Una cadena de vulneraciones a sus derechos humanos las llevan a ejercer el trabajo sexual, que las enfrenta día tras día a una sociedad hostil y a un Estado que prefiere voltear el rostro. Durante la cuarentena domiciliar parecen ser más invisibles que nunca y, a pesar de pertenecer a los grupos más vulnerables de los vulnerables, luchan porque las instituciones estatales les permitan al menos tener un nombre y acceder a sus derechos.
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