*Editorial
“Estamos transformando las Casas de la Cultura en espacios de convivencia, educación cívica y cultura de paz. Con estos programas llegaremos a todo el país” fueron las escuetas y pobres palabras en poco más de media hora que dedicó a la cultura el profesor y presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén en el discurso de su segundo año de Gobierno el pasado 1 de junio; Cerén alardeó sobre el compromiso que tiene su gobierno en prevención del delito y los resultados en materia de seguridad, pero ignoró al sector cultura que naufraga entre violencia.
El discurso presidencial estuvo plagado de los rimbombantes logros en materia de seguridad pública derivados de la represión que causan batallones, tanques, fusiles, balazos y uso de la fuerza. Fuerza que fue utilizada en varias ocasiones según el procurador de Derechos Humanos en exceso para reprimir y sancionar a jóvenes y adultos quienes nunca tuvieron acceso a educación cultural de calidad. Llegó a sus manos un fusil antes que un violín.
Si bien el problema más grande que la población resiente es la inseguridad, es este mismo problema una consecuencia y no una causa en sí mismo. Consecuencia de fortalecer más a la Policía, la Fuerza Armada y el sistema Judicial, en detrimento de la cultura, el arte, la música y un bajo nivel de inversión en educación que durante 2015 alcanzó a rozar el 4 % del Producto Interno Bruto (PIB) ante un 11 % del PIB otorgado para Seguridad.
Con una Secretaría de Cultura que aún no se convierte en Ministerio tal y como lo planteó el ahora presidente en una de sus promesas de campaña cuando fue candidato.
Una Secretaría de Cultura que no pasa de bailes folklóricos y una descomunal “eventitis” de realizar eventos y eventos y más eventos que eventualmente llevan color y cultura a una colonia pero cuando desmontan sonido y retiran sillas, la zozobra de las pandillas vuelve, es decir, todo vuelve a la “normalidad”.
Una Secretaría de Cultura que viene arrastrando un cáncer de dirección desde el 2013, a cuatro años del primer Gobierno de izquierda. Desde 2012 que el expresidente Mauricio Funes juramentó a Magdalena Granadino como secretaria de Cultura, la institución vino a pique.
Luego llegó con el nuevo Gobierno, el segundo del FMLN, el nombramiento de Ramón Rivas como titular de SECULTURA a quien en diciembre de 2015 la Presidencia le pidió su renuncia luego de que el presidente Cerén conociera de una denuncia por maltrato contra la mujer interpuesta en el Instituto Salvadoreño de Desarrollo de la Mujer (Isdemu) en contra de Rivas.
En enero de 2016 asume la actual titular de SECULTURA, Silvia Elena Regalado, quien debe batallar no solo por limpiar la imagen de una institución cultural pisoteada por el abuso de poder y la negligencia laboral, sino también con una secretaría a la que solo utilizan en actos oficiales, propaganda presidencial y aspectos de turismo, pero que no tiene realmente incidencia en la prevención de la violencia y la instauración de una cultura de paz.
Y así, mientra el presidente hablaba y hablaba y hablaba de represión, batallones y violencia, la cultura quedó replegada a reglón y medio en las páginas del discurso presidencial de dos años de Gobierno, y relegada en la misma cultura de la población que no cree que SECULTURA deba tener más presupuesto que la Fuerza Armada o la Policía porque de todas formas tenemos la cultura de: “toma tu fusil y lucha por la paz”.
Como dicen los ya populares y no bien vistos “mensajes filosóficos de Facebook”: “Si la cultura contara con el mismo presupuesto del fútbol (o de Seguridad), este país sería diferente”.