Jennifer, la mujer trans que sobrevivió a las torturas del régimen

Imagen elaborada con IA

Desde que el régimen de excepción entró en vigencia en El Salvador, algunas mujeres trans han sido capturadas de forma arbitraria y luego encerradas en las hacinadas cárceles donde las torturan y someten a humillaciones por el simple hecho de identificarse como mujeres trans. Algunas han sido víctimas de las pandillas y ahora también son víctimas de las autoridades que las discriminan. Jennifer es una sobreviviente del horror.

Por Óscar Hernández | Febrero 26, 2024

Edición Ezequiel Barrera

En una esquina del San Salvador nocturno y caluroso del 14 de abril de 2022, Jennifer lucía un cabello lacio recién planchado y un maquillaje que consideraba atractivo para los clientes que atendía después de las 11:00 de la noche. Junto a otras mujeres trans, solía permanecer en el mismo punto de la ciudad hasta que se iba con algún cliente o hasta que la Policía las ahuyentaba con la amenaza de capturarlas si no desalojaban la esquina de inmediato. 

Así que esa noche, cuando observaron que se acercaba un vehículo policial, sospecharon que iba a ocurrir lo de siempre: que los agentes las acosarían con expresiones transfóbicas, las registrarían como si fueran delincuentes y las amenazarían para que abandonaran el lugar.

Del vehículo policial bajaron cuatro agentes: tres hombres y una mujer. Luego, para sorpresa de ninguna, les indicaron que levantaran sus manos y las pusieran tras su cabeza, que miraran hacia la pared y que se dejaran registrar sin resistirse. Lo de siempre.

—¡Subite a la patrulla! —ordenó uno de los policías a Jennifer, sin dar explicaciones y saliéndose del guion predecible que seguía antes del régimen de excepción.

—¿Por qué? Yo no he hecho nada malo —objetó Jennifer, en un intento por obtener respuestas.

—Es una rutina de investigación —respondió, ambiguo. 

Ese argumento policial de “es una rutina de investigación” en realidad no era nuevo para Jennifer, aunque tampoco le aclaraba la situación. Era lo mismo que le decían otras noches para expulsarla de la esquina, así que era como una frase prefabricada de los policías para responder a los cuestionamientos sin explicar nada realmente. 

Como no le quedó más opción, tuvo que subirse a la patrulla sin saber a dónde la trasladaban y, lo que es peor, sin tener idea del por qué. Los policías nunca le aclararon si tenían alguna acusación en su contra o si cometió algún delito. 

Luego de unos minutos de rondar por la capital, casi a la medianoche, los policías la bajaron frente a la Fuerza Naval de la calle Concepción, en unas bartolinas policiales conocidas coloquialmente como “El Penalito”. Para esa fecha, esas bartolinas se habían convertido en el epicentro de las detenciones en la zona metropolitana de San Salvador, donde la mayoría de las personas detenidas en las primeras redadas masivas del régimen de excepción eran llevadas para luego ser distribuidas a diferentes centros penitenciarios.

Familias de detenidos en el régimen de excepción piden información afuera de "El Penalito". Foto/Archivo

Las detenciones masivas comenzaron el 27 de marzo de 2022, cuando la Asamblea Legislativa dominada por el partido oficialista Nuevas Ideas aprobó el régimen de excepción a solicitud del Gobierno de Nayib Bukele, quien argumentó que suspender algunas garantías constitucionales era necesario para desarticular a las pandillas que cometieron 87 asesinatos en tres días, convirtiendo el último fin de semana de marzo de 2022 en el más violento del siglo en El Salvador y la región. 

Unos meses después, por las investigaciones periodísticas del periódico ElFaro, la sociedad salvadoreña se enteró de que la violencia homicida de ese último fin de semana de marzo fue provocada por la ruptura del pacto que el Gobierno de Bukele tenía con las pandillas. Luego de varios meses y tras las prórrogas indefinidas del régimen de excepción, hubo evidencia de que las redadas y operativos masivos no se limitaron a capturar pandilleros, sino que también cayeron prisioneras personas inocentes e incluso líderes sociales, sindicalistas y opositores políticos.

Una de las personas que no tenía relación con aquella masacre de marzo de 2022 y tampoco tenía vínculos con las pandillas es Jennifer. Sin embargo, fue capturada bajo el régimen de excepción, junto a otras 75 mil personas, con las que suman más de cien mil personas privadas de libertad que no tienen derecho a ver sus familiares ni a sus abogados, según han documentado organizaciones civiles que se dedican a la defensa de los humanos, como el Servicio Social Pasionista y Cristosal.

Estas organizaciones detallaron que, desde la entrada en vigencia del régimen y hasta el 30 de septiembre de 2023, ya habían atendido a 5,775 víctimas de graves violaciones a derechos humanos cometidas por el Estado salvadoreño. De esas personas, 21 eran mujeres trans y tres eran hombres trans. Cristosal informó que, hasta esa fecha, ya había documentado 193 casos de personas que fallecieron en penales bajo la tutela del Estado. Aunque extraoficialmente, otras organizaciones, como Socorro Jurídico, también han denunciado que hasta febrero de 2024 había evidencia de 235 muertes en las cárceles. Las organizaciones han denunciado que entre esas muertes hay casos en los que observaron señales de tortura y malos tratos: como golpizas, huesos quebrados, asfixia mecánica por estrangulación y diferentes tipos de lesiones que describen escenas de horror, donde los derechos humanos fueron profanados de manera sistemática y por discriminación. 

Algunas personas que han recuperado su libertad —mejor dicho: las sobrevivientes del horror— también han relatado que pasar por las bartolinas y centros penales equivale a someterse a un régimen de malos tratos y torturas donde los custodios y otros privados de libertad son verdugos impunes que golpean, abusan sexualmente y dejan morir a las personas que enferman. Pasar por este régimen implica compartir un pequeño espacio en celdas hacinadas donde no hay lugar para sentarse y donde deben turnarse para dormir, ya que por la sobrepoblación penitenciaria no todas las personas pueden estar acostadas al mismo tiempo. Estos datos, incluso, los han corroborado organizaciones extranjeras como Amnistía Internacional, quien en un reciente informe señaló que “El Salvador es el país con la mayor tasa de personas privadas de libertad en el mundo, con más del 1.5 % de su población en prisión”.

Las personas sobrevivientes han descrito que las celdas están diseñadas para un número específico de personas, pero que están atiborradas con el triple de las que caben. Ese hacinamiento, sumado al calor y a la humedad, provoca la proliferación de plagas de hongos en la piel. Estas condiciones, según los testimonios que esta revista recogió, marcan una situación doblemente complicada para las mujeres trans, quienes además enfrentan humillaciones y discriminaciones por su identidad de género.  A veces las discriminaciones y las humillaciones son cometidas por los custodios y el personal que trabaja en los centros penales, pero otras veces también reciben malos tratos de parte de compañeros de celda. 

De acuerdo con Claudia Argueta, de Cristosal, las humillaciones en contra de la población trans, en el régimen de excepción, inician desde el momento de las capturas, cuando los policías hacen inspecciones invasivas en las que piden que se quiten las camisas. Las denuncias que su organización ha recibido le permite detallar que hay casos de hombres trans que aún no se han hecho la mastectomía (cirugía para extirpar pechos) y que los policías los obligaron a mostrar su torso desnudo en público para ver si tienen tatuajes. En el caso de las mujeres trans que ya iniciaron su transición corporal, también quedaron expuestas en público mientras eran registradas por agentes o militares. A estas transgresiones se le suma la confusión de parte de las autoridades penitenciarias para ubicar a las personas trans en las celdas correspondientes, en donde son obligadas a compartir el mismo espacio con privados de libertad transfóbicos. 

Argueta añadió que debido a que la información penitenciaria está bajo reserva es difícil saber la estadística oficial de cuántas personas de la población LGBTI han sido detenidas en el régimen. Es más, ni siquiera se sabe si las autoridades llevan un registro con este tipo de detalle. 

Consecuentemente, es imposible saber con exactitud cuántos hombres y mujeres trans han sido detenidas. Desde el inicio del régimen y hasta el momento de la entrevista con GatoEncerrado, Argueta detalló que hasta noviembre de 2023, solamente su organización había documentado 33 casos de personas que se identificaron como bisexuales, 14 personas gais, una persona pansexual, cinco hombres trans y tres mujeres trans. El número puede ser mayor si se toman en cuenta los casos de otras organizaciones y el subregistro de casos que no han sido denunciados.

“Debido a que no existe actualmente una Ley de Identidad de Género, el Estado no reconoce el derecho a la identidad auto asumida, sobre todo de las personas trans, eso limita el conocimiento oficial de cuántas personas están detenidas (que son parte de la diversidad)”, criticó Argueta.

Toda esa discrimnación es la que enfrentó Jennifer cuando fue detenida y luego llevada a las bartolinas policiales. 

—¿Cuánto tiempo me van a tener aquí? —preguntó a los policías que estaban a cargo de las bartolinas de “El Penalito”. 

—Seis meses —contestó con indiferencia uno de los oficiales, luego de la insistencia de Jennifer. Su respuesta, según recuerda, sonó a que buscó otra frase policial prefabricada para decirle cualquier cosa con tal de callarla.

—¡Uy, no! Es demasiado tiempo. Yo no he hecho nada —protestó. 

Siete días después de su captura, Jennifer enfrentó una audiencia inicial en modalidad virtual, acusada de cometer un delito del que hasta la fecha ni siquiera sabe cuál es. Solo sabe que fue llevada, procesada y encarcelada bajo el régimen de excepción. En otras palabras, ni siquiera supo nunca por qué tuvo que enfrentarse a una jueza. 

El delito más común para justificar las capturas y encarcelar a miles de personas ha sido el de “agrupaciones ilícitas”. Ese mismo delito es el que, según organizaciones civiles, también ha sido imputado a personas que no tenían vínculos ni colaboraron con las pandillas. La mayoría de estos casos siguen los procesos judiciales, a pesar de la falta de evidencias, porque el sistema judicial salvadoreño fue purgado por el oficialismo y luego abogados afines a Bukele fueron promovidos y nombrados irregularmente como jueces que están en sintonía con los intereses del poder Ejecutivo.

La Ley de Identidad de Género sigue siendo una deuda

La lucha por una Ley de Identidad de Género para prevenir la discriminación y la lucha por una legislación especializada para prevenir malos tratos y torturas en contra de la población LGBTI, especialmente contra los hombres y mujeres trans, es histórica. Los colectivos de la diversidad sexual la exigieron a las legislaturas anteriores, pero siempre hubo resistencias y el tema no avanzó. La actual legislatura,dominada por el partido oficialista Nuevas Ideas, archivó la propuesta de ley y nunca más discutió el tema, a pesar de que las organizaciones de la diversidad lo solicitaron. 

La actual legislatura, de hecho, desobedeció la orden que la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) le dio para reformar la Ley del Nombre de la Persona Natural y que así se le permita a las personas trans cambiarse el nombre, ya que negarles eso es discriminación. En febrero de 2023 se venció el plazo otorgado por la Sala para la reforma, pero no se aprobó. Ni siquiera se discutió internamente en la Asamblea. 

Gonzalo Montano, de la organización AMATE El Salvador, explicó a esta revista que lo ocurrido en las anteriores legislaturas y la actual puede definirse como “retrocesos” en los temas que afectan a la población LGBTI, especialmente a los hombres y mujeres trans.

“Lejos de crear leyes a favor, ha habido esfuerzos de crear leyes pero en contra, debido a que la Asamblea Legislativa prohibió el matrimonio igualitario e incluso hubo propuestas para que este órgano del Estado reformara la Constitución con el fin de especificar que el matrimonio sea solo entre hombres con mujeres”, dijo Montano.

Las torturas

Un mes después de la audiencia virtual, Jennifer fue trasladada hacia el Centro Penal de Ilopango, que antes del régimen de excepción era un penal exclusivo para mujeres. Durante el régimen y después de que “El Penalito” se quedó pequeño para contener a las decenas de miles de personas detenidas diariamente en el régimen, el penal de Ilopango fue reacomodado y utilizado como el nuevo lugar para resguardar a los detenidos mientras se les abría un espacio en el sistema penitenciario.

Desde el primer día en el penal de Ilopango, Jennifer recibió tratos discriminatorios y transfóbicos. Los custodios la empujaron, la golpearon con macanas en el estómago, las costillas y las piernas. Como todos los hombres, cada lunes era obligada a esperar su turno para ser rapada con una máquina de cortar pelo. La primera vez que le quitaron su cabello sintió impotencia e indignación, porque le arrebataron algo de lo que se sentía orgullosa y que le había costado mucho tiempo y recursos. La máquina de pelo, según recuerda, nunca era limpiada por los custodios y estaba tan sucia que se contagió del hongo en la cabeza que casi todas las personas privadas de libertad comparten por la insalubridad, la humedad, el agua contaminada y las condiciones de hacinamiento en las que conviven. 

“Los custodios nos maltrataban verbalmente. Nos llaman vulgarmente: ‘culeros, ustedes son hombres no mujeres, compórtense, por eso les cortamos el pelo para que ustedes sepan lo que son, ya no son lo que imaginan ustedes’. Así nos decían”, recuerda Jennifer.

Hubo días cuando, sin razón ni explicación, los custodios sacaban a Jennifer de su celda junto a Rosa, otra mujer trans que conoció en prisión. Afuera, en un patio, las esposaban con las manos hacia atrás y las obligaban a permanecer en cuclillas con la cabeza hacia abajo y bajo el sol. Cuando alguna se cansaba y levantaba la cabeza o se quejaba, los custodios les pegaban a las dos con el puño cerrado directamente en el rostro y les encajaban patadas en el estómago hasta dejarlas sin aire y llenas de moretones. Esas eran las ocasiones cuando podían ver el sol, ya que los días y meses transcurrían dentro de su celda, compartiendo el pequeño espacio con el calor corporal de otras 378 personas tras los barrotes y un solo hueco cuadrado en la pared de atrás por el que apenas entraba luz de día y algo de aire. 

“El espacio reducido se llenaba de un olor a huevo podrido, era asfixiante permanecer adentro. El mal olor invadía tu garganta hasta darte la sensación de querer vomitar, ya que en la misma celda teníamos que cagar. Solo imagínese, estábamos todo el día encerradas, bajo el calor y un pequeño hueco donde entraba el aire. Y todavía nos metían las cubetas para poder hacer del baño. Esas cubetas permanecían ahí en la celda, con las heces porque no había suficiente agua para lavar y tampoco se podían tirar al suelo”, relata Jennifer, asqueada.

Además de las humillaciones y torturas físicas, algunas veces los custodios también las castigaban, sin justificación, con quitarles un tiempo de comida. Aunque, según recuerda Jennifer, la comida en sí misma también era una especie de castigo. Se trataba, todos los días, de una pequeña porción de arroz duro, frijoles con un sabor ácido o a punto de descomponerse y picado de soya. Pero como no había otra forma de alimentarse, tenían que comer solamente para no morir de hambre. Algunas personas no poseían platos o cubiertos, así que se compartían recipientes y cubiertos plásticos sucios. Quienes no alcanzaban a conseguir algún recipiente plástico, les tocaba tomar las diminutas porciones de comida en sus manos sucias. 

Tener un vaso también era un lujo. Algunas personas lo único que tenían era una pequeña cubeta que utilizaban para orinar y también para tomar agua, café ralo o refresco. El agua natural, según recuerda, “tenía un sabor a tierra o a lodo” que dejaba el paladar con una sensación terrosa. Esa misma agua servía para lavar la cubeta y para beber.

Todos los días, como parte de la rutina, había dos conteos para que los custodios pudieran revisar si todas las personas estaban en la celda correspondiente. El primer conteo ocurría a las 8:00 de la mañana y el segundo a las 4:00 de la tarde. En algunos de esos conteos, Jennifer y Rosa eran obligadas a salir de la celda y pasar, agachadas, por debajo de una macana. Si alguna de las dos no lograba agacharse lo suficiente o si perdía el equilibrio y caía al suelo, los custodios las golpeaban. En otras ocasiones, durante los conteos, los custodios las obligaban a saltar como ranas por todo el pasillo bajo amenaza de ser golpeadas si se detenían por el cansancio. Algunas ocasiones, también eran obligadas a volver a su celda arrastrando las rodillas hasta que sangraban. 

“El sonido agudo del silbato de los custodios ha quedado en mi memoria, como si fuera otra forma más de tortura. Al momento de escuchar el silbato, teníamos que darnos vuelta y mirar hacia la pared de nuestra celda. Los custodios entraban para, supuestamente, observar lo que teníamos en la celda. Si un custodio se acercaba, teníamos que saludarlo y si no lo hacíamos, nos pegaban (a las mujeres trans) como si fuéramos hombres. Algunas veces no aguantábamos tanto abuso, pero nada podíamos hacer para defendernos, ni siquiera pedir compasión”, describe Jennifer.

Uno de los custodios más crueles, según recuerda, es al que le decían “El Sargento García” y también una mujer a la que los demás custodios apodaban “América”. Los recuerda muy bien porque es difícil olvidar a los verdugos que hacen tu vida miserable casi todos los días por varios meses.

“Estos custodios nos golpeaban tan fuerte y sin límites quizá porque nuestra sola existencia los ofendía, no había motivos. Éramos (las mujeres trans) sometidas a humillaciones, a puños o macanas. Por las golpizas terminábamos arrodilladas o en posición fetal”, narra.

Como todos los demás privados de libertad, Jennifer tenía que pasar hasta siete días con la misma ropa puesta, que a veces se le manchaba de sangre por las golpizas. Los custodios no le permitían lavar su ropa tan seguido y tampoco tenía detergente o jabón para lavar, a pesar de que una amiga le llevaba, todos los meses, un paquete con comestibles y artículos de aseo personal que incluía un jabón para lavar ropa. 

“Ese paquete no me llegaba completo. Mi amiga me ha mostrado cómo llevaba el paquete y cuando yo lo recibía le hacían falta cosas. Lo que finalmente me daban los custodios solo me alcanzaba para diez días y consistía en una libra de harina, una de arroz, una de azúcar e Incaparina, cinco galletas, pasta de dientes y cepillo, la mitad de un jabón de olor y a veces un jabón de lavar ropa. De vez en cuando unos calcetines y algún bóxer. Hasta la fecha, no sé a dónde iba a parar todo lo que mi amiga me llevaba”, explica Jennifer.

Las golpizas constantes agravaron su situación de salud. Jennifer es VIH positivo y recuerda que a pesar de que insistió para que los custodios la trasladaran a la clínica de la prisión para solicitar su tratamiento, se lo negaron. Le dijeron que tenía que cumplir al menos tres meses para tener derecho a ver un doctor. Rosa le contó que también es VIH positivo y pudo observar que su situación de salud era aún más grave porque al mismo tiempo también padecía diabetes: “Se pasaba los días sin sus controles, le negaban así la insulina que necesitaba. Todo era tan inhumano allá adentro y uno no puede hacer nada. Se siente tanta impotencia”.

Los casos de Jennifer y de Rosa no son únicos ni exclusivos en medio del régimen de excepción. Solo son la muestra de lo que ocurre todos los días en contra de personas trans. Son tantos los casos y tantas las violaciones a derechos humanos que hasta GatoEncerrado ha recibido denuncias a través de correo electrónico y redes sociales de parte de personas que quieren denunciar públicamente el horror al que sobrevivieron. También basta con preguntar a las organizaciones de sociedad civil si han documentado vulneraciones a los derechos de las personas trans para encontrar un listado de casos. 

Ingrid Escobar, de Socorro Jurídico Humanitario, puso como ejemplo el caso de Lorena, una mujer trans que fue capturada tras haber sido denunciada anónimamente por supuestamente estar extorsionando, aunque todo era falso.

“Lorena fue detenida debido a una denuncia que se viralizó en Facebook, donde la señalaban que ella pedía extorsión. Presentaron un audio que no tiene nada que ver con la voz de ella. Nosotros intentamos ayudarla antes de la captura. Pero ella, en su buena fe, en su ingenuidad, se acercó a una delegación luego de que un policía se le acercara y le dijera que no se preocupara, que solo llegara a la delegación a decir que es inocente. De buena fe llegó a la delegación a defender su inocencia. La chica no presentaba tatuajes alusivos a pandillas, ni siquiera tatuajes artísticos, tampoco tenía antecedentes penales. Lamentablemente, la privaron de libertad bajo el régimen y ya tiene un año de estar presa”, describió Escobar, quien agregó que el abogado que lleva el caso se enteró de que Lorena ha sido abusada sexualmente en varias ocasiones dentro de la prisión y bajo el cuidado del Estado. 

Escobar también criticó que los policías y miembros de la Fuerza Armada están capturando hombres y mujeres trans en medio del régimen de excepción, ya que las trans no encajan en el objetivo de desarticular a las pandillas. De acuerdo con Escobar, capturar personas de la población LGBTI, y especialmente hombres y mujeres trans, no tiene sentido si se toma en cuenta que las pandillas son machistas y que no aceptan entre sus filas a personas trans. Es más, Escobar señala que las mujeres trans que se dedican al trabajo sexual también han sido víctimas de pandillas, cuando las han desplazado forzosamente de su lugar de residencia o les han cobrado extorsión para permitirles estar en alguna esquina donde ofrecen sus servicios. 

La representante de Socorro Jurídico añadió que su organización también acompañó el caso de un joven gay que fue capturado en el régimen y que luego de abusos sexuales en prisión contrajo VIH.   

Argueta, de Cristosal, insistió en que este tipo de malos tratos en contra de las mujeres trans es la consecuencia de no tener una Ley de Identidad de Género y legislación especializada para garantizar la protección de la población LGBTI. 

“No hay leyes que yo podría decir que son especializadas (para garntizantizar derechos de la población LGBTI); es decir, aquí tenemos que usar la normativa que está disponible para toda persona que sufre detención arbitraria y la ley contra actos de terrorismo; podríamos citar el Código Procesal Penal. Dependerá también de la gama de delitos que la Fiscalía impute, pero básicamente no hay en estos cuerpos generales principios de no discriminación o diferenciados que digan cómo hacer un tratamiento específico para personas LGBTI. Esto es bastante difícil porque nuestras políticas públicas no poseen este carácter especializado para abordar este tipo de casos y procurar la dignidad de las personas LGBTI”, opinó Argueta.  

Esfuerzos internacionales no tienen eco en El Salvador bajo régimen de excepción

En abril de 2012, Ban Ki-Moon, quien para ese entonces era el Secretario General de Naciones Unidas, afirmó en un discurso que nada justifica la violación de derechos de la población LGBTI. 

“Para todos debe ser motivo de indignación el que existan personas que sufren de discriminación, asalto e incluso asesinato simplemente porque son lesbianas, homosexuales, bisexuales o transgénero. Todos debemos manifestarnos cuando alguien es arrestado y puesto en prisión debido a quién ama o por su apariencia. Éste es uno de los más grandes retos relativos a los derechos humanos de nuestra época. Debemos corregir estos errores”, declaró.

Con esto, también hizo un llamado para que los países que son parte de las Naciones Unidas, incluido El Salvador, se comprometan con la defensa de los derechos humanos de la población LGBTI.

En 2006, un grupo de expertos en derechos humanos presentaron durante un Seminario Internacional en Indonesia “Los Principios de Yogyakarta”.  En resumen, son 29 principios que sirven de guía para que los Estados pueden garantizar los derechos humanos a las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, intersexuales.   

Al ser aplicados estos principios, las personas de la diversidad sexual que se encuentran privadas de libertad serían protegidas y tratadas en igualdad de condiciones con otros detenidos y detenidas. 

El principio número siete de Yogyakarta detalla que: “Ninguna persona deberá ser arrestada o detenida en forma arbitraria. Es arbitrario el arresto o la detención por motivos de orientación sexual o identidad de género, ya sea en cumplimiento de una orden judicial o por cualquier otra razón. En base a la igualdad, todas las personas que están bajo arresto, con independencia de su orientación sexual o identidad de género, tienen el derecho a ser informadas de las razones del arresto y notificadas del carácter de las acusaciones formuladas en su contra; asimismo, tienen el derecho a ser llevadas sin demora ante un funcionario o funcionaria a quien la ley habilite para ejercer funciones judiciales, como también a recurrir ante un tribunal a fin de que este decida sobre la legalidad de su detención, ya sea que se les haya acusado o no de ofensa alguna”. 

Asimismo, el principio número 29 detalla que “toda persona cuyos derechos humanos sean violados tiene derecho a que se les responsabilice penalmente a las personas involucradas por sus actos de manera proporcional a la gravedad de la violación. No deberá haber impunidad para autores de violaciones a los derechos humanos relacionadas con la orientación sexual o la identidad de género”. 

Por su parte, el Comité Contra la Tortura y Otros Tratos y Penas Crueles, Inhumanos y Degradantes (CAT, por sus siglas en ingles), creado por la Asamblea General de Naciones Unidas, mostró su preocupación luego de examinar el tercer informe periódico presentado por El Salvador. 

El informe del CAT destaca que sus preocupaciones están fundamentadas en una serie de denuncias sobre graves consecuencias a los derechos humanos que se derivan de la implementación del régimen. Estas incluyen: Detenciones colectivas y discriminatorias sin orden legal de detención ni indicación de los motivos de las mismas. Las denuncias también señalan que a la persona detenida se le ha negado hacer una llamada telefónica o informarle a un familiar o un tercero que se encuentra bajo prisión en el marco del régimen. De igual manera al familiar se le niega información, vulnerando así el debido proceso. 

El informe del CAT agrega que las denuncias que han revisado dejan evidencia de que existe una falta de efectividad del recurso de hábeas corpus presentados ante la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, sin que se resuelva a favor de los detenidos arbitrariamente. Además, no existe un registro completo que proporcione transparencia sobre el número de personas detenidas, su ubicación y las circunstancias de su detención, que permita a las autoridades, a los familiares y a las organizaciones de derechos humanos monitorear la situación de las personas privadas de libertad y garantizar que se respeten sus derechos.

Los puntos anteriores reflejan las injusticias cometidas durante el régimen de excepción, señalando al Estado como el protagonista de las violaciones a los derechos humanos, por lo que el CAT brindó una serie de medidas que el Estado debe acatar para no incurrir en sanciones de impacto políticos o económicos. 

Una de las medidas es que debe respetar el debido proceso. Las personas detenidas deben ser informadas de las razones de su detención de manera clara y precisa en el momento de su arresto. También debe respetarse su derecho de notificarle a un familiar o tercero de su arresto y tener acceso a un abogado entre otros puntos.

Jueza reconoce la arbitrariedad

Después de cuatro meses de malos tratos en prisión, que parecieron una eternidad para Jennifer, hubo una nueva audiencia. En esa ocasión, la jueza asignada al caso removió los papeles que tenía enfrente y preguntó a los fiscales, con un tono que sonó a curiosidad, si tenían más evidencias para mantener a Jennifer en prisión, pero ellos se limitaron a decir que no y que no agregarían nada más. 

“Yo veía detenidamente a la jueza y la noté desconcertada. Escudriñaba detenidamente el documento que tenía ante ella y preguntó ¿por qué me habían detenido? Ella no encontraba en el documento una explicación clara que justificara mi detención, solo encontró una etiqueta que decía algo así como ‘bajo régimen’. ‘Pero, régimen por qué’, preguntaba la jueza, si yo no tenía tatuajes ni nada que me involucrara con las pandillas o actividades delictivas”, recuerda Jennifer. 

Al final de la audiencia, la jueza ordenó que Jennifer fuera procesada en libertad. Ese acto, aunque no lo dice la carta de libertad, es evidencia de que su captura fue arbitraria y que los malos tratos y torturas en prisión ocurrieron como consecuencia del capricho de cuatro policías que la capturaron en la esquina donde trabajaba por las noches en San Salvador. Rosa, la otra  mujer trans que conoció tras las rejas, sigue en prisión. 

Tras su liberación, Jennifer ha vuelto a su esquina. Pero en vez de su delicado pelo lacio, ahora tiene que lucir una peluca planchada que, más o menos, se parece al cabello que los custodios le raparon en prisión.

*El nombre real de Jennifer se mantiene bajo confidencialidad por su seguridad. Así lo solicitó.

“Esta publicación ha sido elaborada con el apoyo financiero de la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de Revista GatoEncerrado y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea”.