de actos y omisiones que puedan dar lugar a su muerte no natural o prematura, así como a disfrutar de una vida con dignidad, lo cual implica la creación de las condiciones necesarias para garantizar que no se produzcan violaciones a este derecho”, reza el informe. 

Entre sus fuentes, el documento cita al Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas para decir que “los Estados deben tomar las medidas adecuadas para prevenir suicidios, especialmente entre las personas en situaciones de particular vulnerabilidad, como son las personas LGBTI, quienes, como consecuencia del estigma, la discriminación y la exclusión, sufren tasas más altas de depresión y suicidio”.

En El Salvador estas estadísticas simplemente no existen de manera oficial. El Estado no cuenta con información sobre la situación de vida de las personas de la población LGBTI. Incluso avances en materia de reconocimiento a esta población como la Dirección de Diversidad sexual disminuyeron su operatividad con el desmantelamiento de la Secretaría de Inclusión Social en el inicio de la gestión gubernamental de Nayib Bukele, según defensoras de derechos humanos. 

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En 2016, un año después de retirarse de su casa y de la iglesia por solicitud de su tía, llegó a la iglesia a dejar una encomienda y se quedó al culto. Las personas se mostraron felices y sorprendidas de verlo. En un punto de la ceremonia comenzaron a orar por él. Comenzaron a decir cosas buenas, le decían que Dios le amaba. Ezequiel explicó que en su iglesia los pastores hablan en primera persona, como si Dios hablara por medio de ellos entonces escuchó en reiteradas ocasiones la frase “yo te amo tal como sos” y se sintió bien. 

La oración terminó y posteriormente comenzó una nueva oración un joven que en la iglesia había dado testimonio de haber sido abusado sexualmente. Dentro de la iglesia se manejaba la idea de que el joven era gay debido a este abuso, pero que Dios lo había convertido en heterosexual. Ahí comenzaron las exhortaciones. “Sal demonio sodomita”, fue lo que reiteradamente le gritaba el joven a Ezequiel mientras le daba empujones. 

“Ahí ya no me gustó, porque dije aquí ya no lo están haciendo como por principio cristiano sino que lo están realizando porque saben que hay alguien que es gay”, comentó. En más de 10 años de haber pertenecido a la iglesia asegura haber identificado al menos a tres personas de la población LGBTI que aún viven en esa congregación ocultando su expresión de género y orientación sexual por miedo a irse al infierno. 

Ezequiel ya sabía lo que venía después de esa intervención religiosa, lo había visto varias veces. Era un ritual de la iglesia hablar en lenguas para sacar a un demonio que había poseído un cuerpo. Incluso recuerda que un chico vomitó en una de estas intervenciones. El procedimiento era siempre el mismo: orar, poner manos, hablar en lenguas, sacar un espíritu demoníaco y que la persona al final vomite. 

“Yo no lo permití más allá. Yo dije ya no vuelvo, porque yo llegaba siempre por una cuestión de acompañar de un espacio que era cotidiano para mí y desacostumbrarse de algo es complicado. En mi caso era siempre como oremos hasta esta última que dije: No”. Cinco años después de ese exorcismo aún hay personas de la iglesia que le contactan para que regrese, que buscan evangelizarle y cambiar lo que es. 

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